XII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

«Ustedes, ¿quién dicen que soy?»

Primera lectura: (Zacarías 12,10-11)

Marco: El contexto es una colección de oráculos en los que el profeta anuncia la renovación futura de Jerusalén, mediante la liberación de sus enemigos primero y de sus pecados después.

Reflexiones

1ª) ¡Dios, fiel a su promesa, provee siempre de dones abundantes a su pueblo!

Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. La promesa del Espíritu sobre el Mesías está presente de modo singular en los anuncios mesiánicos que encontramos en Isaías (Is 11,1ss). El profeta recoge las grandes cualidades que tendrá el Mesías conducido por el Espíritu: las actitudes y cualidades de los patriarcas, de los reyes y de los profetas. Dos siglos más tarde, el Segundo Isaías, el profeta-poeta del exilio de Babilonia, insiste en el mismo tema (Is 42,1). Y lo mismo, un tiempo después, el Tercer Isaías que intervino en la restauración de Israel después de la vuelta del exilio de Babilona (Is 61,1ss). Esta promesa del Espíritu será también para todo el pueblo (Ez 36,24ss; Jl 3,1s). La presencia del Espíritu es signo, garantía y arras de la realización final de la salvación de Dios. El proyecto de Dios se dirige hacia un final glorioso. Las palabras de profeta Zacarías orientan nuestra atención y nuestro pensamiento hacia ese centro de la salvación que ha establecido Dios. Se cumplirá en el Mesías y en la donación del Espíritu como cumplimiento con la esperanza de la consumación.

Segunda lectura: (Gálatas 3,26-29)

Marco: La salvación de la fe. Después de un desarrollo en distintas direcciones, Pablo aborda la filiación divina de los salvados por Jesucristo.

Reflexiones

1ª) ¡La filiación divina en Cristo Jesús alcanza a todos!

Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En la nueva creación aparece de nuevo el sentido universal de la salvación. Pero ahora el centro es Cristo Jesús como Salvador universal y en consideración a él el Padre admite a su familia a todos los hombres. Pero Dios ya no mira a los hombres en sí mismos, sino que los contempla a través de su Hijo que los amó y se entregó por todos. Pablo ha recibido la misión de anunciar el misterio a todos lo gentiles (Ef 3,2ss). Al hombre se le invita a que se abra amorosamente a ese Dios que se le acerca en la cruz de Cristo Jesús y este es el objeto central de la fe. Con este acto de fe el hombre reconoce que Jesús es realmente el único y verdadero Salvador y liberador de la humanidad.

Todos los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Pablo concede singular importancia al bautismo (Rm 6; el que se une a Cristo se hace una cosa con él). El bautismo, signo sacramental, realiza la regeneración de los hombres que se han abierto a Dios y a Cristo por la fe y un cambio de pertenencia (1Pedro). El hombre, esclavo del pecado, es comprado por la sangre de Cristo para pasar a ser propiedad suya. La idea de revestimiento es una imagen que podría evocar las representaciones teatrales que se realizaban en el mundo grecorromano circunstante. Pablo recurre a ella para hacerse entender mejor de sus lectores (es la pedagogía de la palabra de Dios). El cristiano, al revestirse de Cristo, quien aparece en el fondo es el mismo Cristo al que hace presente a través de su vida (re-presenta, es decir, hace de nuevo presente). Este revestimiento entraña dos perspectivas complementarias e importantes: por una parte, el cristiano es como otro Cristo en medio del mundo. Y, por otra, el Padre le contempla como a su propio Hijo y le ama como a su propio Hijo. Hoy como ayer es necesario que siga adelante la proclamación de este Evangelio de la salvación porque tiene fuerza para transformar la sociedad en su raíz como una primicia y anticipación de lo que será la salvación definitiva. Las dos etapas, temporal y futura, están imbricadas inseparablemente entre sí. El creyente, en medio del mundo, es la sal y luz para sus hermanos, ya que él mismo la ha recibido de Cristo.

Evangelio: (Lucas 9,18-24)

Marco: El contexto es la escena en Cesarea de Filipo. Supone un punto de llegada importante en el reconocimiento de su misión por los discípulos y, a la vez, un punto de partida ascendente en su camino hacia la cruz y la gloria. En Lucas supone el final del ministerio en Galilea y el comienzo del gran viaje hacia Jerusalén. Es una encrucijada de singular relieve y significación.

Reflexiones

1ª) ¡Jesús pregunta sobre la opinión que la gente tiene de él!

¿Qué dice la gente? Llamativa y sorprendente actitud de Jesús. ¿Quién tiene interés en estas preguntas? ¿Fue Jesús realmente el que planteó estas preguntas a los discípulos? O, dicho de otra manera, ¿tenía Jesús algún interés en saber lo que las gentes opinaban de él? ¿Para qué? ¿Fue acaso la comunidad posterior a la pascua la que se encuentra con estas preguntas y respuestas? En todo caso, la figura de Jesús ha suscitado siempre preguntas inquietantes. El relato evangélico está sembrado de estas preguntas sobre Jesús. ¿Quién es Jesús? ¿Quién es este hombre que dice ser Hijo de Dios? Todas las respuestas corresponden a las esperanzas de Israel y revelan las esperanzas que las gentes abrigaban. Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Es delicado leer una página de los relatos evangélicos que hoy tenemos entre manos porque se entrecruzan tres planos expresados en el texto, pero que suscitan no pocas dificultades para su comprensión. Lucas escribe para una comunidad que cree ya en la realidad mesiánica y divina de Jesús. El propio Lucas comparte esta convicción. Pero esto ha supuesto un proceso lento que arranca especialmente de la pascua y del don del Espíritu.

¿Qué confesó Pedro en el momento en que Jesús le pregunta sobre su identidad? Pedro profiere una respuesta que desborda sus esperanzas mesiánicas. Israel espera la llegada de un Mesías con determinadas características. En ese Mesías cree Pedro quien, además, pudo pertenecer a algún movimiento de liberación por medios más o menos violentos. El Mesías procedía de la dinastía real davídica. Pero la respuesta de Pedro alcanza más lejos. Esta realidad, que desborda la comprensión judía del Mesías, es el reconocimiento de que es realmente el Hijo de Dios de un modo único, singular e irrepetible. Así lo cree Lucas. Hoy somos invitados, en medio de nuestras dudas y búsquedas, a dar el salto necesario que, partiendo de la humanidad de Jesús, alcance a su verdadera naturaleza y que fundamenta realmente la esperanza de la humanidad. Para esta tarea hemos sido convocados los discípulos de Jesús. Por la palabra y el testimonio sincero podemos ofrecer al mundo la clave que necesita para interpretar los avatares de su historia.

2ª) ¡Es necesario guardar el secreto, para evitar tergiversaciones y malentendidos!

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. En la estructura del relato lucano, la comprensión de las Escrituras y la persona de Jesús es tarea del resucitado que les abre la inteligencia para que puedan comprenderlas (Lc 24,25ss; 24,44ss) y puedan entrar en el misterio de su persona y de su misión y les entrega la clave para superar el escándalo de la cruz. Era necesario pasar por la cruz, momento en que se purifica la esperanza mesiánica, para poder entrar en la realidad mesiánica de Jesús. Mientras Marcos insiste en el secreto mesiánico como preocupación teológica y clave para comprender a Jesús, Lucas insiste una y otra vez en el pensamiento de que es difícil comprender a Jesús. Después del tercer anuncio de la Pasión, ya a las puertas de Jerusalén y después de un largo viaje en que dedicó mucho tiempo a la enseñanza de sus discípulos, escribe Lucas: Ellos, sin embargo, no entendieron nada de esto; aquel lenguaje les resultaba totalmente oscuro. Y no podían comprender el sentido de sus palabras (18,34). La pascua proyectará la luz que necesitan para entrar en su misterio. Hoy como ayer, el creyente ha de estar atento para que no se desvirtúe el verdadero mesianismo, la verdadera misión de la Iglesia en el mundo. Comprometida con lo temporal, anuncia y proclama que el verdadero mesianismo, la verdadera esperanza de los hombres trasciende la historia, la temporalidad y las barreras de este mundo.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)