XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

Para Dios todos están vivos

Primera lectura: (2Macabeos 7,1-2.9-4)

Marco: El contexto es la sección dedicada a narrar la propaganda helenista y la persecución bajo Antíoco Epífanes. Todo el capítulo 7, del que se toman hoy algunos versículos, está dedicado al martirio de los 7 hermanos. La lectura tiene un tema central y común: la resurrección.

Reflexiones

1ª) ¡La incomprensión y paradoja de la persecución religiosa!

El testimonio de Daniel confirma este relato (Dn 11,21-12,13) al recordar a Epífanes y sus atrocidades. ¿Por qué las persecuciones religiosas? La dureza de la persecución alcanza a las mujeres y a los niños. Son perseguidos por permanecer fieles a la ley del Señor que es la expresión de su voluntad. Los piadosos judíos están dispuestos a la muerte violenta antes que quebrantar la ley (cf. Salmo 119 que bien podría titularse dichosos los que siguen la ley del Señor). La ley es, a la vez, relato y acontecimiento. Es el bloque donde se recogen los elementos centrales de la fe de Israel. Del libro de la ley era obligatorio proclamar en la celebración del culto sinagogal un fragmento. El libro de la ley contiene: el relato de los orígenes; la historia patriarcal (vocación, promesa, alianza de Dios con ellos); la esclavitud y liberación de Egipto con la Pascua; travesía por el desierto; estipulación de la alianza del Sinaí entre Dios y su pueblo; camino hacia la tierra prometida. Quebrantar la Ley supondría negar al Dios que la pactó con su pueblo. El proyecto y la voluntad de Dios están en juego en la persecución. No ha sido fácil entender las persecuciones a lo largo de la historia del pueblo judío y a lo largo de la historia de la Iglesia.

Segunda lectura: (2Tesalonicenses 2,15-3,5)

Marco: El contexto es una exhortación a la perseverancia. Este pasaje enlaza estrechamente con la descripción de la parusía. Después de refutar las ideas falsas, el autor expone las consecuencias positivas de su pensamiento.

Reflexiones

1ª) El creyente inmerso en el mundo y rodeado de dificultados necesita el consuelo de Dios!

Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre... os consuele internamente y os dé fuerzas para toda clase de palabras y obras buenas. El trasfondo de este texto es martirial. En realidad la Iglesia siempre es martirial porque ha sido fundado por el primer Mártir del que Simeón había afirmado prolépticamente que sería una bandera discutida. La consolación es tarea peculiar del Espíritu. Precisamente el nombre de Paráclito lleva en su propia raíz el sentido de consolar y exhortar. El Espíritu Paráclito recibirá la misión de consolar a la Iglesia durante todo su itinerario hasta la Vuelta de su Señor. Una de las tareas principales de los profetas era consolar (Is 40,1ss). La consolación de Israel es un tema importante en la historia de la esperanza mesiánica. Esta esperanza era alimentada de modo especial en los círculos que hemos convenido en llamar los “pobres de Yahvé”* (anawim). A este grupo habrían pertenecido con toda probabilidad María y José así como Simeón y Ana. Y también con toda probabilidad muchos de los primeros judíos convertidos al cristianismo. El relato lucano nos ha conservado un detalle revelador en este sentido cuando presenta la figura de Simeón (Lc 2,25ss). Pablo recuerda la misma preocupación por el consuelo (2Cor 1,3-5). Una misión importante de los discípulos de Jesús en nuestro mundo es continuar esta tarea consoladora. Los hombres y mujeres de este tiempo tienen necesidad de la consolación.

Evangelio: (Lucas 20,27-38)

Marco: Corresponde al bloque dedicado al ministerio de Jesús en Jerusalén, después de la entrada triunfal y expulsión de los vendedores del templo. Se recogen las grandes preguntas que se le plantearon: sobre el más allá, sobre el tributo al César, sobre la autoridad de Jesús para actuar como actúa, sobre la identidad de Jesús. La lectura de hoy trata el problema de la resurrección de los muertos.

Reflexiones

1ª) ¡Transformación total de la naturaleza humana en el más allá!

Son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Los que plantean la cuestión a Jesús son saduceos* que no creen en la resurrección. Una de las diferencias doctrinales más acusadas entre los fariseos y los saduceos es que aquellos creen en la resurrección de los muertos y en los ángeles y éstos no creen ni en una cosa ni en la otra. Los fariseos son descendientes de los hasidim (piadosos), colaboradores de los Macabeos, y creyentes en la resurrección como observamos en la primera lectura proclamada hoy. Los saduceos plantean el problema recurriendo a una historia ficticia y académica que se fundamenta en la ley del levirato*. Como quiera que creían en el reino de Dios, aunque un reino temporal y terreno transformado, aplicaban al Reino los mismos parámetros que se dan en la vida real. Jesús sale al paso de sus objetores y les contesta en dos momentos: en primer lugar, cómo será la vida de los hombres después de la resurrección (como los ángeles de Dios, es decir, totalmente espiritual); en un segundo lugar, afirma claramente la existencia de la resurrección. En cuanto a la primera cuestión, Jesús afirma, apoyado en la existencia de los ángeles, que serán como ángeles de Dios y como hijos de Dios. Allí ya no habrá matrimonio, porque éste es entendido como el vehículo necesario para prolongar la vida sobre la tierra. En el cielo no existe la muerte, por tanto ya no es necesario el matrimonio. Los ángeles de Dios y los hijos de Dios ya no mueren. Jesús afirma abiertamente la esencia de la vida futura: que es una vida espiritual, feliz, luminosa, permanente y inamisible. En un mundo con tantas dificultades para elevarse a lo espiritual este relato evangélico tiene mucho que ofrecerle; pero también es verdad que no es fácil la comprensión y aceptación del mismo. Hay que seguir proclamando la vida futura feliz, culminación de una vida asaltada por el sufrimiento y la muerte.

2ª) ¡La resurrección es la puerta obligada para la vida eterna!

No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos. Jesús ha respondido a uno de los interrogantes más preocupantes de la humanidad: el enigma de la muerte. ¿Qué le espera al hombre más allá de la muerte? ¿Existe otra vida? E relato evangélico nos ha conservado la narración de algunas resurrecciones efectuadas por Jesús como “signos” o primicias de esta respuesta definitiva: la resurrección del joven hijo único de la viuda de Naím (Lc 7,11ss); la resurrección de la jovencita hija de Jairo (Mc 5,21ss); y la resurrección de Lázaro (Jn 11). Son solamente signos indicativos de una verdad y una realidad mucho más amplia: la indicación y comprobación de que Jesús tiene poder sobre la muerte. Quedará totalmente respondida la cuestión con la propia resurrección de Jesús. Se trata de una resurrección escatológica, trascendente y universal: en la resurrección de este hombre llamado Jesús, todos los hombres son llamados a la resurrección y a la vida. Él mismo es la resurrección y la vida (Jn 11,23-27). Jesús envía a sus interlocutores a una de las perícopas que proclaman frecuentemente en la sinagoga: el episodio de la zarza que nos transmite el libro del Éxodo (3,1ss). Mediante una exegesis propia de su tiempo, Jesús deduce la verdad de la resurrección y que Dios es un Dios de vivos y no de muertos.

También hay una evocación de los orígenes: Dios creó al hombre para una vida perenne (sentido del árbol de la vida). Para Dios todos viven es una declaración importante y consoladora. Este mensaje sobre la resurrección tiene hoy especial incidencia y urgencia entre los creyentes, incluso. Hay no pocos creyentes que se confiesan tales, pero cuando se les pregunta sobre el más allá contestan que no creen en la vida eterna. No podemos apreciar el alcance de estas declaraciones, pero en todo caso es necesaria una evangelización de esta verdad fundamental sin la cual no es posible la esperanza (1Cor 15,12ss). Pero no es fácil su aceptación. Por eso hacen falta testigos verdaderamente convencidos de esta verdad. Y la raíz y apoyo de la misma es un acontecimiento: la resurrección del propio Jesús como primogénito de entre los muertos, a quien seguimos todos, y un fundamento firme: el poder de Dios que tiene capacidad para devolver la vida a todos y para siempre.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)