Domingo de Resurrección día de Pascua

Siempre esperando ese día de fiesta, gozo y gracia
que podía transformar nuestra vida
con experiencias extraordinarias.

Siempre viéndolo acercarse por el horizonte
dejando a nuestro alrededor su perfume,
pero sintiéndolo, una y otra vez, alejarse.

Siempre convencido que los grandes acontecimientos
suceden en fechas importantes
que dejan huella en los calendarios y en los corazones...

Siempre.
Hasta que comprendí, hace bien poco,
escuchando silenciosa y abiertamente
a alguien de palabra honesta y breve,
que la Pascua,
la Pascua de tu resurrección, Jesús de Nazaret,
el paso de Dios por nuestra historia,
el florido anhelo de toda persona
y de la misma naturaleza,
sucedió
pasada la fiesta,
pasado el sábado,
el primer día de la semana.

O sea, ¡un día de resaca!,
un día para el olvido,
un día sin historia,
un día del montón,
un día sin aliciente,
un día de cuerpos y espíritus decaídos,
un día de oscuro horizonte,
un día con el crédito gastado,
un día nacido para pocas ilusiones,
gris, triste, pesado,
con dolores en el cuerpo y el espíritu,
hecho simplemente para digerir los excesos
o vomitarlos en los rincones.
¡Peor que un día cualquiera!

En un día así
resucitaste Tú,
y floreció nuestra esperanza.

Ahora comprendo por qué cualquier día,
aún el más insospechado,
puede ser día de paso y Pascua.

Y al recordarlo
siento que florece la Buena Nueva
en mi tierra yerma.

¡Bendito seas Tú, Dios de la vida y de la historia,
que rompes todos nuestros esquemas
y nos llenas de sorpresas y Buenas Nuevas!

¡Bendito seas Tú, Jesús de Nazaret,
que nos mandaste hacer memoria
para celebrar la vida y la entrega!

¡Bendita seas Tú, Ruah divina,
que nos acompañas a lo largo de la vida
y nos animas a compartir y a hacer fiesta!

¡Aleluya, con todo mi ser,
con mi cuerpo y alma,
con mis gestos y palabras,
con mi canto y danza,
con mi vida resucitada!

¡Aleluya!

Florentino Ulibarri