LA CENIZA: UN INCENDIO ANUNCIADO

'Parece que regalan' me comentó un amigo al ver la larguísima fila de personas formadas para entrar a la iglesia. 'Y ¿por qué salen todos con la frente tiznada?' Se acercó a preguntarle a algunos y le dijeron: 'es que es Miércoles de Ceniza', y él insistió: 'y ¿por qué vinieron a que les pusieran ceniza?' Alguien contestó: 'por costumbre', otro: 'para que Dios me vea y me ayude'; uno más dijo: 'me mandó mi mamá' y hubo quien respondió: 'nomááás'. Mi amigo concluyó que muchos católicos participan de esto sin tener idea de lo que significa.
¿Cuál es el sentido de este rito?
En la Biblia dice que la gente se echaba ceniza para expresar dolor (ver Est 4,1) y arrepentimiento (ver Jon 3, 6-8). La Iglesia ha usado la ceniza en este mismo sentido, pues el llamado 'Miércoles de Ceniza' marca el inicio de la Cuaresma, que es un tiempo penitencial de cuarenta días en el cual se nos invita a revisar nuestra vida y a sentir dolor por nuestros pecados (es decir, lamentar las veces en que le dijimos 'no' a Dios y no vivimos según Su propuesta de amor, paz, perdón, justicia, verdad), así como arrepentimiento y deseo de cambio, lo cual nos prepara para que, al terminar la Cuaresma vivamos a plenitud la Semana Santa en la cual celebramos la razón de nuestra fe: que Cristo murió por nosotros, para librarnos del pecado, y resucitó, para darnos vida eterna.
Ahora bien, para que ir a ponerse ceniza no sea sólo un ritual vacío sino que sirva como punto de partida para iniciar un camino que haga de esta Cuaresma un tiempo de crecimiento espiritual, podemos reflexionar en lo siguiente:
Cuando uno piensa en ceniza viene a la mente lo más obvio: que se trata del polvo que queda luego de quemar algo; en ese sentido, recordemos que Jesús dijo: "He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12, 49), frase que no hay que tomar al pie de la letra (Jesús no era piromaníaco) sino como una imagen en la que el Señor expresa Su anhelo de encender una hoguera en cada corazón: una hoguera que ilumine y destierre toda tiniebla; una hoguera que derrita la frialdad en la relación con Él y con los hermanos; una hoguera en la que se pueda acrisolar lo bueno, como se acrisola el oro; una hoguera que invite a otros a acercarse y a disfrutar de su acogedora calidez; una hoguera en la que se pueda quemar todo lo que es inútil: los viejos rencores, los malos recuerdos, las tristezas, los miedos...
¿Qué tal si consideras que la ceniza que pongan en tu frente anuncia un incendio?, pero no un incendio pasado y extinguido, sino uno que se mantiene al rojo vivo en ti porque aceptas la invitación que se te hace para convertirte y creer en el Evangelio, y eso implica que cada día revisarás que tus pensamientos, palabras y acciones no sólo no sofoquen ese fuego que el Señor ha encendido en tu corazón, sino que le permitan crecer y lo propaguen a tu alrededor.
Que el Miércoles de Ceniza no sea un día para cumplir un rito sólo por costumbre o, peor, por superstición, sino una oportunidad para meditar y detectar de qué manera concreta colaborarás con el Señor para incendiar el mundo: quizá siendo antorcha que alumbre y consuele a alguien que se siente en tinieblas porque está enfermo, anciano o solo; fogata alrededor de la cual puedan reunirse y reconciliarse los que estaban distanciados; vela, aparentemente pequeña pero capaz de llevar una luz de alegría y esperanza a los de tu propia casa...
Cada Miércoles de Ceniza se nos advierte que somos polvo y al polvo volveremos (nos saben algo...). Estamos a tiempo para elegir qué clase de polvo seremos: el que se sacude y se barre porque no sirve para nada, o el que queda luego de que se ha permitido que el fuego arrase con todos los rastrojos resecos en un campo: ceniza fértil que enriquece la tierra y hace que se produzca la más rica cosecha..