Nuestro espíritu se manifiesta de múltiples maneras, a través del arte, de la ciencia, del lenguaje o de la mística.
La música como el lenguaje, por ejemplo, ambos son una exteriorización sensible del espíritu, pero mientras el lenguaje evoca ideas, emociones o imágenes a través de una estructura gramatical, la música está exenta de toda regla, es libre, es espiritual, y por ello supera al lenguaje, pues logra expresar y captar las aspiraciones más íntimas del alma, de forma casi intuitiva.
La música, a través del ritmo y la melodía, se transforma en inspiración y elevación del espíritu, nos trasmite una experiencia vivida y nos aporta una nueva comprensión de la realidad.
La música alcanza todos los niveles, desde la total dispersión y distorsión de la música erótica o diabólica, que envilecen y perturban nuestras pasiones animales (Dionisiaca), hasta la suprema concentración de la música sinfónica o mística (Apolínea).
Por eso, estando a unos días de la celebración de la navidad, una forma concreta de alimentar nuestro corazón es escuchando villancicos navideños, ellos irán ablandando y elevando nuestro espíritu para llegar mejor dispuestos al misterio de Belén.