Abres los ojos, ves el reloj, son las tres de la mañana. Te das la vuelta, tratas de volverte a dormir. Después de lo que según tú es un rato larguísimo, vuelves a ver el reloj, son las tres y diez. No lo puedes creer, ¡sólo pasaron diez minutos! Cierras los ojos, haces como que tienes sueño, vuelves a acomodar la almohada, te arrebujas en las cobijas. Dizque te duermes tantito, pero vuelves a abrir los ojos y al ver el reloj te das cuenta de que apenas son las tres y media.
En la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa hay una frase que expresa muy bien lo que se siente en esos momentos: “Al acostarme, pienso: ‘¿Cuándo será de día?’ La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece...” (Job 7, 4).
¿Has tenido esta experiencia? ¿Esa falta de sueño que llega cuando menos esperas o quieres y por más que lo intentas no se quita? Si tu respuesta es afirmativa quizá te preguntas qué puedes hacer al respecto. Si pides consejos hallarás muchos: algunos muy sensatos, como que procures relajarte y dormir pues tu cuerpo necesita descanso, o que consultes a un experto para que te ayude a detectar las causas de tu insomnio y a superarlas; y otros no tan sensatos, como que prendas la luz y te pongas a ver tele o a comer (con lo cual lo único que obtendrás es desvelarte a lo tonto, ganar peso y que a la noche siguiente tu cuerpo, como relojito bien entrenado, se despierte a esa misma hora exigiendo ¡su entretenimiento y su botana!).
¿Quieres saber qué puedes hacer cuando no puedes dormir? He aquí una propuesta que puede convertir el fastidioso insomnio en algo estupendo: haz oración. Quizá digas ¿que quéeee?, ¡ya parece que me voy a salir de mi cama calientita para hincarme a repetir Padrenuestros a medianoche, prefiero ¡contar ovejas!!', a lo que cabe responder: pero ¿quién ha dicho que tengas que salir de la cama o ponerte a recitar oraciones? Lo que se te propone es otra cosa. Simplemente que platiques con Dios, que aproveches que tampoco está dormido...
Y ¿cómo se platica con Dios a esas horas? Tan simple y sabrosamente como esos esposos que se acurrucan uno junto al otro para disponerse a dormir y mientras les gana el sueño comentan su día, lo que traen en la mente, sus asuntos de familia. O como esos chamaquitos a quienes les dan permiso de pasar la noche en casa de un compañerito de escuela, y a la hora de dormir no les para la boca: plática y plática hasta que a las 'tantas' retumba una voz: '¡¡ya duérmanse!!'.
Haz la prueba: acurrúcate en los brazos del Señor y ve platicándole todo lo que quieras (en tu interior, claro, no sea que otros en tu casa se despierten y crean que además de insomne estás loco, hablando solo), cuéntale lo que hiciste, lo que te puso feliz, lo que te puso triste, en fin, cuanto haya en tu corazón; entrégale tus agobios, tus cargas. Él puede con ellas... También puedes charlar así con María. Puedes visualizarla, por ejemplo, sentada en medio de un bello paisaje e imaginar que llegas tú a recostarte junto a ella, con tu cabeza en su regazo, a contarle tus cosas, mientras ella te escucha atenta, te serena, te da descanso, te hace dormir...
Si haces esto te sorprenderá despertarte sin saber ni cómo ni a qué hora te dormiste. Y no te sientas mal pensando que dejaste al Señor o a María 'hablando solos'. Un padre o una madre jamás toman a mal que su chiquito se les duerma en los brazos. Todo lo contrario. Les da ternura...
Cabe comentar, ya entrados en el tema de la oración nocturna, que no hace falta esperar a tener insomnio para practicarla. Puedes elegir hacerla, como Jesús. En el Evangelio que leemos hoy en Misa dice que “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (Mc 1, 35). Es algo que Él acostumbraba. Y se puede asegurar que en esos tiempos que escatimaba al sueño para encontrarse con Su Padre, hallaba la fuerza para llevar a cabo Su difícil misión.
Tú también puedes programarte para despertarte a orar. Es riquísimo aprovechar el silencio, la paz y la soledad que se experimenta cuando todo está callado y todo mundo está dormido, para estrechar tu relación íntima con Dios. Recuerdo un retiro espiritual en el que se nos pidió que nos anotáramos para orar una hora ante el Santísimo entre las 12 am y las 7am. Me anoté de 5.00 am a 6.00 am. Como nadie tenía reloj, te despertaba el que recién terminaba su tiempo de oración; daba un suave toque en la puerta y decía: 'es hora, el Señor te espera'; Qué sensación tan especial salir al frío, ir por el larguísimo corredor oscuro y silencioso, hasta la capilla cuya penumbra era apenas atenuada por la luz de unos cirios. Sentías que acudías a una cita de amor casi clandestina, y que el Amado se regocijaría al verte. Y qué bello cuando, transcurrida la hora, los vitrales opacos se fueron aclarando, pintando de colores, llenando de luz conforme despuntaba el alba, y al salir el sol descubrimos que nadie se había regresado a dormir, que ahí estábamos todos, los primeros y los últimos, igualmente felices, sin cansancio, sin sueño, porque cada uno había tenido un encuentro personal con Aquel que como dice el salmista: “no duerme ni reposa” (Sal 121,4), al que le puedes hablar a cualquier hora o 'deshora', al que cada vez que le preguntas: ‘Señor, ¿estás despierto?’, siempre te dice que sí...