Después de haber creado Dios al hombre y a la mujer, los bendijo y les ordenó: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y domínenla… En este momento en el que el Divino Creador bendice el primer matrimonio, les señala como el primero de sus deberes la fecundidad. Desde ese momento la unión física de los esposos llamados por Dios, para que colaboren con El, en la transmisión de la vida humana, adquiere una especial dignificación y valor. El acto íntimo de la vida matrimonial, es una manifestación sublime del verdadero amor conyugal, orientado fundamentalmente a la creación de una nueva vida humana. La vida matrimonial se realiza plenamente cuando se transforma en fuente de nuevas vidas humanas. Estas les dan plenitud, perfección y felicidad a los esposos. Llega el hijo, que es fruto del amor matrimonial, en la unión física de la pareja. En esta unión matrimonial, los esposos se hacen mutua donación de lo más íntimo de su cuerpo, que manifiesta la sublime dignidad de su amor matrimonial, porque cuando se aman con verdad, no hay egoísmo en el acto íntimo de la vida matrimonia, sino la buena voluntad de cumplir, con el deber impuesto por el Divino Creador. Donde hay amor matrimonial verdadero se desean los hijos como fruto de ese amor, que está orientado a llevar la misión encomendada. La fecundidad matrimonial es algo maravilloso y sublime porque de la unión de unos elementos humanos insensibles e irracionales, nazca una vida sensible y racional; el hijo que dará mayor estabilidad al amor conyugal y hace más llevadero el dolor y la tristeza. Los hijos aunque tengan defectos físicos, dan alegría a los progenitores. Son regalo de Dios que superan a todas las demás riquezas materiales y deben elevar a Dios un himno de gratitud, por la maravilla realizada en el seno materno, con la colaboración del esposo. No olvide que el recién nacido, es la sonrisa que consuela y alegra; es el bálsamo que cura las heridas de la vida matrimonial, la dicha principal de las madres, la gloria y el honor de la mujer, por eso se debe recibir al hijo que nace con amor de benevolencia, porque es fruto de las entrañas maternas y cuidar con amor y esmero el crecimiento y educación de esa nueva vida, para que el recién nacido siga el ejemplo del Divino Infante, que crecía en estatura y gracia ante Dios y ante los hombres. Para esto se requiere un clima familiar de calidad moral. El recién nacido es una flor del jardín familiar y necesita un ambiente acogedor para poder germinar, abrirse y florecer. Su vida que empieza a desarrollarse, requiere de una atmósfera familiar tonificadora y estimulante, como es el de la familia cristiana bien ordenada y disciplinada, en donde brillan como estrellas, los buenos ejemplos. No olviden los padres de familia que el ser humano guarda durante toda su vida los buenos o malos ejemplos que vivió y se grabó en su infancia. La dulzura, la caridad comprensiva o el desprecio que recibió, nunca se le olvidarán. Tengan presente que una conducta rígida, fría, imperiosa, no es contagiosa; lejos de atraer, aleja y crea enemigos. Y los hijos no quieren otra cosa que evadirse de ese ambiente hogareño que los abruma. Ya que no encuentran en él una atmósfera primaveral, que los alegre y ayude a su desarrollo normal. No ven ni sienten paz, alegría, optimismo, respeto y ternura. Padres de familia, procuren que en su hogar haya paz, que es una flor exquisita que embellece y embalsama a todo hogar cristiano, porque es fruto de la unión de los corazones de los esposos. El matrimonio cristiano lleva a cabo entre el hombre y la mujer, la fusión más íntima, no solo de los cuerpos, sino de los corazones.
Y aunque el hombre y la mujer sean diferentes física y psicológicamente, sin embargo son complementarios y están orientados el uno al otro. Misión que requiere abnegación y sacrificio. No se hagan ilusiones de que esto, se puede tener sin esfuerzos, al contrario, tienen que ser conscientes que hay que trabajar incansablemente por conservarla y hacerla cada vez más estrecha y sólida. Si la desunión mutua reina en el hogar, el hijo es testigo entristecido y deprimido y en lo íntimo de su corazón sentirá que se bambolea su confianza, y su ternura sufre, porque aunque no esté abandonado, si está destrozado. Al ver los pleitos y disgustos de los papás, su corazón queda lacerado y no quiere otra cosa que irse y librarse de ese infierno. Y pasa a ser “niño de la calle” y rechazará el matrimonio y la familia por los que siente miedo y aversión. La desunión de los papás, aunque no se llegue al divorcio, es para el hijo niño, una fuente de desequilibrio y depravación, que pueden llevarlo a la delincuencia. Tratará de evadirse de esa cárcel, por la puerta del vicio, porque es víctima de los trastornos psíquicos que envenenaron toda su vida, los pleitos de los papás. También el nerviosismo de la mamá, destruye la paz del hogar. La mamá nerviosa también destruye la tranquilidad del hogar, un día muy amable, otro muy furiosa y exigente con dureza. Por su nerviosismo, habla demasiado al esposo delante de los hijos y arrastra al papá al mismo torbellino y los hijos se asustan y gritan. El mal ya está hecho, porque en su edad infantil, no conocieron la armonía de un hogar feliz. Y el escalofrío corre por su vida, por la falta de calor y amor que vivieron. ¡Papás reflexiónenlo! Además de la paz, en el hogar debe de haber alegría, que es factor importante para llevar una vida psicológicamente sana. La alegría es una necesidad innata del ser humano, un tesoro precioso, una fuerza incontrastable, todo ser humano la necesita y tiene derecho a ella. Es indispensable para tener una buena salud física y moral, y sin ella la vida cristiana difícilmente puede florecer y estar perfumada de las virtudes humanas y Cristianas; sobre todo la edad infantil no puede prescindir de ella. Y si la ternura es el calor del sol, la alegría es su radiante claridad, que hace gozar, embellece y encanta a la vida. Todo hogar debe ser un pequeño paraíso. Por favor padres de familia, traten de tener su hogar impregnado de una atmósfera de alegría, -no de diversión- no olviden que la edad infantil y juvenil deben educarse entre himnos y cantos de alegría. Los niños alegres y contentos son de ordinario, los más sanos. Por eso la manifiestan con gritos, brincos y carreras por toda la casa. La alegría afloja a los nervios y los estimula y espolea a todo el organismo. Y sus buenos efectos llegan al alma y al cuerpo. En cambio la tristeza y el aburrimiento, hielan, congelan y ahogan a la vida. Tenga presente que la alegría, es un excelente preservativo contra el vicio. La tristeza y la depresión, son causas de la mala conducta y de las adicciones. Contra estas seducciones mentirosas, hay que enseñar a los niños y jóvenes, que la vida ordenada de las virtudes, es encantadora y oculta muchas alegrías; y que la religión no es amiga de la tristeza, sino al contrario la alimenta, la sana y es verdadera alegría y fomenta la rectitud, el equilibrio, la confianza y la sencillez: Cualidades todas que abren el camino a la virtud y a la santidad. En cambio la tristeza impulsa el mal. El tema es extenso, profundo, porque falta hablar del optimismo, la ternura, el respeto y demás, que también los hijos deben de demostrar con obediencia y demás buenas obras, el amor y gratitud a los seres queridos: papá y mamá que el Divino Creador les escogió para que los trajeran al mundo. Y una vez más el grito: ¡no hay matrimonios unisex! Arriba y adelante en defender el: ¡VERDADERO MATRIMONIO!