EDITORIAL: EN EL SURCO DEL CONCILIO VATICANO II

2012-04-06 L’Osservatore Romano
En la homilía pronunciada durante la misa crismal, que inaugura el  triduo sacro en el corazón del año litúrgico, Benedicto  XVI se preguntó –hablando del sacerdocio y refiriéndose explícitamente a una llamada a la desobediencia publicada por un grupo de sacerdotes de un país europeo  también a propósito de  “decisiones definitivas del Magisterio”– si la desobediencia es el camino para renovar a la Iglesia. Y, en su estilo de argumentación,  inmediatamente después se preguntó si, por el contrario, la obediencia no defiende el inmovilismo y no agarrota la tradición.
La respuesta del Papa, como siempre, no fue evasiva ni genérica: “No. Mirando a la historia de la época posconciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación”, que presentó articulada en cuatro aspectos, es decir,  “estar llenos de la alegría de la fe, de la radicalidad de la obediencia, del dinamismo de la esperanza y de la fuerza del amor”. Por consiguiente, la desobediencia no es el camino, pero tampoco el agarrotamiento. Benedicto XVI en su respuesta se apoyó en la historia, aludiendo al medio siglo transcurrido desde la apertura del  concilio Vaticano II y recordando implícitamente la lógica de la reforma contrapuesta a la de la ruptura, que había evocado ante la Curia romana en el fundamental discurso del 22 de diciembre de 2005: “A la hermenéutica de la discontinuidad se opone la hermenéutica de la reforma, como la presentaron primero el Papa Juan XXIII en  su discurso de apertura del Concilio el 11 de octubre de 1962 y después el Papa Pablo VI en el discurso de clausura  del 7 de diciembre de 1965”.

Así pues, el Pontífice remite a toda la comunidad de los fieles a la herencia del Vaticano II – novissimus, es decir, el último, en la serie de los concilios y coherente con todos según la tradición viva de la Iglesia, abierta al futuro a la espera de la venida del Señor–. En un momento que Benedicto XVI, sin medios términos, citando el análisis reciente de varios cardenales, describe como marcado por  “un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente”. He aquí, por tanto, la ocasión, a los cincuenta años de la apertura del acontecimiento religioso más importante del siglo XX, del Año de la fe, para que esta sea anunciada con celo y alegría. Sin miedo de usar términos pasados de moda como son precisamente  “celo” o “alma”, combinados en la expresión animarum zelus, casi caída en desuso y que, en cambio, el Papa propone a los sacerdotes para que estén de verdad cercanos a todas las personas y les muestren el rostro de Cristo.

Una reflexión lúcida y amable, que una vez más destierra el estereotipo de un Papa débil que no gobernaría a la Iglesia. Mientras tanto, precisamente hoy en Italia la revista de los jesuitas,  “La Civiltà Cattolica”, difunde el largo documento de la Comisión teológica internacional sobre la teología hoy,  ya accesible en inglés en la página web del Vaticano. El texto, elaborado por el organismo instituido en 1969 por Pablo VI, que quiso incluir inmediatamente entre sus miembros al teólogo Joseph Ratzinger –que entonces tenía 42 años–, profesor en la universidad de Ratisbona, comienza también con una evaluación muy positiva de la renovación imprimida a la teología por el Vaticano II, insistiendo al mismo tiempo en la necesidad de un  “discurso común”. En comunión con la Iglesia, para ofrecer a las mujeres y a los hombres de hoy la verdad de Cristo.

g.m.v.