En el silencio de la madrugada, cuando los cantos de los gallos vibraban como clarines, y antes de que el sol naciera, llorosas y con el corazón oprimido, por nostálgico recuerdo, unas piadosas galileas, dirigen sus pasos, al huerto, en donde la ante víspera habían dejado el CUERPO del que fuera poderoso Taumaturgo; crucificado por las autoridades como vil criminal. Todo parecía terminado con la muerte del NAZARENO, en la tarde de aquél VIERNES SANTO. La vida de JESUS, para unos no era más que un recuerdo, lleno de nostalgia; la cual ya se habían librado gracias a su odio desarrollado taimadamente a la sombra de la sinagoga y bajo el amparo de la ley. Pero hoy ya entonaban frenético himno de victoria. JESUS de NAZARET ya no volvería a molestar. Ya había muerto entre diabólicas carcajadas y estúpidos retos de los blasfemos e hipócritas ancianos y escribas, engendros del Averno y padres de estirpe maldita y longeva. Su cuerpo lacerado y exangüe estaba bajo custodia y con todas las garantías de la ley para no ser robado. Sus discípulos con el corazón lleno de una tortura que destroza y agobia, caminaban con la esperanza rota hacia aquel cenáculo testigo mudo de tantas y conmovedoras vivencias.
Fracaso y triunfo aparentes, porque: Pasado el sábado, tres mujeres: María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas, para ir a ungirle. Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del monumento? Y, mirando vieron que la piedra estaba removida; era muy grande y, entrando en el sepulcro, se hallaron con un joven sentado al lado derecho, vestido de una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dijo: “No se asusten. Buscan a JESUS de NAZARET el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Vean el lugar donde lo pusieron”. (Mc., XVI, 1-6) Únicas amigas fieles hasta el final, que ahora caminan empujadas por el amor y debilitadas por la pena y la preocupación, de no poder perfumar con los ungüentos el cuerpo de EL SALVADOR, para impedir una corrupción demasiado rápida y por no ser suficientes para rodar aquella piedra sellada y custodiada. La preocupación de las piadosas mujeres, se convierte en estupor al ver aquella pesada piedra apartada hacia un lado y la tumba abierta, sin el cuerpo de Jesús.
La sangre que JESUS derramó con generosidad, tiene como destino llegar a cada uno de los hijos de Adán. Es preciso hacerla llegar a su meta. Por eso con la muerte de JESUS lejos de fracasar, todo empieza a cobrar nueva vida. Su muerte es la primera página del calendario que se empieza. Hay un reto que va a cumplirse como todo lo demás. “Destruyan este templo - SU CUERPO - y YO lo reedificaré en tres días” “Así como Jonás permaneció tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así el HIJO DEL HOMBRE, permanecerá tres días en el seno de la tierra”. Aquellos zorros que en días atrás no entendían los oráculos de los profetas referentes al MESÍAS, ahora si creen en que pueda cumplir su palabra. “Señor, recordamos que, en vida este impostor anunció que resucitaría al tercer día de su muerte. Haz el favor de custodiar su sepulcro hasta el fin del día tercero; no sea que sus discípulos roben su cadáver y hagan creer al pueblo que ha resucitado de entre los muertos. Este segundo error sería más pernicioso que el primero”. Y, a pesar de la vigilancia del cuerpo de guardia, al momento decretado, seguía en actitud de alerta, pero custodiaban un sepulcro vacío, pues JESUS había alcanzado su espléndido triunfo, a pesar de los necias y burdas falsedades de los enemigos. ¡Cristo había Resucitado! Y en los cielos azules, ángeles blancos, repicaban las campanas de gloria.
“Si CRISTO no resucitó, luego vana es nuestra predicación y también es vana nuestra fe”. Y aún seríamos falsos testigos respecto de Dios, pues habríamos dado testimonio contra Dios diciendo, que resucitó a Cristo, siendo así que no habría resucitado…. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe. (1ra. Car., XV, 17-19). El Vencido fue puesto en el sepulcro. La muerte había cumplido la cita. Pero la muerte de la muerte, JESUS también cumpliría la de EL. Porque era VIDA, y cuando quiere la da, y cuando le plazca la vuelve a tomar. “Mors ubi est, victoria tua”. Muerte, ¿dónde está tu victoria? Cristo ha resucitado; Su victoria es principio y fundamento de nuestra victoria. Su Resurrección nos descubre lo que era JESUS: Dios hecho hombre. Vencedor de la muerte. Su triunfo es un estímulo y una garantía a nuestra FE. Si no fuera así, CRISTO sería otro más como Buda, Confucio, Zoroastro o Mahoma que se proclamaron “Profetas de Dios”, fundadores de religiones que enseñan UN camino hacia Dios. Jesús no enseñó “un” camino, sino que dijo “Yo soy el camino”. “Nadie va al Padre sino por MI; el que me ve a MI, ve al Padre”. Y, así Cristo no es únicamente fundador de una religión sino la esencia misma de ella. De dónde se sigue que no hay cristianismo sin Cristo.
Todo el cristianismo, depende de este hecho histórico. Que viene hacer la máxima prueba de la divinidad y veracidad del cristianismo como doctrina salvadora. Ningún otro que se auto llame «enviado de Dios» se ha animado a decir: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en MI no morirá». Ellos murieron como también murió CRISTO, pero con la “pequeña” diferencia de que CRISTO resucitó, así mismo se resucitó. Esto no es una fábula como quieren los enemigos del DIVINO RESUCITADO, que desde el principio han multiplicado sus esfuerzos, bien para destruir el hecho o reducirlo a mera fábula. Pero que fabulita tan bien tramada, que por ella miles y miles han ofrecido su cuerpo para ser pasto de fiera, o material para el «potro» o los «cepos», fabulita por la que ofrecieron cebo metálico para que afirmaran: “Mientras dormíamos, vinieron sus discípulos y robaron el cadáver”. Pero viene el dilema agustiniano: «Si dormían, ¿Cómo saben que han robado el cuerpo? ¿Si no dormían, por qué lo dejaron robar?». Gran fábula en la que seguimos creyendo millones de hombres. Jesús había previsto esto. Así puso por testigos de este grandioso prodigio a sus apóstoles: «Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, y hasta los confines del mundo». Y dieron testimonio de palabra y de sangre y seguirá habiendo testimonio de esto hasta el fin de los tiempos. En los cinco continentes habrá crédulos de esta fábula dispuestos a morir por su afirmación. Si Cristo no ha resucitado el cristianismo es la más horrible de las falsedades y blasfemias. La RESURRECCIÓN de CRISTO es el “blanco” escogido de los incrédulos y fortaleza para los que creemos.