¡QUE LA PAREJA HUMANA MATRIMONIAL ES DE HOMBRE Y MUJER, Y ES IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS!
La historia bíblica, nos narra la historia de la creación, empezando por la creación del cielo y de la tierra, que constituyen el corazón del universo, en el que se colocaron los demás seres creados que son como la ornamentación del cielo y de la tierra y hacen brillar la omnipotencia y la sabiduría del Divino Creador. Obra realizada según la historia bíblica en seis días. En ellos fueron creados: el agua, el fuego, la roca, el árbol y demás animales del aire y del mar. Pero a pesar de toda esta belleza natural, la creación estaba incompleta. Era sólo una muy buena y bien amueblada residencia que esperaba a su huésped y señor- Y el sexto día de la creación dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, al cual iban a rendir homenaje, pleitesía y servicio todas las cosas creadas. Con la palabra: “Hagamos”...... hace notar y marca la dignidad excepcional de la nueva creatura, obra cumbre y fin de toda la creación y dominador de ella. Y creo, hombre y mujer, los dos con la misma dignidad, de ser semejanza divina, y por lo mismo con idénticos derechos humanos. La mujer fue creada, para complementar al hombre; va a llenar el vacío de la soledad en la que se encontraba el corazón del primer hombre Adán. Y por haber sido creada con una costilla del primer hombre será su complemento y serán los dos un sólo ser. Y desde entonces el amor conyugal que une al hombre y a la mujer será superior al paterno y materno y por eso el hombre deja a sus propios padres para unirse con un amor muy especial que es unitivo y productivo hacia la mujer que ama. El amor matrimonial es fecundo y tiene como finalidad cooperar con el Divino Creador en la propagación de la especie y en la transmisión de la vida humana. Es el mismo Creador Divino quien manda a la pareja matrimonial, el procrear y multiplicarse, para que la tierra se llene. La unión matrimonial del hombre y la mujer, entra en el orden divino de la creación, para que colaboren con El, en la transmisión de la vida humana, para perpetuar la humanidad. Tenga presente que la palabra: matrimonio deriva del latín de las palabras: Matris= de la madre; y monium= carga. Que significa el oficio y la función de la maternidad. Es la mujer la que lleva el mayor peso, antes y después del parto. El apóstol Sn. Pablo dice que la mujer se salvará por la maternidad, pero esta afirmación también se aplica al esposo con igual vigor. El primer mandato dado por Dios, al primer matrimonio fue: “Crezcan y multiplíquense y llenen la tierra...” (Gen. 1, 28), mandamiento que es una exaltación a la fecundidad matrimonial. Es la aurora de la vida, es el himno de la energía biológica humana. La tarea encomendada al matrimonio, de la transmisión de la vida humana, es: Santa y santificante. Con la vida íntima matrimonial, los esposos comparten el poder creador de Dios, por eso el sacramento del matrimonio es una fuente abundante de gracias, que santifican a la vida matrimonial, en todas sus funciones específicas. El cuerpo humano diseñado y formado por el Divino Arquitecto es una obra maravillosa en todos aspectos y todas sus funciones son buenas; incluyendo la intimidad conyugal, porque en ella no sólo debe funcionar el instinto, el deseo sexual, sino el amor servicial mutuo de un corazón recto y sincero, en donde el deseo se convierte en lenguaje expresivo de un amor de calidad, en donde la pasión se convierte en virtud acrecentadora, que con todo su vigor, incorpora el amor humano al reino divino y da al amor físico belleza y gracia sobrenatural. El sacramento del matrimonio no fue instituido por Cristo, para hacer licito el deseo sexual, sino para hacerlo santo, ya que la gracia sacramental recibida en él, no es simplemente licitud, sino santidad. Tiene algo portentoso, una oportunidad maravillosa de gozar la vida aquí en la tierra y después de la eternidad de Dios, en el cielo, por haber colaborado con El, en la misión encomendada. El hombre y la mujer, que son los elementos esenciales del verdadero matrimonio, debe tener siempre presente que Cristo, desde el día que los llamó, y le dieron una respuesta afirmativa, los acompaña, por el camino de su vida matrimonial, para ayudarlos y convertir la familia en una pequeña Iglesia doméstica, en la que Cristo vive. El primer deber del amor matrimonial es: la fecundidad. El matrimonio es una comunidad sexual del hombre y la mujer, para colaborar con el Divino Creador, en la transmisión de la vida humana. El amor también halla en la fecundidad su santificación. Propio y exclusivo del estado matrimonial es el ejercicio de la sexualidad, entre el hombre y la mujer. Es una forma de servicio y mutuo ofrecimiento, no solo físicamente, sino también espiritualmente y hay crecimiento espiritual del amor, el cual no se debe enterrar. La vida íntima conyugal, es la expresión de la carne, de una realidad espiritual: el amor que impulsa mutuamente al hombre hacia la mujer y a ésta, hacia el hombre. Y aunque por alguna causa biológica, no haya el fruto de los hijos, su relación sexual, puede ser maravillosa si su amor mutuo sigue creciendo y ofrece una gran ternura manifestada en multitud de detalles, como la sonrisa amable no burlesca, besos, caricias, regalos, detalles que dan alas al amor matrimonial, e iluminan la monotonía de la vida cotidiana. La ternura es una de las variadas formas de expresar el arte de amar, nace del corazón y es uno de los secretos de la felicidad. Es el envoltorio de la vida íntima matrimonial, del hombre y la mujer. Este amor de la pareja humana, es semejante al amor de Dios en el seno de la: Santísima Trinidad, amor que es donación y fecundidad. Las parejas que forman matrimonio, no olviden que precisamente en la generación de nuevas vidas, se manifiesta la colaboración de los esposos en el proyecto del Divino Creador. El amor matrimonial es fecundo, no se agota entre ellos, sino que está destinado a prolongarse en la generación de nuevas vidas: los hijos, que son el regalo más hermoso de la vida matrimonial, y que dan alegría a los que los engendraron. Por lo mismo el auténtico amor matrimonial tiende a que los esposos estén alegres y generosamente dispuestos a cooperar con el amor del Divino Creador, que por medio de la vida íntima conyugal enriquece y embellece el jardín familiar. Realidad que es imposible que se dé en el “matrimonio” de personas del mismo sexo. El ser humano es un ser sexuado y el sexo lo configura como varón o como hembra. Hay una manera masculina y otra femenina de ver al mundo y a la vida; de obrar y de reaccionar; de amar y de ser. Pero complementarios. Esta diversidad de características, es indispensable para balancear las tendencias innatas de ambos sexos. Cada uno da y recibe del cónyuge algo que lo enriquece, equilibra y completa. Esta diferencia sexual, integrada en forma total entre hombre y mujer, el ser humano muestra toda su belleza. Integración que no se da, en “matrimonios” de personas del mismo sexo. Porque esta unión no es matrimonio. Estas personas son amigos, pero no esposos. El matrimonio es de institución divina y su dignidad sacramental y su estabilidad, son firmes e inviolables; y como no es de institución humana; Por lo mismo no está sujeta al arbitrio de ningún hombre, ni de ninguna ley humana. Ninguna autoridad ni eclesiástica, ni civil puede modificarlo. Por lo tanto no hay matrimonio: Unisex. ¡Que reflexionen las personas que tienen una actitud afirmativa permisiva y legalista sobre este tema!
Porque esta legalización de “matrimonios” entre personas del mismo sexo, atenta contra la base de la sociedad que es la familia y banaliza y prostituye el verdadero matrimonio, que es entre hombre y mujer. Por eso la autoridad eclesiástica, condena esta legalización. Porque la vocación del matrimonio se fundamenta en la naturaleza misma del hombre y la mujer que fueron formados por el Divino Creador, el uno para el otro, “Porque no es bueno que el hombre esté solo” y los bendijo para que colaboraran con El, en la propagación de la vida humana. “Crezcan y multiplíquense”, misión que no pueden hacer los amigos del mismo sexo, aunque vivan juntos; como amigos, no como matrimonio. Que reflexionen los que han legalizado esta conducta, como matrimonio. ¡Arriba y adelante! Observando la ley divina, que está sobre toda ley humana. La autoridad eclesiástica, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas del Divino Redentor y Juez, condena el pecado, pero trata con amor misericordioso al pecador y son recibidos en su acción pastoral, con comprensión y esperanza, porque tienen los mismo derechos, de toda persona humana y no debe ser ofendida su dignidad personal, que no depende del sexo, ni de la manera de satisfacerlo.