“ Venid y seguidme, y os hare pescadores de hombres ”
Iª Lectura: Isaías (8,23-9,3): Poema de la paz
I.1. Esta lectura, forma parte de uno de los poemas más sobresalientes del libro del gran maestro del s. VIII. En realidad, se trata solamente de la introducción de un poema a la paz (8,23-9,6), como lo ha descrito brillantemente un gran especialista español.
Diríamos que la lectura no es completa porque falta la descripción de por qué llega la luz a Galilea, al territorio antes desolado y en tinieblas; es decir, aquello de “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado...”. Es un poema que muchos estudiosos atribuyen a la escuela de Isaías, no al maestro directamente, y que vendría a descifrar un momento determinante de la historia de Judá, concretamente un siglo después, cuando el gran rey Josías (640-609 a. C.), un muchacho todavía, sube al trono, a causa del asesinato de su padre Amón, con el propósito de liberar el norte, la Galilea de los gentiles, de la opresión de los asirios.
I.2. Así vivieron durante mucho tiempo, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras, todo el tiempo de su bisabuelo Manasés (cf 2 Re, 21-3-9), unos cincuenta años, que estuvo en manos de la política y las influencias religiosas de Asiria. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría, semejante a lo que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín, en razón del final de la opresión o del final de la guerra. En este contexto histórico, pues, se explica mejor este poema de la paz, que la tradición cristiana lo entendía como mesiánico y lo aplicó a Jesús, como vemos, en el evangelio del día de hoy en Mateo.
I.3. Pero como sucede casi siempre con los oráculos proféticos, no todo se explica por el acierto del momento en que se pronuncian (aunque es importante), sino por el futuro que llevan esos oráculos en sus entrañas. Los profetas, a veces, ni siquiera pueden controlar sus imágenes, sus símbolos o su eficacia. En realidad este oráculo no puede extinguirse en un presente que pronto terminó… sino que encienden en las palabras del profeta los dones divinos que son el futuro de la humanidad. El Dios de la paz, de la justicia se ha de hacer presente en la historia de una forma eficaz y concreta. Y esto lo percibieron los cristianos al identificar a Jesús con el Mesías.
IIª Lectura: Iª Corintios (1,10-17): Exhortación a la comunión de la comunidad
II.1. La segunda lectura viene a ser una exhortación a la unidad de la comunidad de Corinto. Las gentes de Cloe, una familia, o una comunidad, se han llegado hasta Éfeso, donde estaba Pablo, y le han informado que la comunidad estaba dividida en “partidos”, en grupos, que se atenían a personajes influyentes: Pedro, Pablo, Apolo; se discute si “yo de Cristo” revela un grupo más, o es una expresión de Pablo para dejar claro que todos los cristianos, al único a quien deben seguir, es a Jesucristo. Pablo, además, protesta porque no se ha dedicado a bautizar a muchos en la comunidad, lo han hecho otros. Pero él no quiere ser el maestro de un grupo específico; él ha engendrado a esta comunidad para que viva en el Señor un misterio de comunión, y como él, todos aquellos que hayan recibido el evangelio de uno u otro predicador. La comunión en la Iglesia es más importante que depender de un maestro de doctrina o espiritual.
II.2. Una palabra clave que se ha discutido mucho de esta exhortación es “divisiones” (schísmata) y que muchos identifican con los “partidos” de la Iglesia de Corinto. Se trataría de tendencias ideológicas, claro, no en sentido social propiamente hablando. Existen diversidad de opiniones al respecto, incluso que el grupo de Pablo fuera el de aquellos que se sienten, como el apóstol, libres del yugo de la ley y de las tradiciones judías; como matiz para diferenciarlo de los de Pedro. Aunque, en realidad, el grupo más delicado de enmarcar sería el de Apolo (¿algo así como un grupo de carismáticos de tendencia helenista con tintes de sabiduría? ¡no está claro!). La diversidad de opiniones teológicas no están condenadas en estas pocas palabras de Pablo, pero no se podría decir los mismo cuando esa diversidad teológica rompe la comunión de la ekklesía. ¿Cómo lo soluciona Pablo? Mediante su hermosa y decisiva “theologia crucis” que seguirá a parrir del v. 18.
Evangelio: Mateo (4,12-23): El Reino y el Evangelio de Dios
III.1. El evangelio de Mateo está centrado, específicamente, en actualizar el texto de Isaías que se ha leído en la primera lectura, en una aplicación radical a Jesús de las palabras sobre la luz nueva en Galilea. En la tradición de Marcos ya se había dejado bien sentado que Jesús comienza su actividad una vez que Juan el Bautista ha sido encarcelado. Esto obedece, más probablemente, a planteamientos teológicos que históricos, ya que ambos pudieron coincidir en su actividad. En realidad, Juan y Jesús actuaban con criterios distintos. Jesús es la novedad, la buena noticia, para los que durante siglos habían caminado en tinieblas y en sombras de muerte. Si el texto de Is 8,23ss se refería a una época muy concreta que precedió al rey Josías, en la tradición cristiana primitiva se entendió esto como consecuencia del oscurantismo del judaísmo que había hecho callar durante mucho tiempo la profecía, la verdadera palabra de Dios, que interpretaba la historia con criterios liberadores.
III.2. Y hay más; esta luz no viene de Jerusalén, sino que aparece en Galilea, en los territorios de las tribus de Zabulón y Neftalí, que siempre habían tenido fama de ser una región abierta al paganismo. Más concretamente, Jesús, dejando Nazaret, se establece en una ciudad del lago de Galilea, en Cafarnaún. Es aquí donde comienza a oírse la novedad de la predicación del Reino de Dios, de los cielos, como le gusta decir al evangelio de Mateo. La otra parte del texto evangélico de hoy, la llamada de los primeros discípulos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, -que puede omitirse-, es una consecuencia de la predicación del evangelio, que siempre, donde se predique, tendrá seguidores. En realidad está siguiendo el texto de Marcos 1,14ss.
III.3. Mateo, pues, ha leído el texto de Marcos sobre el programa de Jesús: el tiempo que se acerca es el tiempo del evangelio, de la buena nueva, que exige un cambio de mentalidad (¡convertirse!) y una confianza absoluta (creer) en el evangelio. Los dos elementos fundamentales de este programa, ya han sido puestos de manifiestos por todos: el reinado de Dios (el reino de los cielos le llama Mateo) y la buena noticia que este reino supone como acontecimiento para el mundo y la para la historia. El evangelista, al apoyar este programa en el texto de Is. 8,23ss, está poniendo de manifiesto que esto es el “cumplimiento” de una promesa de Dios por medio de sus profetas antiguos, en este caso Isaías. La “escuela de Mateo” es muy reflexiva al respecto, dando a entender lo que sucede con la actuación de Jesús, desde el principio: llevar adelante el “proyecto de Dios”.
III.4. Sabemos que ese reino, (malkut, en hebreo) no debe entenderse en sentido político directamente. Pero tampoco es algo abstracto como pudiera parecer en primera instancia. Si bien es verdad que no se trata de un concepto espacial ni estático, sino dinámico, entonces debemos deducir que lo que Jesús quiere anunciar con este tiempo nuevo que se acerca es la soberanía de la voluntad salvífica y amorosa de Dios con su pueblo y con todos los hombres. Por eso basileia (griego) o malkut (hebreo) no debería traducirse directamente por “reino”, sino por “reinado”: es algo nuevo que acontece precisamente porque alguien está dispuesto a que sea así. Este es Jesús mismo, el profeta de Nazaret de Galilea, que se siente inspirado y fortalecido para poner a servicio de la soberanía o la voluntad de Dios, todo su ser y todo su vida.
III.5. Si Jesús anuncia que Dios va a reinar (lo cual no es desconocido en la mentalidad judía) es que está proclamando o defendiendo algo verdaderamente decisivo. Si antes no ha sido así es porque es necesario un nuevo giro en la historia y en la religión de este pueblo que tiene a Dios por rey. No se trata, pues, simplemente de aplicarle a Dios el título de rey o de atribuirle un reino espacial, sino del acontecimiento que pone patas arriba todo lo que hasta ahora se ha pensado en la práctica sobre Dios y sobre su voluntad. Dios no será un Dios sin corazón, sin entrañas; o un Dios que no se compadezca de los pobres y afligidos, sino que estará con los que sufren y lloran, aunque no sean cumplidores de los preceptos de la ley y de las tradiciones religiosas ancestrales inhumanas. En definitiva, Dios quiere “reinar” y lo hará como ya los profetas lo habían anunciado, pero incluso con más valentía si cabe. Esa es la novedad y por eso lo que acontece ahora, unido al concepto “reino de Dios” o “de los cielos”, es el evangelio. Con razón se ha dicho que estamos ante el verdadero “programa” de Jesús, el profeta de Nazaret: anunciar el reinado de Dios como buena noticia para la gente.
III.6. El acierto de la escuela cristiana de Mateo fue precisamente leer las Escrituras, Is. 8,23ss precisamente, a la luz de la vida de Jesús. Ahora se están cumpliendo esas palabras de Isaías, cuando el profeta de Galilea anuncia el evangelio del Reino. Siendo esto así, no se podría entender que el cristianismo no sea siempre una religión que aporte al mundo “buenas noticias” de salvación. Siendo esto así, la Iglesia no puede cerrarse en un mensaje contra-evangélico, porque sería repetir, por agotamiento, la experiencia caduca del judaísmo oficial del tiempo de Jesús. Este es el gran reto, pues, para todos los cristianos. Porque Dios quiere “reinar” salvando, haciendo posible la paz y la concordia. De ahí que el reino de Dios, tal como Jesús lo exterioriza, representa la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos bien, se asienta en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Y esto no se reduce simplemente a una visión social, sino que es también, y más si cabe, religiosa, porque Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos de los otros. Además, en toda familia bien nacida, si a alguien se privilegia, es precisamente al menos favorecido, al despreciado y al indefenso. He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús; estas son las buenas noticias que le dan identidad al cristianismo.
Fray Miguel de Burgos Núñez