Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo (Cfr. Jn 10, 1-10), llamado “el domingo del Buen Pastor”, Jesús se presenta con dos imágenes que se completan recíprocamente. La imagen del Pastor y la imagen de la Puerta del corral de las ovejas. El rebaño, que somos todos nosotros, tiene como habitación un corral que sirve de refugio, donde las ovejas viven y descansan después de las fatigas del camino. Y el corral tiene un recinto con una puerta, donde hay un guardián. Al rebaño se acercan diversas personas: está quien entra en el recinto pasando por la puerta y quien “entra por otro lado” (v. 1).
El primero es el pastor, el segundo un extraño, que no ama a las ovejas, quiere entrar por otros intereses. Jesús se identifica con el primero y manifiesta una relación de familiaridad con las ovejas, expresada a través de la voz, con la que las llama, y que ellas reconocen y siguen (Cfr. v. 3). Él las llama para conducirlas afuera, a los prados herbosos donde encuentran buen sustento.
La segunda imagen con Jesús se presenta es la de la “puerta de las ovejas” (v. 7). En efecto dice: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (v. 9), es decir, tendrá la vida y la tendrá en abundancia (Cfr. v. 10). Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido la vida por sus ovejas.
Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para gobernar da la vida y no pide a otros que la sacrifiquen. De un jefe así nos podemos fiar, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque saben que con Él se va a prados buenos y abundantes. Basta una señal, una llamada y ellas lo siguen, obedecen, se encaminan guiadas por la voz de aquel que sienten como una presencia amiga, fuerte y dulce al mismo tiempo, que dirige, protege, consuela y cura.
Así es Cristo para nosotros. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que tal vez dejamos un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva. El hecho de sentirnos unidos al Señor por un vínculo especial, como las ovejas a su pastor. A veces racionalizamos demasiado la fe y corremos el riesgo de perder la percepción del timbre de aquella voz, de la voz de Jesús Buen Pastor, que anima y fascina. Como les sucedió a los dos discípulos de Emaús, a los que les ardía el corazón mientras el Resucitado hablaba a lo largo del camino.
Es la experiencia maravillosa de sentirse amados por Jesús. Pregúntense: ¿Yo me siento amado por Jesús? ¿Yo me siento amada por Jesús? Para Él jamás somos extraños, sino amigos y hermanos. Y sin embargo, no siempre es fácil distinguir la voz del Pastor Bueno. Estén atentos. Siempre existe el riesgo de estar distraídos por el bullicio de tantas otras voces. Hoy estamos invitados a no dejarnos distraer por las falsas sabidurías de este mundo, sino a seguir a Jesús, el Resucitado, como único guía seguro que da sentido a nuestra vida.
En esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones – en especial por las vocaciones sacerdotales, para que el Señor nos envíe buenos pastores – invocamos a la Virgen María: Que Ella acompañe a los diez nuevos sacerdotes a quienes he ordenado hace poco. He pedido a cuatro de ellos, de la diócesis de Roma, que se asomaran para dar la bendición junto a mí. Que la Virgen sostenga con su ayuda a cuantos están llamados por Él, a fin de que estén listos y sean generosos para seguir su voz.