ENCUENTRO CON VICARIOS DE PASTORAL
Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 17 de mayo de 2017
Hermanos Vicarios de Pastoral:
Les saludo como participantes en este Encuentro de Vicarios de Pastoral. Tengo mucha esperanza del fruto de estos días por ser una oportunidad de compartir experiencias, enriquecernos de la presencia y de la experiencia de los demás, que la reflexión y la oración juntos nos permitan retornar animados y llenos de alegría para continuar la bella misión de animar y acompañar la pastoral de conjunto en nuestras respectivas diócesis y en la Iglesia de México.
Que privilegio y responsabilidad que sean los principales coordinadores, promotores, organizadores y dinamizadores, que bajo la autoridad de su Obispo, se encargan de los planes y programas necesarios para la ejecución de las acciones pastorales que animen el anuncio del Evangelio.
Es de todos conocida la necesidad y urgencia de proyectos comprometidos en la construcción de la paz; por ello quiero con esperanza, compartirles mi experiencia en la detonación de un proceso, que espero sea cada vez más amplio, de un proyecto pastoral de construcción de paz como eje transversal en un Plan de Pastoral Diocesano. Es un camino surgido a partir de los “signos de los tiempos” (Cfr. Mt 16, 3).
En efecto, la violencia en nuestro país está alcanzando niveles inimaginables y la sociedad, en general, se encuentra como en un marasmo anímico y una parálisis moral, desconcertada y desorientada, por lo inédito de la situación. Sin embargo, para quienes somos hombres y mujeres de fe, sabemos que aun cuando nos vemos sumergidos en la oscuridad del dolor, para nosotros siempre brilla la luz pascual del Señor que disipa las tinieblas del sufrimiento humano y da sentido al mismo, indicando el camino hacia la resurrección.
Hoy más que nunca necesitamos en nuestras diócesis, a partir del Plan Global de Pastoral que se está generando y que ya está impulsando a los Obispos, un plan de evangelización con el eje transversal de construir la paz, que atienda a las víctimas como los primeros que tienen que recibir acompañamiento, consuelo, fortaleza y esperanza y proporcione una manera práctica para vivir el perdón y la reconciliación, ofrecido a través de centros de escucha a víctimas de la violencia, centros de jóvenes por la paz, programas de atención a mujeres víctimas de la violencia, sembradores de paz con los niños y adolescentes de las catequesis, hombres nuevos, familias fuertes, y sin golpes a través de la pastoral familiar, además de la formación permanente de los sacerdotes para ser constructores de paz: capaces de consolar, capaces de dar esperanza, capaces de acompañar a las personas en medio de la violencia y las injusticias, entre muchas otras acciones.
Es en Cristo, el Señor, y en su Evangelio de gracia, de vida, de justicia y de paz que encontraremos la brújula, la inspiración y la fuerza, para salir de esta situación de inamovilidad y comenzar a caminar, guiados por esa luz tenue pero inextinguible de la fe; comencemos a construir, lenta pero inexorablemente, la nueva Iglesia y sociedad que soñamos para nuestro país. Es un proceso pausado, gradual, sostenido, pero, así lo creemos, imparable porque es portador de las semillas, de los valores y principios del Evangelio.
Permítaseme, antes de presentar propiamente, dicho proyecto de construcción de la paz, hacer unas brevísimas reflexiones acerca de la condición en que la violencia nos sume y aquello que ella nos arrebata como personas humanas.
“Historia vitae magistra” (“La historia es maestra de la vida”) sentenciaba Marco Tulio Cicerón. Haciendo caso a ésta ya dos veces milenaria afirmación quiero traer a la memoria algunas reflexiones llevadas a cabo durante los años duros y sangrientos que la humanidad vivió hace un siglo, cuando se sumergía en la noche oscura de las Grandes Guerras. Las trincheras, lo sabemos, fueron un “invento” altamente explotado en la primera parte de la Gran Guerra, donde millones de soldados se encontraron cara a cara con la muerte. Ese lugar fangoso, nauseabundo y claustrofóbico que asemejaba y anticipaba la oquedad de la tumba, como aparente último destino humano, fue, sin embargo, oportunidad y espacio de trascendencia. Desde ahí, las alas del espíritu humano, soplo del aliento divino, se elevaron para soñar y escribir acerca de un nuevo orden de cosas. Escribir es, para el ser humano, una actividad subversiva, que deshace la madeja de la realidad y la rehace anticipadamente. La escritura, fruto de la reflexión, trastoca para siempre las entrañas de lo real y lo preña de nuevas posibilidades.
Franz Rosenzweig (1886-1929), en medio de la metralla y las alertas de gases tóxicos, reflexionaba y escribía, donde y como podía, inclusive en tarjetas postales que llegaban a casa para ir dando forma a lo que sería su obra por excelencia, “Der Stern der Erlösung" (La Estrella de la Redención), que publicó finalmente en 1921. Rosenzweig afronta el problema de la muerte, negada por el idealismo alemán, el cual con su mística y anónima disolución en el todo panteístico hacía de aquélla algo insignificante. Rosenzweig descubre la paradoja de que el miedo a la muerte había engendrado la filosofía y que, al final, ésta había terminado por negar su propia matriz. Y, sin embargo, ante tal negación dialéctica se alzaba la irrefutable realidad de las trincheras donde el instante posterior podía ser el de la propia muerte. Rosenzweig inicia así un camino de reflexión que se abre a la experiencia común a todo ser humano. Experiencia en la que aparecen siempre, de una manera u otra, el mundo, el hombre y Dios. Experiencia en la que se entrelazan estas realidades a través de la creación, la revelación y la redención. Cuando el ser humano toma conciencia de la creación y acepta la revelación es entonces capaz de actuar la redención, que es oferta divina, sí, pero también compromiso y actuación humanos. Acción que es, necesariamente, amorosa; ya que sólo el amor es tan fuerte como la muerte. No existe otra experiencia tan intensa, tan personal, tan definitoria y modeladora como el amor. Amor y muerte, frente a frente. Sin embargo, aquél termina por imponerse; pues, en efecto, el amor es capaz de quitarle a la muerte su aguijón; el amor puede transformar el gélido rostro de la muerte en un gesto sacrificial y redentor; abiertos al Dios creador que se ha revelado, en Él, en su amor, la muerte se transfigura, pues para Él todos viven. De esta forma, desde la muerte se recorre el camino que lleva a la vida, a la vida plena, pues la ofrece el Viviente por antonomasia.
He querido aludir a este pensador porque es, creo, una metáfora de nuestra condición. Hoy también nos encontramos, todavía, en una vorágine de violencia y de barbarie, de deshumanización y de negación del otro, donde la muerte campea y se enseñorea de nuestras calles y poblaciones; paradójicamente, la muerte ahora es “negada”, no con las sutiles argucias del idealismo, sino desde las coordenadas del presentista y cínico nihilismo de la posmodernidad. En él la muerte se banaliza; pues, sólo acontece, ocurre; en efecto, “se” muere, de modo casi anónimo, en masa, sin mayor sentido ni razón. La muerte pierde su densidad, su seriedad, su importancia. Nos acostumbramos a escuchar y saber que “se” muere; perdemos, así mismo, el asombro de saber que “se” mata. Sin embargo, el espíritu humano y, sobre todo, si éste se deja impulsar por el espíritu divino, se levanta una vez más de esta fétida trinchera e inicia su vuelo, primero tímido después impetuoso; comienza imaginando un mundo distinto y posible, una realidad menos cruel y más humana, una relación de la alteridad no de negación sino de aceptación, compresión, inclusión y colaboración.
Permítaseme, un último breve excurso, para hablar de Martin Buber (1878- 1965), a fin de dar un ulterior y radical elemento teórico al trabajo que a continuación presentaré. Recordemos cómo para este pensador existen dos maneras de ser y que ello depende de las dos palabras básicas que el hombre puede pronunciar. Palabras que son, cada una de ellas, dobles. “Yo – Tú” y “Yo – Ello”. El “Yo – Ello” implica una relación impersonal, instrumental y superficial; se esperaría que fuera la relación del hombre con el mundo. El “Yo – Tú”, en cambio, provoca un verdadero vínculo (Beziehung), vivo y personal, que se funda en el encuentro (Begegnung). La palabra “Yo-Tú” humaniza a los que participan en la relación. Sin embargo, lo grave y dramático de la condición humana es que en la palabra “Yo-Ello”, el “Ello” puede ser mutado por un “Él” o “Ella”. Así surge una relación posesiva, destructiva y anti – humana. En esta acción perversa encuentra su origen la violencia y todo género de males. La muerte es el horizonte y, a la vez, el impulso de quien pronuncia esta palabra así grotescamente manipulada y pervertida. Recuperar la diáfana y sonora melodía del “Yo – Tú”, que se pronuncia, valiente, generosa y firmemente por cada persona humana es el trabajo en el que debemos empeñarnos como sociedad y como Iglesia.
EL PUNTO DE PARTIDA DEL PROYECTO
Acerca del inicio del Proyecto de Construcción de la Paz, señalemos algunas informaciones para entender su génesis.
En nuestro país, aún si la violencia ha sido como un mal endémico y omnipresente desde el inicio de nuestra historia nacional, fue, sin embargo, durante los últimos siete años que adquirió un rostro nuevo, cruel y despiadado, rayando en lo demencial. Caímos, ante tal circunstancia, en una parálisis, individual, comunitaria e institucional. Las cifras de los muertos son los titulares de los medios de comunicación tradicionales y los hechos de violencia son tendencia en las contemporáneas redes sociales.
Y así, como se desata una tormenta en medio del mar, de manera casi instantánea y como sin saber de dónde, el país entró, ha entrado en una espiral o escalada de violencia de la que varias generaciones de mexicanos no habíamos tenido conocimiento sino sólo por los libros de historia.
El tema de los números es sólo un aspecto, tal vez el menos trascendente, dado que una sola muerte violenta, un solo acto de extorsión o secuestro, una sola acción violenta dentro de la familia, ameritan la atención y la intervención de toda la sociedad. Sin embargo, digámoslo con tristeza, ni siquiera contamos con cifras confiables. Se afirma que la mayor parte de los delitos no se denuncian, por temor o por desilusión ante la práctica de la justicia y, por su parte, de los delitos denunciados no hay cifras exactas; hay discrepancia entre las diferentes dependencias gubernamentales, amén de la diferencia con las cifras bien intencionadas, pero lo más seguro incompletas, que manejan organizaciones civiles.
Existe, por otra parte, un texto inspirador que como un faro envía luces de esperanza y alienta el compromiso a favor de la paz. Se trata de la Exhortación Pastoral del Episcopado Mexicano “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga vida digna” (México, 2010).
La Iglesia en México, a través de sus ministros y de sus comunidades, ha estado cerca de las víctimas, directas e indirectas, de la violencia y mediante la presencia, la escucha, la solidaridad y la invitación a la esperanza ha contribuido, de alguna forma, a poner un dique a la violencia, con su ola de muerte y destrucción. La reflexión de este trabajo ha dado lugar a la Exhortación Pastoral a la que ya me he referido.
En este contexto, debido a que todos estamos afectados por el flagelo de la violencia, la conciencia, la voz del Espíritu y la voz de nuestras comunidades diocesanas nos urgen a actuar.
EL CAMINO Y ETAPAS DEL PROYECTO
La recepción de la Exhortación Pastoral de los Obispos de México, es una motivación a iniciar un camino para echar andar un Proyecto de Construcción de la Paz.
Creación de la Dimensión Diocesana de Justicia, Paz y Reconciliación.
Esta Dimensión es un organismo que forma parte de la Comisión de Pastoral Social Diocesana y que surge como respuesta de la iglesia local ante la grave situación de violencia e inseguridad que se vive. Tiene la tarea de hacer propuestas concretas y presentar un programa de intervención basado en tres ejes fundamentales:
1) Un proyecto de construcción de paz en las parroquias, teniendo como referente la Exhortación Pastoral “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna”. El objetivo de este proyecto es: “Animar a las parroquias a sumarse a las tareas de la construcción de la paz, ofreciéndoles herramientas y subsidios para organizar acciones que se traduzcan en un cambio social”. Este proyecto debe justificarse con razones sociológicas, teológicas y pastorales. Y así, cada comunidad parroquial tomará conciencia de que no se puede entender una evangelización que no tenga como uno de sus componentes fundamentales el tema de la paz; que es urgente que nuestros procesos pastorales parroquiales asuman con generosidad y responsabilidad el tema de la construcción de la paz. Necesitamos crear en cada parroquia una comisión que anime e impulse el tema de la paz, haciendo énfasis en la transversalidad del tema, es decir, es un asunto de todos, desde los niños, pasando por los jóvenes y por supuesto los adultos. Para ello cada comunidad habrá de buscar los mejores caminos, con creatividad y empeño.
2) Una Jornada Diocesana por la Paz, que consiste en una actividad anual o periódica comunitaria y multitudinaria que busca posicionar el tema de la construcción de la paz en las agendas eclesiales y civiles. El objetivo de este proyecto es: “Celebrar una jornada por la paz que incluya tiempos para la reflexión, para la manifestación pública y para la celebración, dando un lugar especial a las víctimas de la violencia, para promover la conciencia y el compromiso de la construcción de la paz en la iglesia y en la sociedad”. Esta acción hay que justificarla sociológica, teológica y pastoralmente. Quisiera detenerme y presentar, brevemente, éstas dos últimas:
a) Razón Teológica: Jesús rechazó la violencia como forma de sociabilidad y lo mismo pide a sus discípulos al invitarlos a aprender de su humildad y mansedumbre (Cfr. Mt.11, 29). Para romper la espiral de la violencia, recomienda poner la mejilla (Cfr. Mt 5, 39), perdonar siempre (Cfr. Mt 18, 22) y, amar a los enemigos (Cfr. Lc 6, 35), Paradoja incomprensible para quienes no conocen a Dios y/o no lo aceptan en sus vidas. La motivación evangélica que justifica esta recomendación es clara; imitar a Dios (Cfr. Mt 5, 45); el amor a los enemigos hace al ser humano semejante a Dios y en este sentido, lo eleva, no lo rebaja. Así, el discípulo se incorpora en la corriente perfecta del amor divino para salir de sí mismo y construir una humanidad solidaria y fraterna. El discípulo de Jesús debe amar gratuitamente y sin interés, como ama a dios, con un amor por encima de todo cálculo y reciprocidad (Cfr. CNP, 133)
b) Razón Pastoral: Los cristianos, en un contexto de inseguridad como el que vivimos en México, tenemos la tarea de ser “constructores de la paz” en los lugares donde vivimos y trabajamos. Esto implica distintas tareas: “vigilar” que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia y ofrecer el servicio de “ser testigos”, en la convivencia humana, del respeto al orden establecido por Dios, que es condición para que se establezca, en la tierra, la paz, “suprema aspiración de la humanidad”. En esta tarea, nuestro mejor servicio siempre será la formación de la conciencia, que nos permita desenmascarar las intrigas del mal, pues “la violencia nace en el corazón del hombre” (Cfr. CNP, 177).
3) Un programa específico para acompañar integralmente a las víctimas de la violencia, proyecto que debe desarrollarse con una colaboración interinstitucional: Iglesia, Estado, sociedad, empresas, universidades, asociaciones civiles, etcétera.
El objetivo del proyecto de víctimas es: “Ofrecer apoyo profesional multidisciplinario a las personas víctimas de la violencia en sus diferentes formas (muertes, desapariciones, secuestros, intrafamiliar) para facilitarles un proceso de recuperación y sanación psicológica y espiritual y estén en condiciones de responsabilizarse de su vida superando toda forma de victimización”.
Los sucesos actuales provocados por la delincuencia organizada en nuestras poblaciones, llámese nuestro contexto social en el cual se desarrolla nuestra vida diaria, está afectando emocionalmente a la población en general sin distinción alguna de edad, sexo o condición económica.
Las víctimas de la violencia sufren, además de lesiones físicas, un fuerte impacto emocional que puede provocar trastornos psíquicos. A ello se añaden vivencias que afectan su moral y dignidad –como las de la investigación y el proceso judicial–, cambios socio-laborales y reacciones del entorno que influyen de múltiples formas en la evolución de las víctimas y de sus familiares. Sobre este grave problema se suelen difundir más suposiciones, tópicos y prejuicios que datos consistentes e investigaciones rigurosas.
Este proyecto debe tener como finalidad proporcionar una intervención de apoyo y ayuda multidisciplinaria desde psiquiátrica, psicológica, tanatológica, espiritual y médica necesarias para las personas que han sido víctimas y/o sus familiares que han sufrido secuestro, ejecución, desaparición, "levantón", extorsión, etc., en su proceso de recuperación emocional y que siguen inmersas en un dolor convertido en sufrimiento.
Es necesario ofrecerles a estas personas la oportunidad de encontrar nuevamente el rumbo en su vida, producir un cambio es fundamental pues estas personas están atoradas en los sentimientos de impotencia, enojo, frustración y tristeza.
Sumando además el sentimiento de inseguridad, el miedo de salir de casa, pero sobre todo el terror de recordar o vivir nuevamente el episodio traumático. Afectando el desarrollo de sus actividades diarias y elevando su nivel de estrés.
Por otra parte, la muerte de un ser querido es un duro trance ante el que no existe una reacción uniforme. Hay quien actúa como si nada hubiera pasado y hay quien se instala durante mucho tiempo en una fase aguda de depresión y otras patologías, por lo que es fundamental ofrecerles un espacio de diálogo y aprendizaje, así como la intervención necesaria para que puedan elaborar su duelo cuando no sepan a quién recurrir.
EJES CLAVES PARA CONSTRUIR LA PAZ SON:
Oración por la Paz.
Acciones concretas que podemos implementar son: la Eucaristía por la paz; el Rosario por la paz; la Hora Santa por la paz; procesiones por la paz y las víctimas de la violencia; los Espacios Sagrados por las Víctimas de las Violencias; etcétera.
Educar Para la Paz.
Acciones concretas que podemos realizar: buscar y crear espacios en las parroquias y en los decanatos para la formación integral de las personas; asumir en toda la praxis pastoral una nueva metodología que toque los diferentes cuerpos o dimensiones de la persona: físico, espiritual, emocional, intelectual y psicológico; llevar a cabo Jornadas de Formación Técnica en Respuesta en Crisis; ofrecer la Formación de los y las Catequistas como Constructoras de Paz; impulsar desde la Pastoral Familiar, una verdadera educación para la paz a las nuevas generaciones; así como la educación para la justicia y la paz de los jóvenes desde la Pastoral Juvenil.
Crear vínculos y estrategias eclesiales y sociales para la construcción de La Paz, fomentando el diálogo social.
Crear plataformas eclesiales y sociales, así como la participación de la sociedad civil en el proceso de construcción de la paz, es insustituible e impostergable. La situación de crisis de inseguridad y de violencia no es sólo competencia del Estado, sino de toda la sociedad, que asumiendo con responsabilidad las tareas que le son propias, busca y crea condiciones propias para la paz. En este sentido, en la Exhortación Pastoral: “Que en Cristo nuestra Paz, México tenga vida digna”, los obispos de México han señalado algunos elementos indispensables para la formación y la participación responsable de la sociedad en la construcción de la paz (Cfr. CNP, 59 – 66).
La Formación Permanente del Presbiterio para la Construcción de la Paz.
Desde el “Plan de Formación Permanente del Presbiterio”, los sacerdotes entenderemos que tenemos un papel relevante en las comunidades y que por ello tenemos una responsabilidad pastoral y social que cumplir en torno a los sufrimientos y las aspiraciones de la gente. Tenemos la tarea de alentar la esperanza que se desprende del encuentro con Dios, para que la gente no se aísle ni se resigne a la violencia, sino más bien se incorpore activamente a proyectos y acciones de construcción de la paz. Sigamos haciendo nuestro llamado a quienes optan por la violencia y se han convertido en victimarios de sus hermanos para que reconsideren su situación y dejen de hacer daño.
Las acciones que podemos implementar en este eje de construcción de paz son: Cursos y Talleres de Capacitación en Intervención en Crisis y Acompañamiento integral a Víctimas de la Violencia; Ejercicios Espirituales de Sanación y Reconciliación; La Pastoral del Consuelo y de la Esperanza; participación en Diplomado para la Paz y Resolución de Conflictos, etcétera.
Atención Integral a las Víctimas de la Violencia.
Fortalecer las capacidades para acompañar a las víctimas de la violencia de una manera integral.
Cuando las personas o las familias son golpeadas por algunas de las formas de violencia más agresivas, se encuentran en una situación de indefensión y alta vulnerabilidad, que puede derivar hasta en una situación de terror y de encerramiento. En estas situaciones se requiere una gran capacidad para acercarse a las víctimas y para ayudarles a superarlas con los recursos de que disponen. Estamos ciertos de que se puede evitar un daño mayor en las personas y en las familias con el debido acompañamiento integral, según se puedan disponer de herramientas y de acuerdo a sus necesidades. Busquemos ofrecer recursos espirituales y pastorales para que estas personas y familias en situación de mucho dolor puedan recibir el acompañamiento que requieren. El recurso de una comunidad cristiana que acoge y acompaña en la fe, suele ser de mucho valor, lo mismo que el recurso de la palabra de Dios que anima, consuela y alienta la esperanza en las situaciones difíciles. Capacitémonos para escuchar, generando una relación de confianza y de apoyo moral y espiritual, de manera que podamos reducir al máximo los efectos de la violencia en las personas, en las familias y en las comunidades.
Algunas actividades que nos pueden ayudar en esta línea son: Jornadas de Formación y Capacitación; Talleres para el Acompañamiento Integral y de Escucha Empática; Talleres de Primeros Auxilios Psicológicos; Dirección y Acompañamiento Espiritual a Personas Víctimas de Violencias; la creación y funcionamiento de Centros de Escucha en Parroquias focalizadas como de alto riesgo; integración de Equipos Interdisciplinarios y Multidisciplinarios en las Parroquias y la Diócesis para animar el proceso, etcétera.
Capacitación Especializada para la Atención de Emergencias.
La construcción de la paz necesita de pasión, acción y razón. Se requiere, pues, empeñar también la inteligencia a través del estudio, la reflexión, el análisis y la investigación para descubrir las causas puntuales de la violencia y de la inseguridad en el país y en nuestra región y para diseñar con bases científicas los caminos y las estrategias para generar condiciones de paz.
El proyecto de acompañamiento a víctimas tiene tres componentes fundamentales:
a) Fortalecimiento de capacidades. Se trata de adquirir herramientas y conocimientos que favorezcan el desarrollo de iniciativas innovadoras, con creatividad y bajo la lógica de la transformación social, por ejemplo; hay que capacitar a las personas en técnicas de análisis y monitoreo de la realidad, etcétera.
b) Construcción de plataformas eclesiales y sociales. En los procesos de construcción de paz, es muy necesaria la articulación y la colaboración entre los distintos actores de la sociedad, se potencia el trabajo a partir de la cooperación mutua, esto permite la incidencia social y política para lograr las transformaciones.
c) Pastoral para la paz. Es el aterrizaje de las dos líneas anteriores, el proceso de construcción de capacidades y la conformación de plataformas de
apoyo al proyecto de construcción de paz, se traduce en experiencias comunitarias y trabajo de campo en las zonas de influencia.
EL MARCO TEÓRICO Y LA METODOLOGÍA DEL PROYECTO
Este trabajo es guiado por un marco teórico que tiene en su centro a la persona humana integral y que se auxilia de las ciencias sociales para diseñar una estrategia global que tiene que concretarse en los cambios necesarios que permitan condiciones favorables para la paz.
Gráficamente:
Si la persona es el centro de este marco conceptual, nos referimos a las diversas dimensiones de la persona que han de incluirse en el proceso de construcción de la paz. La persona toda, en sus dimensiones corporal, emocional, intelectual y espiritual tiene que asumir un aprendizaje de construcción de la paz. Esto significa que el contacto y los gestos corporales necesitan ser enfocados hacia la paz, que las emociones y sentimientos tienen que ser educados para un manejo constructivo, mientras que las capacidades
racionales, los criterios éticos y la dimensión trascendente de las personas se tienen que asumir de manera que contribuyan a vivir en paz y para la paz.
En este sentido, es fundamental la formación de las personas que vivan la experiencia de la paz, con la capacidad de relaciones constructivas consigo mismas, con el medio ambiente, con las otras personas, y con Dios. Las personas se convierten en sujetos capaces de manejar consciente, intencional y libremente todos sus recursos personales para la construcción de la paz.
El marco conceptual integrado considera cuatro niveles de respuesta que han de asumirse de manera simultánea.
Hay que dar respuestas desde el nivel de las personas con un enfoque de paz en cuanto que éstas se van transformando de ser generadoras de violencia a ser constructoras de paz desde las cuatro dimensiones arriba mencionadas.
Un segundo nivel de respuestas tiene que darse desde las relaciones de equidad, de solidaridad, de respeto y de servicio entre personas mediante espacios comunitarios sólidos y estables como el caso de la familia, las comunidades locales y todos los espacios humanos de relaciones primarias.
Un tercer nivel de respuestas se da en el ámbito de las instituciones, desde las que pertenecen a las estructuras del Estado o públicas, hasta las sociales, educativas, empresariales, religiosas y demás. Cada institución, según su propia naturaleza y campo de acción tiene que ser repensada y reorientada hacia la construcción de la paz. Hay que señalar que en las dinámicas institucionales suele enquistarse la violencia de muchas maneras, desde las brutales hasta las más discretas y sutiles.
Y un cuarto nivel de respuestas ha de venir de las estructuras basadas en marcos legales, que deben ser transformadas para dar paso a condiciones de paz y de justicia.
El marco conceptual integrado se orienta hacia la transformación social como resultante de todo un proceso complejo que contempla tiempos o momentos lógicos:
Para construir la paz es necesario atender las situaciones de emergencia como es el caso de las víctimas de la violencia que ya existen y que necesitan ser atendidas de manera inmediata.
También es necesaria la construcción de capacidades para intervenir de manera eficaz en las diversas acciones relacionadas con las construcción de la paz, como pueden ser la resolución de conflictos, la atención a las víctimas de la violencia, el análisis social, el discernimiento de estrategias, acción política para la paz, acciones no violentas, y demás.
Por otra parte, tiene que tomarse en cuenta la acción directa, a largo plazo, para generar nuevos modelos de desarrollo que incluyan condiciones sociales, políticas, económicas y culturales que favorezcan la justicia y la paz. Se trata de una estrategia de prevención que desactive los factores de la violencia.
Este marco conceptual incluye una utopía que proporcione una orientación histórica a toda la actividad humana y social. La utopía activa la esperanza, una actitud indispensable para la lucha y el esfuerzo, muchas veces de alto riesgo para construir la paz. Sin la esperanza, se desactivan todos los esfuerzos y se desorientan las acciones, con el riesgo de contribuir a más violencia. Por ello, es imprescindible la necesidad de imaginar, de soñar y de crear. Para superar la violencia se necesita aprender a soñar un mundo distinto, sin violencia, en el que se den condiciones distintas a las que le han dado lugar. El gran problema es que se ha perdido esa dimensión utópica del pensamiento y de las actividades humanas y nos hemos acomodado a vivir aprisionados en sistemas y modelos caducos que aprisionan al ser humano y a la sociedad. Nos hemos acomodado a un sistema político grotesco y a un modelo económico inhumano y hemos renunciado a soñar que otro mundo es posible. El sueño abre horizontes para hacer los cambios que se necesitan para construir la paz, desde los cambios más modestos e inmediatos hasta los cambios globales que incluyen estructuras e instituciones. Necesitamos recuperar la capacidad de soñar para volcarnos hacia el futuro que queremos sin evadir la realidad que vivimos para generar cambios en las personas, en las relaciones, en las instituciones y en las estructuras. La construcción de la paz nos pone en condiciones de pensar y de sentir, de imaginar y de actuar desde nuestra realidad, plagada de conflictos, para imprimirles una dinámica transformadora y liberadora hacia el futuro deseado o soñado, sin perder la perspectiva histórica necesaria. No se trata de las utopías que enajenan porque diluyen los conflictos y mistifican las contradicciones sociales; se trata, más bien, de la utopía que nos arrastra hacia el futuro con el poderoso impulso de la esperanza que da a cada experiencia, a cada esfuerzo, a cada actividad, un dinamismo de cambio social.
En la Iglesia sabemos que estamos aprendiendo y que necesitamos repensar y reorientar muchas cosas, desde nuestros espacios institucionales hasta el tipo de relaciones humanas que promovemos. Pero se han abierto muchas expectativas en el sentido de que podemos contribuir a la causa de la paz y podemos alentar a otras instituciones para que contribuyan a esta causa dando un enfoque de paz a todo lo que hacen. Las escuelas y universidades pueden hacer lo propio, y las empresas y los espacios laborales pueden hacer lo suyo. Lo único que necesitamos es empeñar nuestros recursos y espacios institucionales para construir la paz, que incluye necesariamente la justicia y la igualdad. O, en otras palabras, tomar la firme decisión de pasar de ser generadores de violencias a ser constructores de paz.
CONCLUSIÓN
Esta misión urgente y trascendental de construcción de la paz nos corresponde llevarla a cabo a todos los actores sociales. El Proyecto de Construcción de la Paz es una experiencia que debe continuar enriqueciéndose y replicarse en todas las diócesis del país. Construir la paz es humanizarnos, vencer la cultura de la muerte y recuperar esa relación dialógica, espiritual y trascendente que se efectúa entre el “Yo” y el “Tú”; relación en la que está incluido como referente interpersonal el “TÚ”, fundamento de toda relacionalidad y vida en sentido pleno.
Espero que todos, al volver a sus respectivas diócesis, lleven muchas ideas que les ayuden a replantear la manera de hacer pastoral, y hacer caso a la invitación del Papa Francisco, de ir a las periferias y acercarnos a quienes sufren víctimas de la violencia.
Dinamicemos nuestros planes de pastoral enfocándolos en la Construcción de la Paz, tan necesitada en todo nuestro País. Así, estaremos respondiendo a las necesidades de nuestro tiempo y estaremos llevando el anuncio del Evangelio a todos nuestros pueblos.
Hoy más que nunca necesitamos propuestas efectivas para que junto con el Gobierno, las instituciones y las organizaciones, hagamos una plataforma social, superando las agendas particulares, y planteando una agenda común para el bienestar y desarrollo de todos los mexicanos. Necesitamos hacernos sensibles al dolor de las víctimas de las violencias, sobre todo las víctimas del crimen organizado, que ha provocado miles de asesinatos, secuestros, desapariciones forzadas, extorsiones y desplazamientos que son el pan de cada día. Ante esta dolorosa realidad, la sugerencia específica es que formulemos los mecanismo legales e institucionales que permitan acompañar de forma integral a las víctimas, para brindarles la posibilidad de reintegrarse a la vida comunitaria en las mejores condiciones posibles, buscando que desde un enfoque jurídico en derechos humanos, puedan acceder a la justicia y a la reparación del daño y a la convicción de que nunca jamás se repetirán hechos semejantes. La atención a las víctimas de la violencia es fundamental para lograr la paz. No se puede pensar en construir la paz, habiendo tantas personas afectadas por la violencia. Atender a las víctimas es también una cuestión preventiva, ya que ser víctima es la ruta más corta para ser victimario.
Con mi oración, cariño y bendición.
En Cristo, nuestra Paz
+ Mons. Carlos Garfias Merlos
Arzobispo de Morelia