Lecturas del Miercoles, Segunda Semana de Pascua, Ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2012-04-18

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 17-26

En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: - «ld al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.» Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar: - «Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro.» El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando: - «Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo.» El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.

Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

II. Oramos con la Palabra

JESUCRISTO: tu palabra de hoy es de gozo y de esperanza. Porque el Padre te envió para que no perezca ninguno de los que crean en ti, para que el mundo se salve por ti. Y me lo aplico a mí: viniste para que yo no perezca, para que tenga vida eterna, para que me salve por la fe que me une a ti para siempre. ¡Gracias, Señor, gracias!

Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.

III. Compartimos la Palabra

En este Miércoles encontramos en la primera lectura un relato de Hechos de los Apótoles donde se nos narra la liberación de los Apóstoles de la cárcel de Jerusalén gracias a la intervención del ángel o mensajero de Dios. Los Apóstoles habían sido capturados por orden del sumo sacerdote y sus partidarios, los saduceos. Y habían sido capturados no porque hubieran cometido un delito, sino por envidia. La razón, el motivo, pues, no es delictiva.
Hoy mientras leía la primera lectura me ha venido en mente el pasaje del evangelio de Juan cuando Pedro y Juan, van a ver el sepulcro después de que María Magdalena les hubiera predicado que el Señor no estaba allí, sino que había resucitado. Ellos fueron y vieron el sepulcro vacío, sin nadie... Aquí los carceleros encontraron también la celda vacía. Nos encontramos ante un movimiento humano: el de ir a comprobar lo que se nos ha dicho para estar seguros y saber qué es verdad lo que se nos ha dicho. Y, en contraposición, el movimiento divino que no se deja agarrar, no se deja ver, que no se deja atrapar por el movimiento humano. Es precisamente este movimiento divino el que genera la fuerza para predicar a los Apóstoles en el Templo. La Palabra de Dios, la fuerza de Dios, el Espíritu... no puede ser encadenado.

En el pasaje evangélico nos encontramos una parte del diálogo que mantuvo Jesús con Nicodemo, magistrado de Jerusalén. Nicodemo fue a visitar a Jesús por la noche donde se estaba hospedando en Jerusalen. Días antes Jesús había pasado del anonimato (un judío más que había venido a Jerusalen a celebrar la Pascua) a ser considerado entre los habitantes de la ciudad Santa, como el loco que había montado el espectáculo en el Templo tirando las mesas de los cambistas y poniendose a gritar blasfemias contra el Templo. Nicodemo, en cambio, no vió en Jesús un fanático, sino Alguién especial, al menos vió un Maestro. En este contexto hemos de encuadrar nuestro pasaje evangélico de hoy, ya que, encontramos una enseñanza que Jesús a Nicodemo. Pero es una enseñanza que no se esperaba Nicodemo, no es una enseñanza como la del resto de los maestros: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Jesús le ofrece, le revela un gran secreto a Nicodemo y a todos nosotros: la eficacia de la Salvación, el ser plenamente felices, se encuentra no en el inscribirse en una escuela o una doctrina o cualquier tipo de filosofía, sino el acto de creer en el Hijo.

Fray José Rafael Reyes González
Convento de San Clemente - Roma