El Bautismo del Señor, ciclo B

“ Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto ”

NOTA: El Calendario Litúrgico de la Conferencia Episcopal Española dice que se pueden utilizar en esta solemnidad del Bautismo la lectura de Isaías 55, 1-11 y la primera carta de Juan 5, 1-9, como primera y segunda lecturas sustituyendo las de Isaías 42, 1-4 y Hechos 10, 34-38 que se ofrecen como primera posibilidad. Fr. Miguel de Burgos comenta las lecturas de la segunda opción posible, mientras que fr. Gerardo Sánchez Mielgo comenta las ofrecidas como primera posibilidad.

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.

Iª Lectura: Isaías (55,1-11): Buscadme y viviréis

I.1. El “poema” de la primera lectura del día es uno de los textos maravillosos producidos por la teología profética. El llamado Deuteroisaías nos habla de la Palabra de Dios que, como la lluvia, da vida, moviliza todas las energías de la naturaleza. Es un texto que aparece varias veces en los ciclos litúrgicos. El poema es complejo, es decir, no es una pieza homogénea y puede prestarse a varias lecturas y a interpretaciones simbólicas de mucho calado, según las circunstancias. Cierra el ciclo de la parte que se considera el Deuteroisaías y por eso mismo ha podido ser retocado en circunstancias distintas de la transmisión. Tiene dos partes bien claras (vv. 1-5 y vv. 6-11; e incluso se completa con un epílogo vv. 12-13). La primera parte nos habla de la alianza y de su renovación. La segunda es la descripción del camino de Dios por medio de la palabra que da vida.

I.2. Se puede poner de manifiesto en la liturgia de hoy que quien se acerca a escuchar a Dios tendrá vida. ¿Cómo? Por medio de la Palabra que anuncian sus profetas, sus sabios e incluso toda la tierra. El simbolismo de la lluvia y la nieve, símbolos de vida, es algo proverbial. Por eso, aplicado a Jesús que abandona Nazaret para comenzar a hablar como profeta, tiene todo su sentido. A Dios hay que escucharlo por medio de los verdaderos profetas que interpretan la historia, porque toda liberación y restauración es fruto de su palabra.

IIª Lectura: Iª Carta de San Juan (5,1-9): Creer en Cristo y amar a Dios en los hermanos

II.1. La segunda lectura es uno de los textos en los que el autor de esta carta, escribiendo a su comunidad, les propone un cristianismo práctico. No es posible creer en Dios sino aceptando a Jesucristo y por eso, deduce el autor, se han de cumplir los mandamientos de Dios. La polémica está servida en este texto que no solamente es teológico, sino cristológico y eclesiológico. A Dios se le encuentra por medio de Cristo, por la fe. Pero este creer no es el gozo de un mundo estético ni la apologética extremista de que hay que creer en Dios y en Cristo porque no hay más remedio. Porque solamente la fe en Cristo, revelador de Dios, hace posible una vida de fraternidad, es decir, de amor entre los hermanos. A eso nos referimos con la expresión de un “cristianismo práctico”.

II.2. Los mandamientos de Dios, en plural, se reducen a un singular: el amor a los hijos de Dios. Así es como crece la fe más ortodoxa para este cristianismo que se propone al mundo. Esa es la fuerza de la fe que vence al mundo. Porque, para el autor, el mundo no son las cosas, la naturaleza, lo ecológico, sino que el mundo es el desamor, el odio, la guerra, la maldad. Y todo esto no crece en la espesura del bosque o en las hendiduras de las rocas: crece en el corazón humano y está absolutamente personalizado. Y la fe que vence a ese mundo es el amor que se apoya en Jesucristo y se ha revelado por medio de tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (los dos primeros hacen referencia al texto del evangelio de hoy; el tercero, a su muerte).

III. Evangelio: Marcos (1,7-11): El bautismo en el Espíritu

III.1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo. Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental. Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el Espíritu de Dios.

III.2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las primeras comunidades cristianas que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.

III.3. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado en mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios que, como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura