(1626-1667)
Nació en Villaflor de Tenerife, Islas Canarias, España y a los 20 años dejó su isla para trasladarse a Cuba y de ahí a Guatemala. No era clérigo, no era caballero, apenas llevaba encima lo necesario para cubrirse, y no tenía ningún amigo, pero iba a América con la ambición santa de predicar a Cristo.
Pronto lo descubrió en los más pobres y enfermos de la ciudad. De rodillas ante el Niño Jesús, la Santísima Virgen y San José, Pedro exponía en alta voz todas las miserias y necesidades de aquellos hombres y mujeres, de aquellos niños. Para él no había distinciones sociales, solo almas que podían perder el único negocio importante y decisivo: el negocio de su salvación.
Su caridad no le daba reposo. Su esperanza y su fe lo mantenían en vigilia, el oído atento al dolor. Pedro, un hombre sin techo y sin pan, daba de comer al hambriento y vestía al desnudo. Acudía a los ricos y acercándoles la llama de su caridad derretía su egoísmo y encendía la generosidad de aquellos hombres. Su figura seducía: hombres y mujeres se disponían a seguir su ejemplo, y así
pudo fundar la Orden Betlemita, testimonio de su amor a la contemplación de Belén, del Dios Niño.
Fundó la primera escuela de párvulos que registra la historia de la educación en la América Central.
Fue el Hermano Pedro el testimonio vivo de lo que la Iglesia ha hecho y hace por el pobre, el olvidado, el huérfano, en dos mil años de historia. Al mismo tiempo enseñó qué hacer y cómo hacerlo, que es obrar con la Iglesia y de
acuerdo con la Iglesia.
El 30 de julio del 2002, el Papa Juan Pablo II lo declara santo. Desde su beatificación el 22 de junio de 1980, su espíritu está presente de manera extraordinaria en las "Obras Sociales del Hermano Pedro", en la Antigua Guatemala.