Santos Alipio y Posidio

Date: 
Domingo, Mayo 16, 2021
Clase: 
Santo

1. A la sombra de Agustín
La Iglesia conmemora a estos dos santos obispos en un mismo día, el 16 de mayo. Proceden de la misma región y vivieron en la misma época. Ambos nacieron a mediados del siglo IV en Numidia, provincia romana enclavada en el actual territorio de Argelia, y en ella murieron al finalizar el primer tercio del siglo siguiente. Su diversa extracción social abría ante sus ojos horizontes muy distintos. Pero el encuentro con Agustín canceló las barreras sociales y terminó por igualarlos y conducirlos por sendas muy semejantes.
Ambos fueron discípulos de Agustín, convivieron con él en el monasterio, compartieron sus afanes pastorales y colaboraron en sus controversias doctrinales y en la reorganización de la Iglesia africana. Uno y otro fueron pastores y teólogos notables, con identidad bien definida, pero la cercanía de Agustín los envuelve en una luz que difumina las diferencias. La historia ha entrelazado inextricablemente su memoria y la ha asociado de modo indisoluble a la de Agustín. Uno ha quedado para siempre como el amigo entrañable, “el hermano de mi corazón”, diría el santo; y el otro, como el biógrafo más autorizado.
El amigo
Alipio nació en Tagaste en una familia pagana de posición acomodada después del año 354. Consta que era más joven que Agustín, quien fue su maestro primero en Tagaste y luego en Cartago. Muy pronto surgió entre ellos una corriente de mutua simpatía, que dio lugar a uno de los capítulos más hermosos de la historia de la amistad humana. Desde el 375 hasta 391 su vida discurre por los mismos cauces. Coincidieron en Tagaste, en Cartago, en Roma y en Milán. Y juntos recorrieron también el itinerario espiritual que, tras extravíos y desilusiones, los depositaría en brazos de la Iglesia católica.
Dieron su nombre a la secta de los maniqueos, se entusiasmaron con las enseñanzas de los filósofos neoplatónicos, fueron oyentes de san Ambrosio, compartieron la escena del huerto de Milán, que terminó por quebrar sus resistencias, se prepararon al bautismo en la finca de Casiciaco, recibieron juntos el bautismo en la vigilia pascual del año 386, y luego se retiraron a su patria chica, donde durante tres años ensayaron un tipo de vida monástica que dejaría profunda huella en la vida religiosa de Occidente.
Luego sus caminos se separaron. El año 391 Agustín fue ordenado presbítero de Hipona y hacia el 396 fue elegido obispo de la misma ciudad. Alipio permaneció siempre en Tagaste, primero al frente del monasterio y desde el año 395 como obispo de la ciudad.
La separación geográfica no enfrió sus relaciones, como tampoco las había enfriado antes la prevención del padre de Alipio contra el joven maestro de su hijo ni las enfriarán luego (402 y 411) sendos enfrentamientos de sus diócesis por motivos económicos. Ellos continuaron relacionándose con el mismo afecto a lo largo de toda su vida. “Quien nos conozca”, escribió una vez Agustín, “dirá que somos dos cuerpos con una sola alma; tal es la concordia y fidelidad de nuestra íntima amistad” (Ep. 28,1,1). Las cartas, los viajes y la participación en concilios y asambleas eclesiásticas les depararon múltiples ocasiones de encuentro.
Alipio admiraba la ciencia y la brillantez de su maestro; y éste, la serenidad, la rectitud, la bondad y el pragmatismo de su discípulo. Por Agustín, que dedica al amigo páginas inolvidables en las Confesiones, en los Soliloquios y en algunas cartas, sabemos que Alipio era de familia rica, capaz de sufragar sus estudios en Cartago y Roma, pequeño de estatura, sufrido y amigo de los buenos libros; que cursó la carrera de leyes y llegó a abrirse paso en la Administración del Imperio. En el desempeño de su cargo dio muestras de probidad, renunciando a servirse de él para satisfacer su afición a la lectura y oponiéndose a los atropellos de un senador tan poderoso como venal. En su madurez su sentido de la justicia le impulsó a combatir la esclavitud.
Sin embargo, tanto en Cartago como en Roma se dejó arrastrar por la afición desordenada a los juegos del circo, de la que triunfó gracias a la cercanía y a los consejos de Agustín. Pero éste, recordando la frase del Sabio –“Reprende al sabio y te amará” (Prov. 9,8)–, atribuyó la victoria no a sus dotes de persuasión sino a la sabiduría del amigo.
En Tagaste casi toda la población era católica. Esa circunstancia facilitó su labor y le concedió una libertad de movimientos que aprovechó para colaborar con Agustín en la reconstrucción de la Iglesia africana, duramente probada por el donatismo y otras desviaciones doctrinales. Los donatistas reducían el ámbito de la Iglesia a África – “Sólo África huele bien, el resto del mundo está podrido”–, y condicionaban la validez de los sacramentos a la dignidad de su ministro. Agustín y tras él Alipio impugnaron esas ideas, que arrebataban a Cristo el primado de la vida sacramental y sumían en la duda a los cristianos.
Alipio participó activamente en las asambleas, especialmente en la gran conferencia de Cartago del año 411, que puso fin teórico al cisma. En ella brilló por su sentido práctico y sus conocimientos jurídicos. También fue valiosa su intervención en la disputa de Tubursico (397), en la que libró a Agustín de una situación embarazosa. En prueba de la universalidad de su Iglesia, los donatistas presentaron cartas de comunión del concilio de Sárdica. La prueba parecía concluyente y Agustín no acertaba a rebatirla hasta que Alipio le recordó al oído el carácter arriano de ese concilio.
Más preciosa, si cabe, fue su colaboración en la controversia con los pelagianos, que con su excesiva confianza en la naturaleza humana atribuían la salvación a la acción exclusiva del hombre, despojando de significado real a la cruz de Cristo. En 413, cuando Pelagio todavía gozaba de amplio crédito en los círculos eclesiásticos, se asoció a Agustín en la denuncia de los errores contenidos en su carta a la virgen Demetriades; en 416 urgió, en unión con Agustín, Aurelio, Posidio y Evodio, la intervención del papa Inocencio I y al año siguiente previno del peligro pelagiano a Paulino de Nola, poco familiarizado con el lenguaje teológico.
Con la condena de Pelagio por el papa Zósimo (418), concluyó la fase más peligrosa de la polémica. Pero aún quedaba en Italia Juliano de Eclana, teólogo culto y sutil, que proseguiría la lucha hasta la muerte de Agustín. A Alipio le tocó el papel de informador, de correo y de animador. De nuevo Agustín encontró en él la cercanía y el apoyo psicológico que necesitaba para enfrentarse, ya debilitado por los años y las enfermedades, a un adversario tan aguerrido y caviloso. Lógicamente los católicos, por boca de san Jerónimo, asociaron a los dos en loa; y los pelagianos, por la de Juliano, en la aversión.
Estas controversias y el amor a los libros le movieron a emprender largos viajes a Oriente e Italia. El año 391 encontró en Belén a san Jerónimo, quien siempre guardará de él un grato recuerdo. A Italia viajó en 419, 420 y 428. Este viaje, relacionado con la controversia con Juliano de Eclana, es el último episodio conocido de su vida. Tras él desaparece de la escena. Hasta la fecha de su muerte quedó en la sombra. Su nombre fue incluido en el martirologio romano el año 1584. La Orden agustiniana
3. El biógrafo
Posidio era de origen humilde y más joven que Alipio. De su niñez nada se sabe, ni siquiera el lugar de su nacimiento. El año 391 ingresó en el monasterio laical de Hipona, donde recibió su primera educación y trabó un trato con Agustín, que, sin alcanzar la intimidad del de Alipio, se prolongó hasta la muerte con tonos de afectuosa y profunda amistad.
Posidio buscó y acató su magisterio con la veneración del discípulo, colaboró activamente en sus polémicas con donatistas y pelagianos e implantó la vida monástica en su sede episcopal. Este monasterio, junto con los de Tagaste e Hipona, será el baluarte “donde los reformadores de la Iglesia africana encontrarán protección y sosiego, y desde donde lanzarán su ofensiva apostólica. Allí se dedicaban al estudio reposado de las ciencias sagradas y al cultivo de la vida común y la oración. De aquí emanará el buen olor de Cristo que perfumará toda África”.
A su muerte, con el fin de que no cayera en el olvido la memoria de “tan excelente sacerdote”, recogió sus recuerdos y los plasmó en una preciosa biografía, toda ella impregnada de veneración y sinceridad. Agustín, por su parte, le llama “santo hermano y coepíscopo” y en carta al padre de Juliano de Eclana, lo presenta como “santo hermano y amigo mío, en quien hallarás un expresivo retrato mío. Ha sido educado por mí a fuerza de desvelos [...], lo he alimentado con el pan del Señor” (Ep. 101,1).
El año 397 fue llamado a regir la diócesis de Calama, la actual Guelma (Argelia). En ella permaneció hasta el 437, en que fue expulsado por Genserico, rey de los vándalos, que profesaba el arrianismo. Calama era una diócesis muy afectada por el cisma donatista. Durante la persecución de Diocleciano a principios del siglo IV, su obispo entregó los libros sagrados a los paganos. En reacción, gran parte de sus fieles se alineó con los donatistas, que en actos como ése fundamentaban su doctrina, y desde entonces habían sido la fuerza dominante en la diócesis.
Esta circunstancia marcará el ministerio episcopal de Posidio. Desde el primer momento se sumó a la campaña orquestada por Agustín para recuperar la unidad, participando en discusiones, concilios y conferencias. En la conferencia de Cartago del año 411 sus intervenciones fueron netas, lapidarias incluso, y muy atentas a las tácticas dilatorias de los donatistas.
Éstos no asistieron en silencio a sus campañas y trataron de repelerlas con los medios a su alcance. El año 403 le tendieron una emboscada. Posidio fue insultado y apaleado, y sólo se libró de la muerte por el miedo de sus agresores a las consecuencias. Dando muestras de gran magnanimidad, Posidio intercedió por ellos y les condonó la multa que les impuso la justicia: tres kilos y medio de oro.
En 408 sufrió otro ataque, esta vez de los paganos, que también abundaban en su diócesis. Ante la intolerancia de Posidio, que, valiéndose de un decreto del emperador Honorio del año anterior, prohibió las fiestas en honor de Flora, los paganos apedrearon su iglesia y asesinaron a un presbítero. Posidio salvó la vida gracias a un oportuno escondite que halló en su fuga.
Posidio viajó dos veces a Italia: en 408 tras la agresión de los paganos y en 410, enviado por el concilio de Cartago para obtener la revocación del edicto de tolerancia de los donatistas.
Cuando los vándalos invadieron Calama (428), se refugió en Hipona, junto a Agustín, a quien asistió en la última enfermedad. Vuelto a Calama, fue arrojado definitivamente de su sede el 437. A partir de esa fecha su nombre se hunde en la noche de las tinieblas. Una tradición tardía habla de su viaje a Italia en una nave desvencijada y de su muerte en Nápoles, así como del traslado de su cuerpo a Mirándola (Italia), donde habría recibido culto desde el siglo IX. En realidad, su nombre no fue inscrito en el martirologio hasta el siglo XVI.
Entre el 432 y el 437 compuso la Vita de Agustín y compiló la lista de sus escritos. La Vita es de tipo suetoniano, realista y poco dada a milagrerías y exageraciones. Narra la vida de Agustín a partir de su conversión, su conducta privada y pública y los últimos días de su vida. Sin intentarlo dibuja también un retrato de su autor, siempre honrado y modesto.