El recién graduado maestro llegó feliz a su primer día de clases. Venía ilusionado, lleno de planes y proyectos que pensaba compartir con sus alumnos. Entró a su salón y se quedó un momento en la puerta, disfrutando del aroma de los pupitres recién barnizados y el olor a 'nuevo' de los útiles escolares apilados en el estante.
Entró, puso sus cosas en el cajón del escritorio, sacó punta a su lápiz, puso el gis y el borrador en la base del pizarrón y se sentó a esperar.
Ya anticipaba con ternura conocer al que alborotaría a todo el salón con sus travesuras; ya sentía ilusión de ayudar al más lento en aprender; y casi no podía esperar para sentirse orgulloso del que más empeño pusiera y más aprovechara...
Reacomodó sus cosas y siguió esperando. Se sentía alegre pensando en lo mucho que disfrutarían sus alumnos este curso y lo útil que les resultaría todo lo que quería enseñarles. A las ocho de la mañana sonó la campana que anunciaba el inicio de las clases. Se puso de pie; escuchó los pasos de los alumnos, cada vez más cerca. Entonces los vio pasar frente a su puerta y seguir de largo. De inmediato se dirigió al umbral y comprobó que todos entraban a otros salones. No eran sus alumnos. Alguien le informó que los suyos no habían llegado; se habían ido 'de pinta'...
Esta anécdota la platicó un anciano maestro, entrevistado en un programa de radio en el que compartió su experiencia de cuarenta años como profesor. Dijo que a pesar del tiempo transcurrido nunca se le había olvidado lo triste, decepcionado y frustrado que se sintió ese día, pues lo que un maestro quiere es tener alumnos.
Recordé sus palabras la otra tarde cuando al leer la Biblia me topé con ese texto en el que, en una de las pocas definiciones que dio de Sí mismo, Jesús se llamó 'el Maestro' (ver Jn 13, 13). Pensé: si Dios es Maestro, sin duda, al igual que ese profesor, también quiere alumnos. Y se ha de sentir triste y frustrado cada vez que nos vamos 'de pinta' y no queremos atender lo que quiere enseñarnos. Así pues, como discípulos del Maestro, sin duda estamos llamados a mantenernos en una actitud de permanente aprendizaje; vivir cada circunstancia de la vida preguntándonos qué querrá Dios que aprendamos de ella, y estar muy atentos a descubrir las mil y un maneras como nos manifiesta sus enseñanzas, no sólo a través de Su Palabra, sino también a través de situaciones y personas; sin cerrarnos jamás a la posibilidad de aprender algo allí donde jamás lo hubiéramos esperado... Un día quizá te permita pasar por una situación difícil que te enseña a ser más paciente; otro día te hace sentir la fuerza con que te sostiene, para que aprendas a confiar más en Él, y así a cada momento, todo se vuelve pretexto para recibir una oportuna lección del Maestro.
Así como la respuesta a Dios que nos habla es la escucha, la respuesta a Dios que es Maestro es el aprendizaje. Aquel que pidió que nos hiciéramos como niños para poder entrar en el Reino (ver Mt 18,3) espera de nosotros que no perdamos esa avidez infantil por saber, preguntar, descubrir algo nuevo cada día.
Supe de un padre de familia que todas las noches durante la merienda les preguntaba a sus hijos: '¿qué aprendieron hoy?', y esperaba que cada uno respondiera algo que valiera la pena. Esperaba de ellos que hubieran aprovechado el día no para acumular conocimientos (como lo comprobó uno de ellos que en una ocasión, para salir del paso buscó a último minuto algo en la enciclopedia para mencionar que eso había aprendido, pero no se salió con la suya) sino para crecer en cuanto hace a una persona más humana, más serena, más sabia en el mejor sentido de la palabra. Conocer que enfrentarían la pregunta cada noche hacía que cada uno de los hijos se la pasara buscando de veras aprender algo que pudiera compartir con los demás para enriquecerlos.
Esta semana se celebra el día del maestro. Podríamos aprovechar la ocasión para comenzar a celebrar también el día del alumno disponiéndonos a vivir en adelante como pupilos de ese Dios Maestro que nos tiene preparadas muchas lecciones, pequeñas y grandes, todas útiles y necesarias para aumentar nuestra fe, amor y esperanza.
Dice el dicho que 'todos los días se aprende algo'. Como creyentes qué bueno sería preguntarnos siempre, al final de cada jornada: '¿qué ha querido Dios enseñarme hoy?