2012-06-11 L’Osservatore Romano
Hoy, lunes 11 de junio, el Centro universitario de estudios del pensamiento de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI inicia su actividad en Bydgoszcz, Polonia. E inicia con una reflexión sobre el sumo valor, que se convierte también en forma de toda virtud, es decir, el agàpe, la cáritas, aquella «fuerza extraordinaria (...) que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz» (Caritas in veritate, 1).
Si la Iglesia afronta de modo sistemático el tema social y económico (como ha hecho a partir de la Rerum novarum de León XIII) no lo hace porque tenga una competencia específica de carácter económico, sino porque es «experta en humanidad», como le encantaba decir a Pablo VI. La Iglesia no teme ofrecer su propia voz a las grandes preguntas del hombre, que conciernen a su verdad y su futuro. Y entre estas preguntas está también la de la economía. Se trata de reconocer que la doctrina social de la Iglesia no es «una teoría moral ulterior respecto a las ya muchas disponibles en literatura, sino una “gramática común” a todas estas puesto que está fundada en un punto de vista específico, el de hacerse cargo del bien humano» (Tarcisio Bertone, La ética común en la doctrina social de la Iglesia, 2008).
Existe un vínculo decisivo entre economía, ética, política, filosofía y religión. «Sobre este aspecto, la doctrina social de la Iglesia ofrece una aportación específica, que se funda en la creación del hombre "a imagen de Dios" (Gn 1, 27), algo que comporta la inviolable dignidad de la persona humana, así como el valor trascendente de las normas morales naturales. Una ética económica que prescinda de estos dos pilares correría el riesgo (...) de amoldarse a los sistemas económico-financieros existentes, en vez de corregir sus disfunciones» (Caritas in veritate, 45).
Dignidad del hombre y normas éticas naturales, a la luz de fe y razón, son los dos «faros» que, en el magisterio social y, más en general, en el pensamiento de Benedicto XVI iluminan el camino real para un obrar correcto en el complejo mundo de hoy, ofreciendo una esperanza fiable al hombre contemporáneo, evitando el riesgo de que «la sal se vuelva insípida y la luz se quede escondida» (carta apostólica La puerta de la fe, n. 3).
Tarcisio Bertone