2012-06-19 L’Osservatore Romano
Aún queda mucho por hacer para realizar «la verdadera renovación litúrgica» auspiciada por los padres conciliares, sobre todo en lo que respecta a la participación plena de todos los cristianos en la celebración eucarística. Es cuanto reconoce Benedicto XVI en el mensaje a los participantes en el quincuagésimo Congreso eucarístico internacional de Dublín, transmitido por vídeo al final de la Statio orbis de clausura, presidida el domingo 17 de junio, por el cardenal legado Marc Ouellet, en el “Croke park” de la capital irlandesa.
El Pontífice —aun afirmando que, a la luz de cuanto se ha realizado en la Iglesia universal desde el Vaticano II, el resultado obtenido ha sido «claro y muy grande»— no ocultó que «ha habido muchas incomprensiones e irregularidades». No se ha captado bien, dijo, que la invitación a la renovación de las formas exteriores «pretendía hacer más fácil entrar en la intimidad profunda del misterio» para «llevar a la gente a un encuentro personal con Jesús». En cambio, en algunos casos, «la revisión de las formas litúrgicas ha permanecido en un nivel exterior y la “participación activa” se ha confundido con la actividad externa».
De aquí la necesidad de completar la renovación litúrgica para ayudar a los fieles «a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado». La Eucaristía, corroboró de forma contundente Benedicto XVI, debe suponer una ocasión para redescubrir en Jesús el alimento para nuestra fe. Un alimento que les ha faltado evidentemente a aquellos «sacerdotes y personas consagradas» que, subrayó, han cometido «pecados horribles», abusando «de personas confiadas a sus cuidados» y por encima de todo minando «la credibilidad del mensaje de la Iglesia».
El Pontífice concluyó su mensaje pidiendo al Señor que «nos toque en profundidad» para ayudarnos a ser realmente «testigos de su amor» y de «su verdad». Una esperanza relanzada también en el Ángelus recitado por la mañana en la plaza de San Pedro. No al azar Benedicto XVI quiso recordar que Dios obra maravillas precisamente a través de nuestras debilidades. De hecho, recurriendo a las parábolas propuestas por la liturgia dominical, puso el acento sobre la fuerza del grano de mostaza, representada precisamente por su debilidad, y sobre el poder que irradia cuando nace el brote.