San Juan Fisher y Santo Tomás Moro. El primero obispo de Rochester y el segundo canciller de Inglaterra constituyen dos ejemplares perfectos del humanismo cristiano. Procedentes uno de Cambridge y el otro de Oxford, demostraron que se puede ser amigo de Erasmo, conocer el griego y el hebreo además del latín, y llevar a la vez una vida austera en sus exigencias íntimas y matizada con un humor que no es ajeno en modo alguno al Evangelio. Uno y otro, en fin, testimoniaron hasta dar su sangre que, fieles a la Corona en todo lo que le corresponde al César, no se sometían en su fe más que al sucesor de Pedro.
Juan Fisher nació en 1469. Nombrado obispo de Rochester en 1504, llamó la atención por su humildad, su amor para con los necesitados y el fervor de su oración, así como por la fuerza de su pluma en la controversia contra el Protestantismo.
Tomás Moro era nueve años más joven. Casado por dos veces y educador ejemplar como padre de familia, legó su nombre a la historia de las letras con su célebre Utopía (1516), aun cuando sus conocimientos alcanzaban a todos los dominios. En 1529, Enrique VIII le eligió para canciller a fin de que arreglara de la mejor forma posible el asunto de su divorcio. Fue entonces cuando Fisher y Moro se unieron estrechamente para rechazar el reconocimiento de la supremacía espiritual del rey sobre la Iglesia de Inglaterra. El martirio, que es «la perfecta expresión de la fe», recompensó su fidelidad a la Iglesia romana. Juan Fisher, que acababa de ser nombrado cardenal, fue decapitado en Londres el 22 de junio de 1535; Tomás Moro pereció de la misma manera el 6 de julio. Santo Tomás Moro no sólo fue Lord Canciller de Inglaterra bajo Enrique VIII, sino también un hombre de leyes, un teólogo, un filósofo y un autor. Pese a todos sus talentos, Santo Tomás Moro es más recordado por su integridad.
La vida Santo Tomás Moro, y especialmente su muerte, son un tributo a su integridad. Cuando rehusó firmar el Acta de Sucesión que establecía que los hijos de Enrique VIII con su segunda esposa, Ana Bolena, eran herederos legítimos del trono, Enrique lo apresó, juzgó y finalmente decapitó. Santo Tomás sabía cuando rehusó firmar que perdería la vida, pero se mantuvo en su postura. «Muero como buen sirviente del rey, pero Dios es lo primero.» Dado que Santo Tomás Moro era a la vez un hombre de leyes y un político, seguramente que pudo haber concebido alguna vía de escape en el marco de la ley, pero su no disposición a ir en contra de su conciencia es un extraordinario ejemplo de integridad.
En nuestro mundo cada vez más centrado en sí mismo, la honradez y la integridad parecen a menudo tener poco valor. Todos los días oímos de robos, escándalos y mentiras a monumental escala. Podemos empezar a preguntarnos si tiene algún sentido tratar de seguir siendo honrado. Santo Tomás Moro nos muestra que lo tiene, pues la integridad no es sólo algo que nos pongamos o quitemos conforme nos plazca. La integridad es una virtud para todas las estaciones.
Pío XI lo canonizó en 1935.