Lecturas del Lunes, Décimocuarta Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Lun, 2012-07-09

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Oseas (2,16.17b-18.21-22):

Así dice el Señor: «Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día –oráculo del Señor–, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.»

Sal 144 R/. El Señor es clemente y misericordioso

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas. R/.
Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias. R/.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,18-26):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos.
Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

II. Compartimos la Palabra

A mediados del siglo VIII a. C., surgió el profeta Oseas en el reino del Norte, continuando la labor de Amós. Su vida personal fue un drama, pero quizá le dolió más el drama de la infidelidad de su pueblo con respecto a Dios. La historia de Oseas revela la postura de Dios con su pueblo entonces, y con nosotros ahora.

El Evangelio nos muestra a dos personas en busca angustiosa de Jesús, en busca de Dios. ¿Búsqueda teologal o un tanto egoísta? Probablemente ambas cosas, como casi siempre entre nosotros, los humanos. Pero, lo importante y, para nosotros, impactante, es que lo buscaron y lo encontraron, o, si preferís, que se dejaron encontrar por Dios.

Un hombre importante pide un milagro

Se llamaba Jairo. Tenía fe, por eso acudió a Jesús. Jairo era jefe de la sinagoga de Cafarnaún, pero ni el cargo ni el dinero podían solucionarle el problema de su hija. Por eso acudió a Jesús pidiéndole que fuera a su casa y la curara. Mientras iban, sucedió lo inevitable, la niña murió y, creyendo que ya no había nada que hacer, por delicadeza hacia Jesús, quiso “no molestar más al Maestro”. En aquel momento tomó Jesús la iniciativa con aquellas palabras tan consoladoras: “No temas”. E infunde confianza a aquel hombre hundido, pidiéndole “que tenga fe”. Y, ya en casa, con fe y sin plañideras, vuelve a la vida la niña por las palabras y poder de Jesús.

Jairo tenía fe, pero tan incipiente e imperfecta que no veía claro que Jesús fuera un Dios de vivos cuando su hija había muerto. Pero, ante las palabras de Jesús, cree, no hace caso de “delicadezas” de muerte que le aconsejan “no molestar al Maestro”, se acerca con Jesús a su casa, expulsa a las plañideras, símbolo de muerte, y con Jesús, símbolo de vida, consigue el milagro. 

Una mujer sin importancia pide, también, un milagro

Se llamaba… ¡perdón!, no lo sabemos y tampoco es importante. Ha pasado a la historia como la Hemorroísa, “la que tenía una hemorragia crónica”, el Evangelio habla de doce años. Su encuentro con Jesús tuvo lugar mientras éste iba hacia la casa de Jairo. Junto y en medio de la multitud que se agolpaba alrededor de Jesús, se acercó tímidamente a él para, sin que se diera cuenta, como una más entre los que lo apretujaban, rozar sencillamente su manto; sabedora de que, sólo con ese gesto, el milagro podía producirse. Ella no podía pedir, como Jairo, que fuera a su casa, no estaba al frente de sinagoga alguna, no era importante, era mujer, una mujer enferma y con una enfermedad que la convertía en impura. Pero, se conforma con un milagro pequeño, sin que ni siquiera se dé cuenta el interesado. ¡Quién es ella para abusar de su precioso tiempo! Le basta tocarle el manto. Y, como buena mujer, lo logra. Y se cura. Y los detalles que, luego, tiene Jesús con ella, hasta oír lo más consolador: “Vete en paz y con salud”.

Un hombre y una mujer creyentes

Prototipos de hombres y mujeres de todos los tiempos, con convicciones y alguna que otra seguridad. Y, muy humanos, con problemas y dificultades a las que han hecho frente decididamente, hasta que se impuso la evidencia y comprobaron que, humanamente hablando, ya no podían más. Por eso acudieron a Jesús, Jairo abiertamente, ella a escondidas, con la timidez propia de una mujer enferma, un tanto desesperada y legalmente impura. Pero, acudieron y oyeron a Jesús lo inimaginable. “No temas, basta que tengas fe”, le dijo a Jairo. “Tu fe te ha curado”, dijo a la mujer. Siempre la fe. La fe que les llevó a acercarse a Jesús pidiendo su intervención. Intervención, que, aunque no lo diga el Evangelio, marcó un antes y un después en su vida entera.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino