Señor presidente,
venerados hermanos,
amables señores y señoras:
Hemos vivido un momento de escucha realmente intenso y enriquecedor para nuestro espíritu, y por esto damos gracias al Señor. Deseo expresar viva gratitud al maestro Daniel Barenboim y a todos los músicos de la West-Eastern Divan Orchestra que durante su gira estival han querido ofrecerme este concierto, en el día de la fiesta de san Benito. De este modo, me han permitido no sólo gozar personalmente de su óptima ejecución, sino también participar más directamente en su recorrido, iniciado hace trece años precisamente por usted, maestro, junto con el señor Edward Said, ya fallecido. Saludo cordialmente al presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, a quien doy las gracias por su presencia y por haber impulsado esta iniciativa. Y mi agradecimiento se dirige también al cardenal Ravasi, que ha introducido el concierto con tres hermosas y significativas citas. Extiendo mi saludo a las demás autoridades y a todos vosotros, queridos amigos.
Podéis imaginar la alegría que me produce acoger a una orquesta como esta, que surgió de la convicción, más aún, de la experiencia de que la música une a las personas, más allá de cualquier división; porque la música es armonía de las diferencias, como acontece cada vez que se inicia un concierto, con el «rito» de afinar las cuerdas. Con los múltiples timbres de los distintos instrumentos se puede formar una sin-fonía. Pero esto no sucede de forma mágica, ni automática. Se realiza sólo gracias al empeño del director y de cada uno de los músicos. Un empeño paciente, fatigoso, que requiere tiempo y sacrificios, con el esfuerzo de escucharse mutuamente, evitando excesivos protagonismos y privilegiando el mejor éxito del conjunto.
A la vez que expreso estos pensamientos, mi mente se dirige a la gran sinfonía de la paz entre los pueblos, que nunca se realiza plenamente. Mi generación, así como la de los padres del maestro Barenboim, vivieron las tragedias de la segunda guerra mundial y del Holocausto. Y es muy significativo que usted, maestro, después de lograr las metas más altas para un músico, haya querido poner en marcha un proyecto como el de la West-Eastern Divan Orchestra: un grupo en el que tocan juntos músicos israelíes, palestinos y de otros países árabes; personas de religión judía, musulmana y cristiana. Los numerosos reconocimientos que han recibido usted y esta orquesta demuestran, al mismo tiempo, su excelencia profesional y su compromiso ético y espiritual. Lo hemos percibido también esta tarde, escuchando las Sinfonías Quinta y Sexta de Ludwig van Beethoven.
También en esta elección, en esta unión de las dos Sinfonías, podemos ver un significado interesante para nosotros. Estas dos celebérrimas Sinfonías expresan dos aspectos de la vida: el drama y la paz, la lucha del hombre contra el destino adverso y la inmersión tranquilizadora en el ambiente bucólico. Beethoven trabajó en estas dos obras, en particular en su conclusión, casi simultáneamente. De hecho, fueron ejecutadas por primera vez juntas —como esta tarde— en el memorable concierto del 22 de diciembre de 1808, en Viena. El mensaje que quiero sacar hoy es este: para llegar a la paz es necesario comprometerse, dejando de lado la violencia y las armas; comprometerse con la conversión personal y comunitaria, con el diálogo, con la búsqueda paciente de posibles acuerdos.
Así pues, damos las gracias de corazón al maestro Barenboim y a la West-Eastern Divan Orchestra por habernos dado testimonio de este camino. A cada uno de ellos les expreso mi deseo y mi oración para que sigan sembrando en el mundo la esperanza de la paz a través del lenguaje universal de la música.
¡Gracias y feliz velada a todos!