Lecturas del Martes, Decimosexta Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mar, 2012-07-24

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Miqueas 7,14-15.18-20:

Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. ¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.

Sal 84,2-4.5-6.7-8 R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira. R/.
Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad? R/.
¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 12,46-50:

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»

II. Compartimos la Palabra

“El Señor volverá a compadecerse y arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos”

El texto de hoy comienza con una súplica a Dios por su pueblo, recordando los prodigios que Yahveh ha realizado con Israel a lo largo de su historia. Es una nostalgia del pasado, pero la misericordia de Dios es infinita a pesar de que el pueblo ha olvidado su bondad alejándose de Él, adorando falsos dioses, no queriendo escuchar las continuas denuncias que hacen los profetas Oseas y Amós, desestimando sus amenazas, a pesar de que siempre se han cumplido las promesas de YHWH.

El profeta Miqueas ruega, y al ver su arrepentimiento, anuncia gozoso la restauración que Dios va a realizar. Ocurrirá como en los tiempos pasados: Dios reunirá a su pueblo porque ha perdonado su maldad; sus enemigos se avergonzarán y reconocerán el poder salvador de Yahveh. Miqueas clama alabando a Dios: ¿qué Dios hay como tú, que perdonas la maldad y pasas por alto el pecado?

El Dios siempre piadoso, volverá a compadecerse de su pueblo y arrojará al mar sus pecados. Será el Dios fiel, como lo fue con sus padres Abraham, Isaac, Jacob…

No olvidemos, el amor de Dios no tiene límites, siempre está dispuesto a perdonarnos y acogernos a pesar de nuestras debilidades e ingratitudes.

“¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?”

Jesús tenía mucha gente en torno a Él para escucharle, por eso su madre y hermanos, que querían acercarse, no pueden hacerlo fácilmente. Alguno de los presentes le pasa la voz: tu madre y tus hermanos quieren verte. Jesús aprovecha la oportunidad para darnos una hermosa lección. No es que rechace a su madre, pues basta recorrer las páginas de la Escritura que se refieren a Ella para descubrir el amor profundo de Jesús hacia su Madre. Aquí, Jesús quiere recordarnos que en el reino hay lazos más fuertes que los de la sangre. La gran familia de Dios está formada por todos los que buscan la voluntad de Dios y la ponen en práctica. Los que creemos en Cristo formamos la gran familia cristiana, la sangre que corre es la fuerza del Espíritu, un amor que es más fuerte que cualquier otro amor que proceda sólo de otros sentimientos humanos, muy nobles y muy queridos por Dios, pero con límites, familiares o de sólo amistad. La gran familia cristiana no tiene fronteras, acoge a todos y trata de cumplir la voluntad de Dios que brota del mandamiento universal del Amor.

Pidamos fuerza para poder vivir así nuestro amor fraterno.

Hna. María Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario