Fraternidad entre los pueblos

El deseo de Benedicto XVI en vísperas de los Juegos Olímpicos

El maligno busca siempre arruinar la obra de Dios sembrando división en el corazón humano y en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales. Los XXX Juegos Olímpicos ofrecen la ocasión de vivir "una experiencia de fraternidad entre los pueblos". Un deseo que expresó Benedicto XVI ante los peregrinos que acudieron a Castelgandolfo a rezar el Ángelus el domingo 22 de julio. De hecho, el Papa evocó el espíritu de la "tregua olímpica" refiriéndose a la antigua Grecia y el cese de combate que se pedía a los beligerantes para garantizar a los atletas que llegaban a Olimpia el paso seguro por territorio enemigo.

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra de Dios de este domingo nos vuelve a proponer un tema fundamental y siempre fascinante de la Biblia: nos recuerda que Dios es el Pastor de la humanidad. Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos a buenos pastos, donde podamos alimentarnos y reposar; no quiere que nos perdamos y que muramos, sino que lleguemos a la meta de nuestro camino, que es precisamente la plenitud de la vida. Es lo que desea cada padre y cada madre para sus propios hijos: el bien, la felicidad, la realización. En el Evangelio de hoy Jesús se presenta como Pastor de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Su mirada sobre la gente es una mirada por así decirlo "pastoral". Por ejemplo, en el Evangelio de este domingo se dice que, "habiendo bajado de la barca, vio una gran multitud; tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas" (Mc 6, 34). Jesús encarna a Dios Pastor con su modo de predicar y con sus obras, atendiendo a los enfermos y a los pecadores, a quienes están "perdidos" (cf. Lc 19, 10), para conducirlos a lugar seguro, a la misericordia del Padre.

Entre las "ovejas perdidas" que Jesús llevó a salvo hay también una mujer de nombre María, originaria de la aldea de Magdala, en el lago de Galilea, y llamada por ello Magdalena. Hoy es su memoria litúrgica en el calendario de la Iglesia. Dice el evangelista Lucas que Jesús expulsó de ella siete demonios (cf. Lc 8, 2), o sea, la salvó de un total sometimiento al maligno. ¿En qué consiste esta curación profunda que Dios obra mediante Jesús? Consiste en una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona en ella misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo. En efecto, el maligno intenta siempre arruinar la obra de Dios, sembrando división en el corazón humano, entre cuerpo y alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, y también entre el hombre y la creación. El maligno siembra guerra; Dios crea paz. Es más, como afirma san Pablo, Cristo "es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad" (Ef 2, 14). Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical, Jesús, el Buen Pastor, tuvo que convertirse en Cordero, "el Cordero de Dios... que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Sólo así pudo realizar la estupenda promesa del Salmo: "Sí, bondad y fidelidad me acompañan / todos los días de mi vida, / habitaré en la casa del Señor / por años sin término" (22/23, 6).

Queridos amigos: estas palabras nos hacen vibrar el corazón, porque expresan nuestro deseo más profundo; dicen aquello para lo que estamos hechos: la vida, la vida eterna. Son las palabras de quien, como María Magdalena, ha experimentado a Dios en la propia vida y conoce su paz. Palabras más ciertas que nunca en los labios de la Virgen María, que ya vive para siempre en los pastos del Cielo, donde la condujo el Cordero Pastor. María, Madre de Cristo nuestra paz, ruega por nosotros.

Después de la oración, el Papa, al dirigirse a los fieles procedentes de numerosos países, expresó entre otras cosas, su dolor por las víctimas de la violencia en Denver, Estados Unidos, y por las del naufragio en Tanzania.

(En inglés) Me ha causado profunda conmoción la insensata violencia que se ha registrado en Aurora, Denver, y tristeza por la pérdida de vidas en el desastre de la nave cerca de Zanzíbar. Participo en el dolor de las familias y de los amigos de las víctimas y de los heridos, especialmente de los niños.

Asegurándoos a todos mi cercanía en la oración, imparto mi bendición como prenda de consuelo y de fortaleza en el Señor resucitado. Dentro de algunos días, en Gran Bretaña comenzarán los Juegos Olímpicos. Envío mis saludos a los organizadores, a los atletas y a los espectadores; y rezo para que, en el espíritu de la tregua olímpica, la buena voluntad generada por este evento deportivo internacional pueda dar fruto, promoviendo la paz y la reconciliación en todo el mundo. Sobre cuantos estarán presentes en los Juegos Olímpicos de Londres invoco las abundantes bendiciones de Dios Omnipotente.

(En italiano) Las Olimpiadas son el mayor evento deportivo mundial, en el que participan atletas de muchísimas naciones, y como tal reviste también un fuerte valor simbólico. Por ello la Iglesia católica lo contempla con particular simpatía y atención. Oremos para que, según la voluntad de Dios, los Juegos de Londres sean una verdadera experiencia de fraternidad entre los pueblos de la Tierra.

(©L'Osservatore Romano - 29 de julio de 2012)