2012-07-31 Radio Vaticana
jesuita Guillermo Ortiz
REFLEXIONES EN FRONTERA
(RV).- Lleva un bastón para ayudarse como los peregrinos que caminan lejos. Camina herido en una pierna, pero sin embargo no se detiene. No se detiene porque tiene un objetivo; sabe lo que quiere. No vagabundea buscando satisfacerse hoy y mañana verá. Quiere, desea y tiene la determinación deliberada hoy –y la sostiene cada día- de llegar a la fuente inagotable de la consolación de Dios, que sacia definitivamente. Para gozar allí la corriente profunda de vida verdadera en el amor. Es decir desea y busca lo máximo.
Esta determinación efectiva y afectiva por encontrarse con Jesús, le da a Ignacio de Loyola un aspecto de “loco por Dios” -como lo definen los que en su camino cruzan palabras con él, porque ya del inicio le fascinaba la “conversación espiritual”-. Es que se trata de una verdadera obsesión, porque nada, ni nadie lo distrae o lo dispersa. Y si se le presenta el mismo demonio vestido de luces encantadoras, lo descubre y rechaza con el sabio ejercicio de la oración y el discernimiento. De esto se convierte en un maestro inigualable, al nivel de los “doctores” de la Iglesia.
Antes de su conversión sí, gustaba del vagabundeo vanidoso y bravucón. Hasta que el mismo Dios frenó este ímpetu violento hacia el vacío, con una bala de cañón en Pamplona.
En su convalecencia en Loyola fue que descubrió la diversidad de pensamientos y sentimientos que lo movían y aprendió a distinguir cada vez mejor cuales eran inspiración de Dios y cuales no. Es así que empieza a caminar según las “mociones” espirituales de Dios, rechazando las que no son de Dios.
Los santuarios marianos establecieron la primera parte de su peregrinación, un camino físico que después que pasa por tierra santa -para tocar lo mismo que toco Jesús a quien quiere conocer internamente para amarlo cada vez más, seguirlo y servirlo mejor-, termina en Roma a los pies del Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.
Elegido por sus compañeros superior de la nueva Orden religiosa, el peregrino presenta al Papa Pablo III, las Constituciones de la Compañía de Jesús. A este punto, se trata ya de una peregrinación espiritual que desde el mismo corazón de la Iglesia y al servicio del Papa, quiere llevar a todo el mundo el gozo del perdón de Dios; la consolación de permanecer en su amor para siempre.
Lloraba lleno de gozo hasta cuando miraba las estrellas y decía: “Basta, basta, ya se de quién me están.”