Lecturas del Lunes, Decimoctava Semana del Tiempo Ordinario

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Lun, 2012-08-06

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Sal 96, 1-2. 5-6.9 R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro. 1, 16-19

Hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo no nos fundábamos en invenciones fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: “Éste es mi Hijo Amado, en Él me he complacido”. Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10

Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “ Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Éste es mi Hijo amado, escuchadlo”.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús…
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.

II. Compartimos la Palabra

El astronauta Jeffrey A. Hoffman, en una de sus misiones espaciales en abril de 1985, leyó desde el espacio un pasaje que nos puede introducir muy bien en la fiesta de la Transfiguración. Entresaco algunos párrafos: “No se puede permanecer en la cumbre eternamente, hay que descender de nuevo… Quien está arriba sabe lo que está abajo, pero quien se queda abajo no sabe lo que hay arriba. Uno escala, ve, desciende. Luego, ya no ve nada más. Pero ha visto. Hay un arte de conducirse a sí mismo en las regiones bajas por el recuerdo de lo que uno ha visto en las regiones altas. Cuando no se puede ver ya, se puede seguir sabiendo por lo menos, que existen las cosas de arriba”.

Subida al monte

A nadie extraña que también este misterio tenga lugar en el monte. A Jesús le gustaba el monte, por eso se retiraba con frecuencia allí para orar, para descansar, para charlar con sus discípulos y, aunque no lo dice el Evangelio, para gozar del espectáculo que esconde siempre la montaña. Pero, subir cuesta esfuerzo, y sólo los esforzados se deciden a intentarlo. Los discípulos predilectos tuvieron la experiencia maravillosa de la Transfiguración porque, siguiendo la invitación de Jesús, subieron antes al monte. Pero, eran como nosotros, normalmente más dados al valle, al asfalto. Pero, porque subieron, fueron testigos del misterio. 

Transfiguración

El marco del misterio es un contexto de oración de Jesús en la montaña, de diálogo con su Abbá. Se hacen presentes los dos personajes bíblicos quizá más significativos para el pueblo de Israel. Y en medio de ese marco, lo central del misterio, la voz del Padre, la que se había escuchado en el bautismo de Jesús: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. Escuchadlo”. El Padre avala y arropa así la persona de Jesús.

“Al oír esto, los discípulos caen de bruces, llenos de espanto”. ¿Miedo a Dios? Posiblemente ni ellos lo supieran. El hecho es que Jesús, una vez más, tiene para ellos las palabras más cariñosas que uno se pueda imaginar: “Levantaos. No temáis”. Podía haber añadido: porque yo estoy y seguiré estando con vosotros. Y se tranquilizaron. Y aquélla fue su transfiguración. No sé cuál será la nuestra, pero de lo que estoy cierto es que, si subimos a la montaña, también oiremos la voz del Padre pidiéndonos que le escuchemos y seamos consecuentes con cuanto nos diga. 

Bajada del monte

Jesús, al final, despierta a sus discípulos de sus sueños irreales, invitándoles a bajar con él a lo vulgar, al asfalto, a reconciliarse con los hombres y, en particular, con los que no fueron admitidos a subir a la montaña. La tentación seguirá siendo siempre las “tiendas” en la cima, los escapismos y huidas de la realidad. Puede que hoy más que nunca sea urgente “bajar”, acoger, acompañar, escuchar. Ser testigos de lo que vimos y experimentamos arriba ante quienes no han tenido esa experiencia.

El 3 de abril de 1968, Martin Luther King pronunció el discurso “I’ve been to the Mountaintop” (“He ido a la cima de la montaña”): “Yo he ido a la cima de la montaña. Y ya no me importa morir, aunque, como a cualquiera, me gustaría vivir una vida larga. Pero lo único que me preocupa ahora es realizar la voluntad de Dios, porque él me ha permitido ascender a la montaña. Y, desde allí, he visto la tierra prometida”.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino