2012-08-08 L’Osservatore Romano
¿Por qué tanta violencia contra los cristianos en ciertas partes del mundo? ¿Es posible que se trate solamente de motivaciones ideológicas? ¿O se cree que se debe silenciar la voz de los cristianos porque van a contracorriente frente a la tendencia hacia donde se dirige la humanidad? ¿O es que representan una comunidad indefensa y, por consiguiente, fácil de atacar sin correr muchos riesgos, para imponerse en el escenario mundial del terror con fines políticos? ¿Es posible promover justicia y paz reconociendo libertad de religión para todos? Y ¿cómo se pueden alcanzar objetivos de igualdad global, a través de soluciones verdaderamente éticas de la crisis que afecta al mundo? En una palabra, ¿cuál es la actualidad del «Bienaventurados los artífices de paz» que propuso el Papa para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2013? Preguntas que puntualmente se vuelven a plantear cuando las noticias que llegan del mundo -la última precisamente es del lunes 6 de agosto por la tarde y habla de quince muertos causados por un nuevo ataque contra una iglesia cristiana en Nigeria- aumentan la lista de muertos a causa de su fe y demuestran la urgente actualidad de los continuos llamamientos a favor de la paz lanzados por el Pontífice. Hemos buscado algunas respuestas en la conversación con el cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, con el que hablamos de las dificultades que atraviesan hoy los cristianos en varias partes del mundo. El cardenal –precisando que no quiere entrar en lo que será el mensaje del Papa para la Jornada mundial de la paz de 2013 y que sólo quiere expresar opiniones personales, maduradas durante su larga experiencia pastoral vivida en contextos difíciles- ha ofrecido algunas claves para interpretar la situación actual.
Los cristianos en el mundo cada vez con mayor frecuencia son objeto de violencia, o incluso de persecución. ¿Cree usted que detrás de estos episodios hay sólo motivaciones religiosas, o tal vez el motivo debe buscarse en el hecho de que en algunos países los cristianos son blancos indefensos y por tanto fáciles de alcanzar, y las matanzas se convierten en instrumentos de presión para otras finalidades?
Eso es verdad, en parte. En muchísimas situaciones los cristianos son objeto de violencia, a veces sufrida físicamente, pero en ocasiones también psicológicamente. El objetivo, seguramente, es lo que un cristiano representa. Un credo, un punto de vista desde el cual se mira lo que acontece en el mundo, un estilo de vida que tiene su propia identidad. Los que nos denigran dicen que pertenecemos en cierto modo al Medioevo, al pasado, aunque no tienen nada que lo demuestre. ¿Los cristianos son un blanco sensible porque están indefensos y, por tanto son fáciles de atacar? Es difícil responder. Ciertamente, en muchas partes del mundo, sobre todo en África, nuestras iglesias están construidas no precisamente donde hay mayor densidad de población. Más bien, se prefiere edificarlas en lugares más cercanos a las misiones, a las casas de los sacerdotes, y los cristianos, para acudir a ellas, deben realizar un pequeño viaje, como si fuera una pequeña peregrinación. En cambio, las mezquitas de los musulmanes siempre están en lugares más frecuentados, en medio de sus fieles. Por eso, probablemente, tal vez estamos más indefensos. Pero yo diría que defenderse no forma parte de nuestra naturaleza. Creemos que no debemos hacerlo a causa de nuestra religión. Creemos en un Dios que no necesita ser defendido. Sólo necesita ser amado, conocido, testimoniado. Nuestra pertenencia a la Iglesia no se alimenta de pensamientos sobre cómo defendernos, sobre cómo imponer nuestro culto. Sólo pensamos en cómo dar testimonio de Dios. Los demás tal vez tienen un punto de vista un poco diferente al nuestro. Piensan que la religión es algo que se debe defender, que su dios es un dios que se debe defender. No, este no es precisamente el modo de concebir nuestra fe, nuestra misión. Las estructuras sociales de la Iglesia están entre la gente, son para la gente, sin ningún tipo de distinciones. Vivimos en medio del pueblo todos los días, para restituir esperanza, para transmitir un mensaje de amor, el mensaje de Dios. Cuando debemos invocarlo en algunos casos, sobre todo en mi África, lo hacemos juntos, a veces en lugares apartados, para no molestar. Si otros por esto nos consideran débiles y objetivos que se pueden atacar fácilmente, eso no significa que nos dejaremos desalentar en el cumplimiento de nuestra misión: esta misión es y seguirá siendo la de dar testimonio, convencidos de que en Dios no hay nada que temer.
Mario Ponzi