(1863-1921)
Textos de L'Osservatore Romano
La beata María Margarita, fundadora de las Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón, se distinguió por su espíritu de oración y de reparación, y por su intensa dedicación a las obras de misericordia en el campo de la enseñanza y la asistencia social.
María Margarita Caiani (en el siglo, María Ana Rosa) nació en Poggio Caiano, diócesis de Pistoya (Italia), el 2 de noviembre de 1863. Desde la infancia mostró una inclinación especial a la oración y a la práctica de la caridad. En 1893 entró con una amiga en el monasterio de las benedictinas de Pistoya, pero salió para atender a un enfermo grave, que rechazaba los sacramentos. Se dedicó a la educación e instrucción de los niños. Abrió una escuela, donde con una amiga enseñaba a los muchachos y muchachas los primeros rudimentos del saber y la doctrina cristiana. El 6 de noviembre de 1896 María Ana Rosa y dos jóvenes más dejaron sus casas para vivir en comunidad y dedicarse a la santificación propia, atender a la catequesis, al apostolado y a la enseñanza en la escuela, asistir a los enfermos y a los moribundos. En 1901 escribió las primeras constituciones. En 1902 vistieron el hábito religioso y María Ana Rosa tomó el nombre de sor María Margarita del Sagrado Corazón. En 1905 hicieron la profesión religiosa las seis primeras hermanas; María Margarita llamó a la pequeña familia Religiosas Mínimas del Sagrado Corazón. Pocos meses antes de morir la fundadora, la congregación fue agregada a la Orden Franciscana. Falleció el 8 de agosto de 1921. El instituto contaba ya con más de doscientas religiosas distribuidas en 21 casas.
La beatificó Juan Pablo II el 23 de abril de 1989.
********************
De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de beatificación (23-IV-1989)
«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34).
El poder del mensaje de la caridad fue captado por María Margarita Caiani mediante la contemplación de Cristo y de su Corazón traspasado. A la luz del amor divino, revelado en el divino Salvador, Margarita aprendió a servir a los hermanos entre la gente humilde de su tierra toscana, y quiso ocuparse de los más necesitados, de los últimos: los niños marginados, los muchachos del campo, los ancianos, los soldados víctimas de la guerra, internados en los hospitales militares. Y a sus hijas espirituales, las hermanas Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón, les enseñó a servir al prójimo con intención de reparar las ofensas hechas al amor de Cristo y a inspirarse siempre en este amor para el ejercicio de su caridad.
El horizonte de la caridad querido por el «mandamiento nuevo», de hecho, no tiene límites, siendo un precepto que llama a todo creyente a compartir el infinito amor de Cristo. Es la caridad de Jesús que, haciéndose regla y norma, eleva el alma a participar de su obra e implica a nuestras pobres fuerzas de tal modo que llegan a ser signo y sacramento de la misma caridad de Dios. El espacio, la amplitud del amor cristiano, se mide con la amplitud del amor divino. En la meditación de la pasión y del misterio del Corazón de Cristo traspasado, María Margarita Caiani pudo darse cuenta de que convenía «reparar», es decir, compensar con una conciencia más profunda del precepto de la caridad, la incomprensión de los hombres hacia el amor infinito y misericordioso de Dios. Entre las invitaciones fundamentales hechas a las hermanas, se encuentra también la siguiente: «Consolaréis al dulce Jesús y repararéis tantas injurias como recibe su amabilísimo Corazón» (cf. "Cartas circulares", 27 de diciembre, 1918).
[Cf. L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 23 y del 30 de abril de 1989]