Escrito por Mons. Enrique Sánchez Martínez
Esta semana el Sr. Arz. Dn. Héctor González Mtz., bendijo e inauguró la primera etapa de la Casa Sacerdotal “San Luis Bátis”. Una Casa que ya alberga a los primeros sacerdotes enfermos de nuestra Arquidiócesis, con todas las comodidades y atenciones que ellos necesitan. Un grupo de religiosas, un sacerdote y un buen grupo de fieles laicos los atienden.
Lo ha hecho posible la solidaridad de nuestro presbiterio y el cariño y generosidad de los laicos. Un patronato formado por laicos comprometidos seguirá con la construcción de lo que falta hasta terminarla.
Es una institución de la Arquidiócesis de Durango que, de acuerdo a la pastoral sacerdotal, tiene como objetivo atender las necesidades de los sacerdotes, humanas y espirituales (de la salud, acompañamiento en la ancianidad y la invalidez), de quienes, siguiendo el llamado del Señor, han entregado su vida al servicio de los demás en el ejercicio de su ministerio. Un hogar sacerdotal ubicado en el corazón mismo de la diócesis, un lugar de encuentro y de fraternidad que permita a los mayores sentir de cerca el reconocimiento y el afecto de aquellos a quienes sirvieron con alegría y entrega. Es una verdadera casa de todos.
Es el lugar o el espacio donde los sacerdotes que lo necesiten, encuentren el ambiente de una espiritualidad sacerdotal adecuada, de acogida, reposo y atención, que les ayuden a vivir esa nueva etapa de su vida uniéndose y testimoniando así a la pasión de nuestro Señor.
Se brindará apoyo y acompañamiento en la última etapa de su vida: la tercera edad, su ancianidad. Ahí podrán recibir atención y cuidados médicos, proporcionándoles acompañamiento después de alguna intervención quirúrgica. Recibirán atención y acompañamiento en alguna enfermedad incurable o degenerativa. Reconocemos en ellos a Cristo sacerdote que ofrece su vida como una oblación agradable al Padre y que es señal de bendición y de presencia sacramental (pues el sacerdote es sacramento de Cristo) para nuestra comunidad Arquidiocesana.
No hay dos personas que respondan del mismo modo a los retos de la tercera edad, y esto es importante considerarlo cuando hay que cuidar a los ancianos. El dolor que experimenta el enfermo se describe como una experiencia con varios aspectos cruzados entre sí y esto es, de tipo físico, psicológico, social y espiritual.
Todo esto nos muestra claramente que el sufrimiento espiritual, o “sufrimiento del alma” es real y que es importante que seamos conscientes de esto. El sufrimiento interesa todos los aspectos de nuestra personalidad: físico, emotivo, intelectual, espiritual. Un sufrimiento diagnosticado de naturaleza física no se refiere sólo al cuerpo, sino a todas las demás dimensiones de nuestro ser. El dolor es provocado no sólo por el disturbio, sino también por una ruptura con el normal funcionamiento del cuerpo, del intelecto, de las emociones y del espíritu. Esto es más importante aún en la tercera edad.
Como cristianos cuando pensamos en el dolor espiritual, pensamos inmediatamente a Jesús en el huerto del Getsemaní, o en la cruz, o en San Juan de la Cruz y en la “Noche oscura del alma”. Se experimenta dolor espiritual cuando hay rechazo, desarmonía y desintegración. Nada tiene sentido. Los valores en los que habíamos basado nuestra vida parecen que ya no tienen importancia y que se desintegran antes de esta experiencia de vida tremenda y actual. El dolor espiritual nace, por tanto, cuando los principios más importantes en los cuales hemos basado nuestra existencia ya no concuerdan con nuestra actual experiencia de vida y en realidad están en un estado de conflicto.
No es fácil pasar de ser un sacerdote activo y darse cuenta que se está enfermo o que ha llegado al final. El esfuerzo que hacemos para comprender y ayudar a las personas a redescubrir el significado de la vida puede restituir la voluntad de vivir. El amor en la forma de asistencia puede volver a dar significado a la vida.
Como es obvio, el dolor no gusta a nadie, y los agentes sanitarios tratan admirablemente de eliminarlo, pero esto no vale necesariamente también para el dolor espiritual. No se puede suministrar una aspirina para el dolor espiritual. El dolor espiritual no es un problema que puede resolverse, sino “un interrogante que debe ser vivido”. Debemos caminar junto con la persona, incluso si no tenemos respuestas, pero debemos ayudarla más bien a encontrarse consigo misma.
La oración en la vida del sacerdote es fundamental, lo hacemos a todas horas. Sin embargo, cuando se está enfermo todo cambia. Escuchemos al cardenal Bernardin: “He transcurrido una sola noche en la unidad de terapia intensiva; luego me han llevado mi cuarto, donde he experimentado las dificultades que moralmente encuentran las personas después de la cirugía intensiva. Quería orar, pero el sufrimiento físico me oprimía. Recuerdo haber dicho a los amigos que me visitaban: Oren mientras están bien, porque cuando os enfermaréis podrías no estar en condiciones de hacerlo. Ellos me miraban estupefactos y yo les repetía: Estoy sufriendo tanto que no puedo concentrarme en la oración. Mi fe está siempre presente, pero estoy demasiado preocupado por el sufrimiento. Me recordaré que debo decir a los sacerdotes y a los parroquianos que desarrollen cada vez más una fuerte vida de oración en los momentos mejores de su vida, de manera que puedan recibir apoyo en los momentos más tristes”. ¡Qué enseñanza!
Durango, Dgo., 12 de Agosto del 2012
Obispo Auxiliar de Durango