2012-08-21 L’Osservatore Romano
Cuando Giuseppe Sarto, el futuro Papa san Pío X, maduraba la vocación sacerdotal y daba los primeros pasos de joven sacerdote en la zona rural véneta, cultivó una pasión singular: la de construir relojes solares. Nació en Riese en 1835 de una familia no rica, pero sí sólida en el hábito del trabajo y los principios cristianos, distinguiéndose en particular durante los estudios «por la gran destreza en la solución de problemas tanto algebraicos como geométricos» y «por la claridad de ideas y por muchos conocimientos precisos incluso en los problemas matemáticos», don Giuseppe Sarto, consagrado sacerdote a los 23 años en la catedral de Castelfranco, fue nombrado inmediatamente capellán en Tombolo como ayudante del párroco don Antonio Costantini. Y fue allí donde, incluso en medio del intenso trabajo pastoral y manual por el que viene apodado «movimiento perpetuo» —precisamente en la perspectiva del servicio—, logra dedicarse a su mucho menos destacada actividad de constructor de relojes solares. «Construyó uno sobre una pared de la casa parroquial de Tombolo», donde, por lo demás, él no habitaba, e hizo otros para los pueblos vecinos, donde se extendía rápidamente su fama de inspirado predicador. Obra suya fue el reloj de la iglesia de Fontaniva, bajo el cual el 19 de marzo de 1904 fue inaugurada una inscripción para recordar la construcción por parte de quien mientras tanto se había convertido en Pío X.
No es difícil pensar que, una vez convertido en Pontífice, su antigua pasión por la observación astronómica aplicada se armonizase con la línea de su predecesor León XIII, que, entre otras cosas, había re-fundado la Specola Vaticana. Fue Pío X quien quiso en 1904 a Pietro Maffi y bajo su consejo, en 1906, nombró para dirigirla al jesuita austriaco Johann Georg Hagen, astrónomo destacado y estimado a nivel internacional, que cambió decididamente la finalidad del observatorio de meteorológico a astronómico.
Se dice que un día el párroco de Fontaniva, en audiencia ante Pío X, se lamentaba que que su reloj no estaba funcionando muy bien. Parece que el Papa respondió con una de sus bromas: «¡Entonces yo no era infalible!».
Isabella Farinelli