Escrito por Mons. Rodrigo Aguilar Martínez
Se ha iniciado el año escolar 2012-2013, que involucra a alumnos, maestros, personal administrativo y de servicio, y muchas familias que entran en nuevo ritmo después de las vacaciones. Esperemos que haya renovada disposición de aprovechamiento.
Sabemos que la actividad escolar debe dirigirse no sólo a lo intelectual, sino a todas las facultades humanas, para que sea una educación integral. De esta manera, es importante no sólo memorizar conceptos, sino aprenderlos sabiamente, o sea no solo en perspectiva del examen, sino sobre todo para la vida. Esto incluye el aprender amando aquello que se conoce; o sea que los conocimientos no sólo lleguen a la razón, sino también al corazón. En otras palabras, se trata no sólo de saber más, sino de amar lo que se sabe, de esta manera las ideas-fuerza se convertirán en convicciones que orienten el proyecto de vida y se traduzcan en acciones correspondientes.
La etapa de enseñanza-aprendizaje tiene mucho de siembra. Hay que hacerlo con paciencia y esperanza, cultivando conocimientos, afectos, destrezas y normas que se sustenten en valores humanos y trascendentes.
Hay que estar alerta a la mentalidad relativista actual, que puede llevarnos sólo a satisfacciones emotivas basadas en “me gusta, lo hago”, “no me gusta, no lo hago”. La verdad, el bien y la belleza van más allá, a una valoración no sólo emotiva, sino también racional y con una afectividad superior: “vale la pena, de suyo conviene, entonces lo busco y lo hago” aunque pudiera no gustarme; que, por otro lado, si eso que vale la pena también me gusta, la fuerza motivacional será mucho mayor.
Esto, expresado de manera breve y concisa, se realiza y puede iluminar cada proceso de decisión. Normalmente en un solo día realizamos muchas decisiones, algunas de ellas velozmente y sin detenernos mucho en ello, pero hay otras que requieren más cuidado, por la trascendencia y las posibles consecuencias o frutos para nuestra vida: por ejemplo no es lo mismo decidir qué ropa ponerse o, en cambio, qué materias opcionales elegir, o en qué personas depositar la confianza para la amistad.
Cada momento de la enseñanza-aprendizaje supone y refuerza la libertad y la responsabilidad, valores que son centrales para la persona. La libertad y la responsabilidad son un don que se nos concede, pero en semilla, de modo que también son una tarea, a fin de hacer crecer dichos valores y que den fruto en nuestra vida, estudio, relación y en los encargos o servicios que se nos vayan encomendando y cuyo ejercicio va forjando nuestro carácter.
Es bueno hacernos algunas preguntas: ¿Cómo me siento al inicio de este año escolar? ¿Qué pretendo este año? ¿Qué significa eso para mí? ¿De qué manera estoy dispuesto a recibir ayuda de otros? ¿De qué manera estoy dispuesto a ofrecer ayuda a otros? ¿Cómo entra Dios en todo esto: no cuenta para nada o, por el contrario, es la Fuente y la Motivación principal? Efectivamente, Dios es el Origen y la Meta: De Dios venimos y a Dios estamos llamados a volver. De esta manera, la enseñanza-aprendizaje del año escolar es una posibilidad para crecer en la conciencia de nuestro grandioso Punto de partida: Dios – y también del avance consistente hacia nuestra Meta última: también Dios. Esto no es alienación, sino la plenitud de la vida humana. Cuando los valores humanos armonizan con los valores religiosos, centrados en Dios -el Valor máximo-, se tiene la mayor trascendencia posible del ser humano. Dios no nos esclaviza, sino que nos sostiene y acompaña en este lento y fatigoso pero apasionante camino de la vida, del cual el año escolar es una parte significativa y en el cual seremos constantemente bendecidos por Dios. Desde luego, no basta la bendición de Dios, hay que recibirla y hacerla fructificar con nuestra respuesta libre y también responsable.
Obispo de Tehuacán