Escrito por Mons. Fernando Mario Chávez Ruvalcaba
Homilía XXI Domingo Tiempo Ordinario Ciclo B.
1.- INTRODUCCION.
Con este domingo vamos a cerrar nuestras reflexiones homiléticas de estos últimos domingos, que han tenido como base bíblica, el sexto capítulo del evangelio de San Juan, quien nos ha trasmitido las enseñanzas de Jesús, acerca del Pan de Vida.
Hoy concluimos nuestras consideraciones de fe, al terminarse el capítulo sexto de San Juan. El tema que se precisa para este domingo, se saca de las tres lecturas del día, en las cuales se hace referencia a la libertad para optar por Cristo o por las cosas e intereses de este mundo. Está en juego nuestro destino final que corona nuestra existencia aquí en la tierra para abrirnos al don de la vida eterna.
2.- OPTAR POR CRISTO.
En la primera lectura que hemos proclamado, se narra la renovación de la Alianza que Josué en su ancianidad y como sucesor de Moisés, propone en nombre de Dios al pueblo de Israel. La renovación de la Alianza entre las doce tribus de Israel y el Señor, es un momento importante y decisivo en el camino de la historia de la salvación. Josué, junto con su familia se declaran públicamente ante el pueblo, como seguidores fieles de la voluntad de Dios expresada en esa Alianza, fundada en última instancia en el amor de Dios para su pueblo y la correspondencia del pueblo a ese amor. Esa opción de Josué con su familia, motivó también la elección que el pueblo proclamó: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, él hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.
En la plenitud de los tiempos, que se anunció con los hechos de la historia de Israel, como la renovación de la Alianza que convocó Josué en Siquem; Jesús, con su Persona divina unida a la humanidad que tomó para pactar la Nueva Alianza, ofrece las disyuntivas que ante el Reino que proclama y su evangelio, se pueden presentar con el fin de elegir a Cristo, Salvador de los hombres y del universo entero.
Cuando Cristo revela que él es el Pan de la Vida que da vida eterna, propone la necesidad de elegir entre él y su reino, frente a todas las opciones o disyuntivas que se pueden dar: elegir los bienes de este mundo que son transitorios y perecederos; optar por el propio egoísmo y conveniencias egoístas de placer, orgullo, afán de poder temporal, seguridad basada en el poder caduco “del hombre por el hombre” con el olvido, rechazo e indiferencia para con Dios que se manifiesta definitivamente por Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Se trata de elegir a Cristo en el misterio de su tránsito pascual: pasión, muerte y resurrección por encima de todas las cosas que el hombre sueña tener, cayendo muchas veces en la idolatría y en el apego inconsiderado a los bienes y hermosura del mundo que pasa. Ciertamente Cristo pasa entre nosotros y con su luz de redención y salvación, nos muestra el camino que debemos elegir para conquistar ya desde este mundo, la vida perdurable del cielo.
Todo lo anterior queda de manifiesto, cuando Jesús al revelar que él es el Pan Vivo bajado del cielo, que quien come su carne y bebe su sangre tiene vida en sí mismo y que será resucitado por él en la trascendencia inmortal del paraíso, muchos de sus discípulos “se escandalizaron” y ya no quería seguirlo, entendían la enseñanza de Jesús en sentido antropófago y no con el sentido espiritual y a la luz de la fe. Otros estaban con dudas y perplejos...fue entonces que Cristo interpeló seriamente a sus discípulos, si también ellos querían dejarlo. Se trataba ya de una opción con empeño y entrega generosa por el Reino que Jesús instauraba como la voluntad del Padre eterno, en orden a la liberación y salvación de todos los hombres de buena voluntad. La salvación es fruto conjunto de la gracia divina y de la respuesta absolutamente libre de los hombres. Sin libertad amorosa no existe salvación para este tiempo del mundo y para la trascendencia del más allá.
3.- CONCLUSION.
Toda elección encierra una renuncia. No se pueden tener todas las cosas que ambicionamos, porque al decidirse por una, necesariamente debemos dejar otras. Elegir a Cristo, es decidirse en la plenitud de la libertad asistida por la gracia y el poder de Dios, por el Reino de los Cielos. Es llegar a la plenitud del amor que corresponde a la entrega que Jesús ha hecho de sí mismo para llenar de consuelo, firme esperanza y alegría, a todo aquel que inmerso en el mar infinito del amor divino – humano de Jesús, conquista ese Reino.
Hoy podemos decir con San Pedro ante la pregunta del Señor: “¿También ustedes quieren dejarme? Simón Pedro le respondió: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
¡Que esta Eucaristía nos fortalezca y nos haga ser fieles en nuestra opción definitiva por Cristo y por el Reino de los Cielos en el amor de Dios y de los hombres, más allá de lo que nuestro pobre corazón por debilidad y flaqueza quiera optar, separándose para siempre del único camino que conduce seguro a la conquista de la felicidad imperturbable que no morirá jamás!...
Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas a 26 de agosto de 2012.
Obispo Emérito de Zacatecas