San Leodegario nació hacia el año 616. Sus padres le enviaron a la corte del rey Clotario II, quien le confió al cuidado de su tío Didon, obispo de Poitiers, el cual nombró a un sacerdote para que le educase. Leodegario hizo rápidos progresos en el saber y todavía más rápidos en la ciencia de los santos. Por sus méritos y habilidades, su tío le nombró archidiácono de la diócesis cuando apenas tenía veinte años. Después de recibir el sacerdocio, Leodegario se vío obligado a encargarse del gobierno de la abadía de Saint-Maxence, un puesto que desempeñó seis años. Cuando tenía cerca de treinta y cinco años fue nombrado abad. Su biógrafo le pinta como un hombre que inspiraba más bien temor: «Como poseía conocimientos de derecho civil, era severo en su juicio de los laicos. Por otra parte, su conocimiento del derecho canónico hacía de él un excelente maestro del clero. Los placeres de la carne no le habían ablandado, de suerte que trataba con suma severidad a Ios pecadores». Se dice que introdujo la Regla de San Benito en su monasterio que, por lo demás, necesitaba de su dura mano de reformador.
santa Batilde, regente de Clotario III en el reino de los Francos, llamó a san Leodegario a la corte y, el año 663, le nombró obispo de Autun. Dicha sede había estado vacante dos años, pues la diócesis estaba muy dividida y los cabecillas de un partido mataban a los del otro para apoderarse del gobierno. El nombramiento de san Leodegario aplacó las desavenencias, y Ios partidos se reconciliaron. El santo se consagró a socorrer a los pobres, a instruir al clero, a predicar frecuentemente al pueblo, a decorar las iglesias y a fortificar las ciudades. En un sínodo diocesano puso en vigor muchos cánones para la reforma de las costumbres del pueblo y de los monasterios. Según decía, si los monjes fuesen como debían ser, sus oraciones preservarían al mundo de las calamidades públicas.
El rey Clotario III murió el año 673, cuando san Leodegario llevaba ya diez años como obispo. En cuanto recibió la noticia, se trasladó a la corte y ofreció su apoyo a Childerico, quien logró triunfar de los manejos de Ebroín, mayordomo del palacio de Neustria. Ebroín fue desterrado a Luxeuil. Childerico II gobernó con acierto mientras supo escuchar los consejos de san Leodegario. La influencia del santo al principio del reinado de Childerico era tan grande, que algunos documentos le consideran como el mayordomo de palacio. Pero el joven monarca, que era de carácter muy violento, acabó por abandonarse a los impulsos de su voluntad y contrajo matrimonio con su prima, sin obtener la dispensa necesaria. San Leodegario le amonestó en vano. Ciertos nobles aprovecharon la ocasión para poner en duda la fidelidad del santo durante la Pascua del año 675, cuando Childerico se hallaba en Autun. A duras penas logró san Leodegario salir con vida de la prisión y después fue desterrado a Luxeuil, donde se hallaba todavía su rival Ebroín. Pero un noble llamado Bodilo, a quien Childerico mandó azotar públicamente, asesinó al monarca, a quien sucedió Teodorico III. San Leodegario pudo entonces volver a su sede y fue recibido con gran júbilo en Autun. Ebroín volvió también del destierro de Luxeuil y se dirigió a Borgoña. Ahí reunió un ejército y atacó a san Leodegario en Autun. En vez de huir, éste organizó una procesión con las reliquias de los santos alrededor de las murallas de la ciudad y se prosternó delante de cada una de las puertas a rogar a Dios que protegiese al pueblo, mostrándose pronto a morir por él. Los habitantes de Autun defendieron valientemente la ciudad. Pero, al cabo de algunos días, san Leodegario les dijo: «No sigáis combatiendo. Lo que quiere el enemigo es mi cabeza. Enviemos a algunos de nuestros hermanos a enterarse de las condiciones en que están los contrarios». El duque de Champagne, Waimero, respondió a los legados que la única condición era que entregasen al obispo. Entonces Leodegario salió valientemente fuera de la ciudad y se entregó a los atacantes.
Al punto le fueron arrancados los ojos. El santo soportó la tortura sin una queja y no permitió que le atasen las manos. Waimero le llevó consigo a Champagne. Ahí le devolvió el dinero que había robado durante el saqueo en la iglesia de Autun, y san Leodegario lo envió a dicha ciudad para que fuese distribuido entre los pobres. Ebroín se convirtió en el amo absoluto de Neustria y de Borgoña. So pretexto de vengar la muerte del rey Childerico, acusó a san Leodegario y a su hermano Gerino de haber participado en la conspiración. Gerino fue lapidado en presencia de san Leodegario. El Martirologio Romano celebra la fiesta de este mártir el día de hoy. Ebroín no podía condenar a san Leodegario antes de que fuese depuesto por un sínodo, pero aprovechó la oportunidad para tratarle en la forma más bárbara, ya que mandó cortarle la lengua y los labios. Después le confió al cuidado del conde Waring, quien le encerró en el monasterio de Fécamp, en Normandía. Ahí sanó milagrosamente san Leodegario y recobró el habla. A raíz del asesinato de su hermano Gerino, había escrito una carta a su madre, que era religiosa en Soissons, para felicitarla por haber abandonado el mundo, y la consolaba al mismo tiempo por la muerte de Gerino, diciéndole que lo que era ocasión de alegría para los ángeles no podía ser motivo de pena para ellos. Igualmente la exhortaba al valor y a la constancia, así como al perdón cristiano de los enemigos.
Dos años más tarde, Ebroín mandó llamar a san Leodegario a Marly, donde había reunido a unos cuantos obispos para que le depusiesen. Por más que los jueces quisieron arrancar al santo la confesión de su participación en el asesinato de Childerico, él se negó a admitirlo. Los jueces desgarraron entonces sus vestiduras como símbolo de deposición, y san Leodegario fue entregado al conde Crodoberto para que ejecutase la sentencia de muerte. Para evitar que el pueblo considerase al obispo como mártir, Ebroín mandó arrojar secretamente el cadáver en un pozo. Crodoberto no quiso mancharse las manos con la sangre de una víctima inocente y confió la ejecución a cuatro de sus hombres. Estos condujeron al santo a un bosque; tres de ellos le pidieron allí perdón de rodillas y Leodegario se arrodilló a orar por ellos. Cuando manifestó que estaba pronto a morir, el cuarto de los hombres le cortó la cabeza. A pesar de las órdenes de Ebroín, la esposa de Crodoberto sepultó el cadáver en una capillita de Sarcing, en Artois. Tres años después, las reliquias fueron trasladadas al monasterio de Saint-Maxence en Poitiers. La lucha entre San Leodegario y Ebroín es un incidente famoso en la historia merovingia. No todos los hombres de bien estaban de su parte; algunos de ellos, como san Ouen, eran partidarios de Ebroín. En aquella época, era inevitable que los obispos tomasen parte activa en la política y, aunque el Martirologio Romano dice que san Leodegario «sufrió injustamente», no se ve muy claro por qué se le venera como mártir.
En Acta Sanctorum (oct., vol. I, publicado en 1765), el P. C. de Bye consagra más de cien páginas in-folio a san Leodegario, dicho autor publica dos biografías antiguas; aunque no concuerdan en todos los detalles, las considera como obras de contemporáneos del santo. La tarea de resolver más o menos satisfactoriamente el problema histórico de las convergencias y divergencias de esas dos biografías, estaba reservada a B. Krusch (Neues Archiv, vol. XVI, 1890, pp. 565-596). Krusch sostiene que ninguno de los dos autores era contemporáneo de san Leodegario, pero que había una tercera biografía (de la que se conserva un fragmento importante en un manuscrito de París, Latin 17002), escrita unos diez años después de la muerte de Leodegario, por un monje de Saint-Symphorien interesado en reivindicar la política del sucesor del santo en la sede de Autun. Las biografías publicadas por los bolandistas fueron escritas unos setenta años después, sobre la base de la primera biografía y no carecen de importancia histórica. Krusch (Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. V, pp. 249-362) ha reconstituido el texto de la biografía original tal como él lo imagina. Añadamos que la carta de Leodegario a su madre es indudablemente un documento auténtico, en tanto que el testamento que se le atribuye se presta a muchas objeciones. Véase Analecta Bollandiana, vol. XI (1890) , pp. 104-110.
fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler