Ciudad del Vaticano, 3 octubre 2012 (VIS).-El espacio que ocupa la oración litúrgica, sobre todo en la Santa Misa, en la vida del cristiano ha sido el tema central de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro.
La oración, explicó el Papa, “es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesús y con el Espíritu Santo. Por lo tanto, la vida de oración consiste en estar habitualmente en presencia de Dios y ser conscientes de ello. (...) Y esto es posible por medio del bautismo que nos une a Cristo (..) ya que solo en Cristo podemos dialogar con Dios Padre como hijos”.
Para el cristiano la plegaria es “mirar constantemente y de forma siempre nueva a Cristo”. Pero a Cristo, continuó el pontífice “lo descubrimos y lo conocemos como persona viva en la Iglesia. Ella es su cuerpo (...) El lazo inseparable entre Cristo y la Iglesia, a través de la fuerza unificadora del amor, no anula el 'tu' y el 'yo'; al contrario, lo eleva a una unidad más profunda (...) Rezar significa elevarse a la altura de Dios, mediante una transformación gradual y necesaria de nuestro ser”.
Participando en la liturgia “hacemos nuestra la lengua de la madre Iglesia, aprendemos a hablar en ella y por ella. Naturalmente, esto ocurre de forma gradual, poco a poco. Debo sumergirme, progresivamente, en las palabras de la Iglesia, con mi oración, con mi vida, con mis sufrimientos, mi alegría y mis pensamientos(...) Es un camino que nos transforma”.
La cuestión de 'cómo rezamos' se esclarece siguiendo el Padre nuestro, la oración que nos enseñó Jesús. “Vemos -dijo el Papa- que la primera palabra es 'Padre' y la segunda 'nuestro'. La respuesta está clara. Aprendo a rezar, alimento mi oración, dirigiéndome a Dios como Padre y rezando con otros, rezando con la Iglesia, aceptando el don de sus palabras que, poco a poco, se me hacen familiares y ricas de sentido. El diálogo que Dios establece con cada uno de nosotros y nosotros con El, en la oración incluye siempre un 'con'; no se puede rezar de forma individualista. En la oración litúrgica, sobre todo en la Eucaristía (...), en cada oración, no hablamos sólo como personas al singular, sino que entramos en el 'nosotros' de la Iglesia que reza.
La liturgia, pues, “no es una especie de 'auto-manifestación' de una comunidad: (...) es entrar en la comunidad viva en la que Dios mismo nos nutre. Implica universalidad” y “es importante que cada uno de los cristianos se sienta y esté realmente insertado en este 'nosotros' universal que constituye el fundamento y el refugio del 'yo', en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.
Para ello es necesario aceptar la lógica de la encarnación de Dios, que “se hizo vivo y presente entrando en la historia y en la naturaleza humana (...) Y esta presencia prosigue en la Iglesia, su cuerpo. La liturgia, entonces, no es el recuerdo de eventos pasados: es la presencia viva del misterio pascual de Cristo que transciende y une los tiempos y los espacios”.
“No es el individuo -sacerdote o fiel- o el grupo el que celebra la liturgia; ésta es , en primer lugar, la acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. Esta universalidad y apertura fundamental, que es propia de toda liturgia, es una de la razones por las que no puede ser ideada o modificada por una comunidad particular o por los expertos, sino que debe ser fiel a las formas de la Iglesia universal”.
La Iglesia se hace plenamente visible en la liturgia “el acto en que creemos que Dios entra en nuestra realidad y nosotros lo podemos encontrar. Es el acto en que (...) El viene a nosotros y nos ilumina”, concluyó el Papa.