Escrito por Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas
Mensaje especial de Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L.C., con motivo del Año de la Fe
El próximo jueves 11 de octubre se cumplirán 50 años de la solemne inauguración del Concilio Vaticano II presidida por el Beato Juan XXIII, con la participación de más de 2,300 Obispos de todo el mundo. Para celebrar este significativo aniversario, así como para conmemorar los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, ha convocado un Año de la Fe que se abrirá en esta fecha en todas las catedrales y se clausurará el 24 de noviembre de 2013 en la Solemnidad de Cristo Rey.
- La fe es un don de Dios que vale más que la vida y su conservación y cultivo es un serio deber que nos incumbe a todos los creyentes. Cuando Pedro confesó la divinidad de Jesús en Cesarea, el Señor le hizo ver que eso no se lo había revelado la carne ni la sangre, sino el Padre Celestial. Jesús advertirá que nadie puede venir a Él, es decir, aceptarlo y reconocerlo, si el Padre no lo atrae. Por eso con humildad los discípulos suplican: “Señor, auméntanos la fe”. La fe es un don de la gracia de Dios y a nosotros los creyentes que hemos recibido ese don nos corresponde pedirlo con perseverancia: “Señor, auméntanos la fe”. “Creo Señor, pero ayuda mi falta de fe”. Es la súplica de quien pedía la salud de su hijo. Jesús requería la fe para hacer milagros, y en su mismo pueblo de Nazaret no pudo hacer milagros por su falta de fe. La fe es un tesoro recibido de Dios gratuitamente pero que requiere cuidarlo y conservarlo porque los enemigos de Dios quieren robarlo del corazón del hombre. Se trata, pues, de una gracia, de un tesoro que hemos de apreciar y cuidar. Tristemente parecería que hoy muchos no valoran suficientemente la fe. La fe es un don que tenemos que cuidar y proteger ante los peligros que pueden apagarla y las amenazas que pretenden arrebatárnosla. Se requiere también valentía para manifestarnos como creyentes y no traicionar cobardemente nuestra fe. Los mártires valoraron tanto su fe que prefirieron perder la vida antes que perder la fe. Para ellos valía más la fe que la vida.
- La fe es un don de Dios pero también, y al mismo tiempo, un acto humano. La fe es un acto humano, consciente y libre, por el que cada persona acepta no sólo una doctrina sino el llamado de Dios que compromete la vida entera. En el Antiguo Testamento, el modelo es Abraham, a quien llamamos “nuestro padre en la fe”, quien en la obediencia respondió a las exigencias de la vocación divina dejando su tierra y estando dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac.
La Santísima Virgen María es la mujer creyente que en la Anunciación respondió al Ángel: “Hágase en mí según tu Palabra”, y se mantuvo fiel hasta el Calvario. San Pablo reconoció a Jesús que se le manifestó en el camino de Damasco, y desde entonces emprendió una vida nueva, sabiendo en quién había puesto su confianza. El creer involucra, pues, la inteligencia y la voluntad, la conciencia y el corazón, cambia la vida y da un nuevo sentido a la existencia.
La fe es un don de Dios pero al mismo tiempo un verdadero acto de nuestra libertad, por ello nos corresponde a nosotros preparar la tierra de nuestra alma para poder acoger el don, hacerlo crecer y producir frutos abundantes. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8).
- El don de Dios se recibe gratuitamente y se da gratuitamente. Si la fe es viva y auténtica es expansiva, nace espontáneamente el compartirla. “¡Ay de mí si no predico el evangelio!”. El tesoro de la fe que hemos recibido no es para nuestro solo provecho personal e individual. Es un tesoro para compartir con los demás. El compromiso de la fe es compartirla, el compromiso de la fe es evangelizar siempre, en todas partes y de cualquier manera que nos inspire el Espíritu Santo. La fe es como la llama de una antorcha o un cirio que al compartirlo no se agota ni se apaga sino que se multiplica y se aumenta, “¡la fe se multiplica, dándola!”.
- ¡Año de la Fe! Este es el año para crecer en la fe, para fortalecer la fe y para compartir el tesoro de nuestra fe con nuestros hermanos.
Obispo Prelado de Cancún-Chetumal