“Templo vivo del Dios vivo”

Escrito por Mons. Christophe Pierre

Muy queridas hermanas y hermanos,

Me alegra mucho encontrarme con todos ustedes hoy que, en unión con toda la Iglesia, también la Diócesis de San Juan de los Lagos da inicio al “Año de la Fe” querido por el Santo Padre Benedicto XVI, y que providencialmente coincide con la conmemoración del 40 aniversario del nacimiento de esta iglesia particular. Año de gracia en cuyo contexto hemos sido convocados para consagrar este templo que dedicamos, a los 100 años de su nacimiento, a Santo Toribio Romo. Casa de Dios y casa de los hijos de Dios en la que animados por el testimonio de Santo Toribio y sostenidos por su intercesión, podremos día a día vivir la experiencia de sentirnos amados por el Señor, e impulsados a amar, por nuestra parte, a los hermanos.

En tan significativa circunstancia deseo expresar mi más cordial felicitación y mi palabra de reconocimiento a todas y cada una de las personas que hicieron posible esta obra: a quienes la proyectaron, guiaron y construyeron, en particular, a los innumerables devotos que con su colaboración económica quisieron ofrecer al Señor aquello que de más valioso está detrás de cada una de sus ofrendas: ¡horas de trabajo!, ¡horas de la propia vida gastadas en la fatiga del trabajo honrado! Es esto lo que me parece debemos valorar de manera especial y lo que sin duda el Señor mira con particular ternura y con la voluntad de recompensar con sus gracias y bendiciones a cada uno.

El Evangelio que hoy, queridas hermanas y hermanos, hemos escuchado, nos dice que “Pilato, en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo “¿Eres tú el rey de los judíos?”; y que más adelante insistente dijo: “¿Con que tú eres rey?”, a lo que Jesús respondió: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad”.

Efectivamente, Jesús vino al mundo como rey; pero no de un reino cualquiera, sino de unO muy particular: del reino que Él mismo ha inaugurado, anunciado y edificado, Y al cual pertenecemos nosotros que lo escuchamos y lo acogemos en nuestras vidas como “Camino, Verdad y Vida”. Pues, “todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, dice el Señor.

El domingo anterior al juicio que nos narra el Evangelio, en aquel primer “Domingo de Ramos”, Jesús, entrando triunfalmente en la ciudad de Jerusalén montado en un burrito había sido aclamado por el pueblo como rey.

San Juan nos dice que en aquel momento ni él, ni los demás discípulos entendieron lo que sucedía, pero que sí lo comprendieron luego, al caer en la cuenta de que, al actuar así, Jesús estaba cumpliendo lo que muchos años antes había anunciado el profeta Zacarías: “No temas, hija de Sión, mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna” (Jn 12,15; cfr. Zac 9,9). “Él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra” (Zac 9,10). Ha sido en Jesucristo que, en efecto, se ha cabalmente cumplido cuanto el profeta había anunciado.

Zacarías había profetizado que el Rey llegaría “montado en un pollino de asna”, es decir, que sería un rey de los pobres y para los pobres, rey de la gente sencilla y humilde, que como precisó Jesús ante Pilato, quiere y sabe escuchar la verdad y seguir fielmente a su rey.

Esta es, en efecto, condición fundamental para que verdaderamente Jesús llegue a ser rey de todos y de cada uno: que seamos pobres de espíritu, pues es sólo desde ahí que estaremos en grado de conocer y de acoger la verdad. Porque puede haber pobres de bienes materiales que también son pobres de espíritu y, entonces, ricos en fe y confianza en el Señor; pero también puede haber pobres o hasta ricos de bienes materiales que, sin embargo, llevan en sus corazones la avaricia, la envidia o la codicia que está a la base de las injusticias, de la corrupción y de todo tipo de violencia contra la persona humana; individuos que viven, en consecuencia, en la mentira, y no caminan en la verdad.

Jesús, en cambio, nos llama y enseña a vivir en la libertad interior que se manifiesta y experimenta como profunda paz cuando Dios es nuestra riqueza. Zacarías lo había también anunciado: el rey enviado ha venido a salvarnos y a traernos la paz. Y es precisamente esto lo que Jesús continuamente nos ofrece: “mi paz les dejo, mi paz les doy”.

También por ello es más que oportuno escuchar, queridas hermanas y hermanos, la exhortación que San Pedro nos ha dirigido a través de la palabra proclamada, diciéndonos: “acérquense al Señor Jesús, la piedra viva (…), escogida y preciosa a los ojos de Dios; porque ustedes también son piedras vivas que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo”.

Nosotros, en efecto, miembros del reino de Cristo, por el bautismo hemos sido identificados con Él, transformados en Él y hemos sido hechos miembros de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. El catecismo de la Iglesia católica lo expresa así: “Cristo es el verdadero Templo de Dios, el lugar donde reside su gloria. Por la gracia de Dios los cristianos son también (…) Piedras vivas con las que se construye la Iglesia”.

Debemos afirmar, por ello que nuestra celebración de este día es ante todo una fiesta del “templo vivo del Dios vivo”. Nuestra atención ciertamente se centra en el edificio material, pero no hay que olvidar que la verdadera razón y objetivo de esta casa es la de conducirnos hacia el verdadero templo vivo, animado y conformado por todos y cada uno de los bautizados, piedras vivas y familia de Dios edificada sobre la roca de los apóstoles, y en Jesús, su “piedra angular”.

Así, si las puertas de este espacio sagrado se abrirán día a día, será para acoger a todo aquel que quiera encontrarse con el Padre en Jesús, para proclamar, escuchar, explicar y comprender la palabra de Dios que es fuerza creadora de justicia y de amor, y para ofrecer y recibir la vida de Dios que nos es dada en los sacramentos, particularmente en la penitencia y la Eucaristía.

Hoy, en esta nuestra época, en la que muchos hombres y mujeres recorren su propia historia en la confusión y la incertidumbre y en la que no pocos encuentran enormes dificultades para individuar la verdad que puede conducirlos a la plena realización humana, el Señor vuelve a pasar delante de nosotros haciéndose presente también a través del signo del templo, invitando, así, a quien inquieto lo busca, a acercarse a dónde Él vive y a permanecer unido a Él, es decir, a escucharlo, a seguirlo, a mirarlo y aprender de Él, para, de esa manera, dar una nueva orientación a la vida en la que los intereses estén puestos en hacer lo que pide Jesús, en aceptar lo que Él enseña, en trabajar para que este mundo sea más justo haciendo vida su mandamiento: “ámense unos a otros como yo los he amado”.

Tenemos un templo de hechura material que nos habla de Dios Padre y de Jesucristo el Señor en la unidad del Espíritu Santo. Pero lo verdaderamente necesario es que, conforme al deseo del Señor, sobre todo sean las piedras vivas, es decir, nosotros, quienes anunciemos, demos testimonio y vivamos el Evangelio del amor; que hagamos de nuestras personas, a ejemplo de Santo Toribio, el Santuario donde Dios habite, asumiendo el compromiso de estar verdaderamente, día a día y cada vez más, con Jesús. Pues no es suficiente oír hablar de Él y saber de Él, sino que es indispensable encontrarse personalmente con Él, sobre todo a través de las Sagradas Escrituras y de los sacramentos.

Como miembros del reino de Cristo y del templo vivo de Dios, asumamos el compromiso de continuar con audacia y renovado vigor la tarea misionera en la que está empeñada la Iglesia de la Diócesis de San Juan de los Lagos y de toda América Latina y el Caribe. Son muchos los que no conocen a Cristo y también muchos los que dicen conocerlo pero que viven como si no lo conocieron, o hasta como si hubieran decidido ser sus enemigos. A ellos hay que llegar con nuestra vida ejemplar, con nuestra acogedora cercanía y con nuestra palabra fiel a la Iglesia y a Cristo.

Muy queridos hermanos y hermanas, alabemos al Señor por todos los prodigios que ha realizado en nosotros. Alabémoslo porque no cesa de seguir dando valor a tantos hombres y mujeres para que, como Santo Toribio en su tiempo, también hoy se opongan a la violencia y a la mentira y para que con valentía proclamen al mundo la verdad. Alabémoslo porque incesantemente induce interiormente a los hombres y mujeres a hacer el bien, a buscar la reconciliación, a llenar el mundo de valores, a trabajar por lograr que la dignidad y los derechos de las personas, de las familias, de los migrantes y de la Iglesia sean respetados y promovidos.

Alabémoslo, comprometiéndonos decididamente por vivir con gran coherencia el “Año de la Fe” que hoy comenzamos, y con el cual queremos empeñarnos en una renovada conversión de todos al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia seamos, para el mundo actual, testigos gozosos y convincentes del Señor Resucitado, capaces de señalar la puerta de la fe a tantos que están en búsqueda del amor y de la verdad.

Que Nuestra Señora de San Juan de los Lagos y Santo Toribio Romo, con su intercesión obtengan a todas y todos ustedes, a sus familias y a todos los fieles, abundantes gracias, dones y bendiciones que les ayuden a mantenerse firmes en sus buenos y santos propósitos.

Así sea.

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