Escrito por Mons. José Luis Chávez Botello

Al término del Sínodo sobre el tema de la Nueva Evangelización constatamos una constante: la urgencia de ponernos juntos en camino al encuentro, seguimiento y adhesión de Jesucristo; se trata ir a las raíces de la fe cristiana, centrarnos en lo fundamental para rescatar la vitalidad y el dinamismo que siempre ha caracterizado a quienes se encuentran con el Señor Jesús y lo siguen. Ir a las raíces, es fundamental en cualquier campo; sin raíces sanas no hay buenos frutos y sin raíces no hay vida.

Todos recordamos y apreciamos nuestra casa y pueblo donde nacimos y crecimos; volver a ese lugar, reencontrarnos con nuestros familiares, amigos y personas que apreciamos nos reanima y fortalece. No se necesitan muchas palabras ni acciones extraordinarias, bastan los signos de acogida, la alegría sincera del encuentro, estar cerca, verse y compartir. Volver a nuestra raíces nos hace bien; cuánto bien hacen los encuentros periódicos de familiares y qué vacíos se crean donde se descuidan, sobre todo en los niños.

El jueves pasado celebré la Eucaristía en las catacumbas donde hace muchos años celebré mi Primera Misa; pedí por el país y por la Iglesia en México, por todos. Todo un contraste entre lo que Roma ofrece fuera y lo que se ve debajo en las catacumbas; millones de personas, aún no creyentes, son atraídas por la grandiosidad y esplendor de tantas obras artísticas en la pintura, escultura y arquitectura; la mayor parte de turistas no ve ni se detiene en las raíces que movieron a realizar tales obras y las mantienen vivas; son frutos de fe cristiana. Las catacumbas están bajo tierra donde reposan los restos de miles de santos y de mártires, son como el cimiento y raíz que pusieron los primeros cristianos de Roma; allí la sencillez, la tierra, el silencio, las pinturas y signos cristianos más antiguos nos gritan fuertemente a los cristianos de hoy; nos mueven a reflexionar, a dejarnos encontrar por Jesucristo y actuar de manera diferente. Sin estas raíces vivas, Roma nunca hubiera contado con esa grandiosidad y belleza de frutos de la fe cristiana.

El encuentro y seguimiento sincero de Jesucristo constituye la raíz de la fe cristiana que cambia toda la vida de las personas y lo que las rodea; es el mensaje del encuentro con la samaritana, con Zaqueo, con el ciego Bartimeo y con los discípulos de Emaús; lo constatamos en la historia de la Iglesia y lo podemos constatar en nuestra vida cada uno de nosotros. Sin raíces vivas los bautizados seremos incapaces de mostrar la vitalidad, la grandeza y belleza de la fe; el encuentro y seguimiento sincero de Jesucristo ensancha la mente y el corazón de las personas porque se dejan amar por El, las vuelve bondadosas, fraternas, alegres y serviciales capaces de gastarse y dar la vida proclamando el amor de Dios. Este es el camino que todo bautizado y cada comunidad cristiana necesitamos recorrer en el Año de la Fe.

Como a los discípulos en el monte de la Ascención, el Señor Jesús nos ha convocado a los Obispos del Sínodo con el sucesor de Pedro y, después de experimentar la asistencia y fortaleza del Espíritu Santo, nos reenvía a los diferentes rincones del mundo a proclamar la Buena Noticia con valentía y alegría de que está vivo y permanece con nosotros. La Iglesia así, ante un ambiente de inseguridad, de confusión y de violencia levanta la luz de la fe para iluminar a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad para mostrar a Jesucristo vivo y poder mirar mas allá de las coyunturas históricas. ¡No podemos callar lo que hemos visto y oído!.

Desde Roma expreso mi oración, solidaridad y cercanía espiritual con nuestra Arquidiócesis, con los sacerdotes y especialmente con todas las personas que forman la familia de la Cuidad de los Niños de Oaxaca por la muerte del Padre José Miguel Pérez, su fundador y padre. En la solemne Concelebración Eucarística con el Santo Padre hace unas horas, lo tuve y los tuve muy presentes.

Con mi saludo y bendición para todos.