La Fe, alma del Plan Diocesano de Pastoral

Escrito por Mons. Alberto Suárez Inda

Felizmente hemos realizado en este mes de octubre las Asambleas de Evaluación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral en las siete Zonas Pastorales de la Arquidiócesis. Coordinadas estas Asambleas por los Vicarios Episcopales, han sido, gracias a Dios, jornadas intensas de oración y trabajo, con la participación de numerosos Laicos, representantes de comunidades religiosas y la mayoría de los Sacerdotes.

Motivados por el llamado del Papa Benedicto XVI que nos invita a “redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo para comunicar la fe”, nos sentimos urgidos a revitalizar y alimentar en nosotros mismos el don precioso de la fe, que nos lleva a la conversión y al testimonio apostólico. Es importante una acción pastoral planificada, pero es indispensable antes asegurar el espíritu, la mística y la convicción de la fe que ha de ser el “alma” de nuestro PDP. La Iglesia no puede reducirse a una burocracia o a una empresa puramente humana.

A partir del encuentro con el Señor, de la meditación de su Palabra, de la docilidad al Espíritu y de un discernimiento permanente de la voluntad del Padre, solamente así podemos afrontar los desafíos tan grandes y complejos de este momento histórico. La problemática de nuestro tiempo nos asusta, pero Jesús Resucitado sigue siendo la respuesta a los interrogantes y angustias, y sigue siendo fuente de esperanza.

La alegría de creer no es euforia pasajera o superficial, brota de una experiencia honda que da nuevo sentido a la vida. Superando la tentación del pesimismo, el verdadero creyente vive sereno, atrae y convence a través de su entusiasmo apostólico. Esto exige también creatividad, no podemos resignarnos a seguir haciendo siempre lo mismo. Ya el Beato Juan Pablo II nos decía que se necesitan nuevos métodos y nuevas expresiones en la Iglesia. No se trata de ligereza para inventar cosas fantasiosas, pero sí de cierta dosis de valentía para emprender proyectos bien pensados.

Ante la realidad desafiante, el Objetivo de nuestro PDP nos pide “reactivar el proceso de evangelización”. La fidelidad no es inmovilismo ni apatía, más bien implica renovación y dinamismo. El Espíritu de Dios es esencialmente creativo y renovador. Una de las causas del abandono o alejamiento de muchos puede ser el aburrimiento o la rutina, la tibieza o frialdad de los apóstoles.

Otra gran exigencia que nos dejó el Concilio Vaticano II, inaugurado hace medio siglo, es la “comunión”, es decir, la unidad de pensamiento, de criterios y de acción, la fraternidad y ayuda mutua. Un grave peligro que nos asecha es la división, el ignorarnos, el trabajo paralelo. Al interior de los grupos, entre los mismos Sacerdotes, entre Sacerdotes y Laicos, urge cuidar y fortalecer la armonía, el aprecio y la solidaridad. Así, el PDP tendrá verdadera eficacia.

Si bien la acción pastoral de Áreas y Tareas, de Equipos y Prioridades es diversificada, si bien los Carismas son muchos y variados, recordemos que el Pastor es uno y que la Iglesia ha de ser un ejemplo de buenas relaciones. Nuestro origen y nuestro fin, nuestro modelo, es nada menos que la Trinidad Santísima, principio y fuente de amor y comunión.

+ Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia
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Nacional