CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE LOS FRUTOS DE UNA FE MADURA: LA GENEROSIDAD (Mc. 12, 38 - 44)
Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
- «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban cantidad. Se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
- «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
En este texto Jesucristo nos invita a contemplar la conducta de dos pobres viudas: la de Sarepta confiando plenamente en el Señor Dios de Israel, comparte con el profeta Elías todo lo que tenía para vivir; y el Señor la recompensó; la viuda del evangelio le donó a Dios todo lo que tenía, poniendo confiadamente en Dios su futuro. Jesucristo nos indica la fuente donde se nutre y crece nuestra fe: el corazón puro, la fe auténtica, la confianza total, especialmente en lo material, en el Señor; y no en las cosas exteriores o en las apariencias.
Jesucristo nos recalca que nuestra oferta o generosidad no se mide por la cantidad de lo que damos, sino por la buena voluntad con que la ofrecemos (San Ambrosio, Las viudas 5,32); porque los que aun teniendo poco, comparten todo, manifiestan una fe más preciosa de aquellos que poseyendo mucho, comparten sólo muy poco de ello. Por consiguiente, El Reino de los cielos no puede ser adquirido con dinero (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la carta a los Filipenses 15, 3); ya que sólo la buena voluntad es suficiente para entrar en el Reino de los cielos (San Cesáreo de Arles, Discursos 182, 3).
Además Jesucristo nos manifiesta la razón para compartir lo que el Señor nos ha dado: debemos restituir al Señor cuanto nos ha regalado (San Paulino de Nola, Cartas 34, 2- 4). Teniendo en cuenta el mensaje de Jesús que el Reino de los cielos puede ser conseguido tanto con las riquezas compartidas generosamente, de un rico, como con un vaso de agua ofrecido con buena voluntad por un pobre (San Agustín, Exposiciones sobre los salmos 111, 3). Realidad explicitada claramente en la Palabra de Dios al decirnos que Moisés había ordenado donar en limosna. Y de hecho recibía de aquellos que tenían, en cambio Jesús también recibía de aquellos que no poseían nada (Egemonio, La disputa con Manes 42. Ver nota 3 del Capítulo precedente).
Por consiguiente, hermanos no es la apariencia lo que adquiere crédito a los ojos de Dios sino la pureza de intención con que lo demos y la fe madura y auténtica del que dona. Maduremos nuestra fe confiando siempre plenamente en el Señor, con nuestra caridad y compartir siempre lo mejor de lo que tenemos, porque al final de nuestra vida permanecerá sólo el bien hecho en secreto, conocido sólo por Dios. Bienaventurado quien permanece con las manos abiertas para el hermano necesitado, y vacías ante Dios, por haber confiado a él su propia existencia.
† Felipe Padilla Cardona.