Escrito por Mons. Christophe Pierre
Saludo de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, en la apertura de la XCIV Asamblea Plenaria General de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos.
1. Año de la Fe
Estoy contento de poder encontrarme nuevamente con ustedes al inicio de esta nueva Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano que se desarrolla en el contexto de un particular año de gracia: Año de la Fe que, en consecuencia, fortalece nuestra esperanza y alienta nuestro dinamismo. Un Año llamado en cierta forma a ser período intenso y nunca acabado, de retiro espiritual, que ayude a todo Obispo, sacerdote, consagrado, diácono, seminarista y a cada miembro del pueblo de Dios, a aprender a sumergirse en aquel proceso permanente de “recomenzar desde Cristo”, intensificando "la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo".
Me alegra saber y ver cómo, hablando en general, las iglesias particulares en México han acogido y están acogiendo esta profética convocatoria que el Santo Padre ha hecho a toda la Iglesia, a movilizarse a favor de la gran empresa de la fe en nuestro tiempo (cf. Homilía de S.S. Benedicto XVI, Misa para la nueva evangelización, 16.X.2011). También por ello, permítanme felicitarles a ustedes, pastores del Pueblo de Dios.
Lograr “una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo". "Comprometerse a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe"; "suscitar en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza"; “comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios". Son los objetivos fundamentales del Año de la Fe, aún cuando el Santo Padre parece enfatizar especialmente este último: subrayar la inseparabilidad del acto con el que se cree y de los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento, pues, -como él mismo recalca-, el acto de fe sin contenidos, conduce a la total subjetivación de la fe, y los contenidos, sin el asentimiento de la fe, instruyen la mente, pero no unen a Dios, ni son capaces de transformar la vida, de convertirla al Dios vivo. Sólo si la profesión de fe desemboca en confesión del corazón será posible hablar de una fe madura, bien formada, capaz de producir válidos y tangibles frutos.
La iniciativa del Papa y sus palabras son constatación, exhortación, estímulo, proyección del futuro que nos dan luz para recorrer el camino.
Los aliento entonces, hermanos, a no escatimar esfuerzos para lograr que los objetivos del Año de la Fe, por demás fundamentales, sean alcanzados en todas y cada una de las iglesias particulares, y por todas y todos los fieles de esta querida nación mexicana.
2. Sínodo de los Obispos.
a. Mensaje final.
En el contexto también de los objetivos del Año de la Fe, hace unas semanas tuvo lugar la celebración y relativa conclusión del Sínodo de los Obispos, sobre la Nueva Evangelización.
Los Padres sinodales, en su Mensaje final, mirando de manera concreta el contexto de la nueva evangelización, han recordado la necesidad de reavivar la fe que corre el riesgo de oscurecerse en los contextos culturales actuales.
La Iglesia, -anotan los Padres en su Mensaje-, afirma que, para evangelizar, hay que estar ante todo, evangelizados, y lanza una llamada -empezando por ella misma- a la conversión, porque la debilidad de los discípulos de Jesús pesa sobre la credibilidad de la misión. Lo hace consciente del hecho de que el Señor es la guía de la historia y que, por tanto, el mal no tendrá la última palabra. Los obispos han invitado, por tanto, a vencer el miedo con la fe y a mirar el mundo con sereno coraje porque, aunque éste está lleno de contradicciones y retos, sigue siendo el mundo que Dios ama.
En esta perspectiva, el Sínodo invita a la Iglesia que peregrina en América Latina a vivir la misión permanente para hacer frente a los desafíos del presente como la pobreza y la violencia, también en las nuevas condiciones de pluralismo religioso.
b. Homilía de clausura del Sínodo.
El Santo Padre Benedicto XVI, por su parte, en su homilía para clausurar este Sínodo ha recordado que "son numerosas las personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino", relevando cómo los padres sinodales han tenido oportunidad de reflexionar "sobre la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa".
La nueva evangelización, subrayó el Papa, concierne toda la vida de la Iglesia. "Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna". En este contexto, el Santo Padre destacó tres líneas pastorales surgidas del Sínodo:
1º Los sacramentos de la iniciación cristiana y la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios: “Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía. También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental”.
2º La necesidad de llevar el mensaje del Evangelio a los pueblos donde todavía no lo conocen y también mostrarlo a los inmigrantes que llegan desde esos lugares a los países donde sí hay cristianos: “Se ha subrayado también que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos”.
3º La tercera línea de actuación consiste en revitalizar la fe de las personas bautizadas que por diversos motivos han perdido el sentido de su vida: “Personas que por eso han perdido una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una alta dignidad –no económica o de poder terreno, sino cristiana-, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia”. Es preciso –ha añadido el Papa-, ofrecer una particular atención a las personas que, bautizadas, no viven las exigencias del bautismo, para que "encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles".
3. América Latina y CEM.
a. América Latina en el Sínodo.
Sin duda estaremos todos de acuerdo en reconocer que este Sínodo ha sido, también, un evento en el que el Espíritu Santo ha manifestado su eficaz presencia. En él, la participación de los obispos de América Latina ha sido en cierto modo fundamental, compartiendo a la Iglesia Universal su experiencia a la luz de Aparecida: una nueva evangelización para un mundo que cambia y que se aleja de Dios; la necesidad y urgencia, en consecuencia, de provocar un nuevo encuentro con Cristo. Algo que la Iglesia y los Pastores de las diversas iglesias particulares de México bien conocen, han acogido y ha puesto en acto.
b. La CEM
La CEM y cada uno de sus miembros, en efecto, particularmente en los últimos años ha ido recogiendo las múltiples iniciativas surgidas en la Iglesia que camina en América Latina, y ha sabido ofrecer interesantes y útiles orientaciones relacionadas a los grandes retos que aquejan al País; retos que, por otra parte, han sido objeto también de mis directas preocupaciones.
Esta su atención y preocupación pastoral se ha manifestado en muchos modos y circunstancias, en particular, a través de algunos documentos que han tenido, tienen y deberán tener, una gran relevancia y utilidad, como son:
“Que en Cristo nuestra Paz México tenga vida digna” – Exhortación Pastoral sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México, de frente al desafiante y creciente fenómeno de la violencia;
“Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria” – Conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución, cuya reflexión sobre la historia y la cultura del país ilumina positiva y justamente sobre el papel de la Iglesia en la cultura: pasado, presente y futuro;
“Educar para una nueva sociedad” – Reflexiones y orientaciones sobre la educación en México, con el cual se concluye simbólicamente este trienio.
Se trata de un documento muy importante sobre la educación, la cual, como bien sabemos, constituye, en verdad, una dimensión esencial de la tarea de la Iglesia, particularmente en un contexto como el de hoy, de dificultad para la trasmisión de la fe. Es una invitación a redescubrir lo que significa educar para poder incidir y ayudar a la sociedad. Algo no superficial, sino profundo, porque Cristo es Maestro, y la Iglesia tiene una específica visión que sin duda puede ser útil.
Este documento queda ahora como riqueza acumulada, como capital nuevo, como mina que debe ser explotada. Como decía en la última Asamblea celebrada el pasado mes de abril: “Toda esta reflexión que ustedes hicieron no debe quedar encerrada en las palabras de un documento episcopal sino que está llamada a ser un dinamismo transversal para toda actividad ad intra y ad extra de nuestra Iglesia”. Ojalá, -y este sería mi deseo-, que el documento pueda convertirse en un verdadero instrumentum laboris, a todos los niveles de la Iglesia en México.
Me alegra ya, de suyo, ver que no pocas diócesis han tenido la iniciativa de traducirlo en talleres y que diversos movimientos eclesiales, Asociaciones de Padres de Familia y consagrados se han servido útilmente de él, reflexionando sus temas en específicos encuentros. Cierto, lo más normal y efectivo sería que fueran los sacerdotes y todos los laicos quienes, considerando el valor de sus contenidos, lo retomaran y pusieran en práctica.
Gracias, hermanos en el Episcopado, por todo el trabajo que con generosidad han llevado a cabo a favor de sus respectivas diócesis y de toda la Iglesia que peregrina en México y en el mundo. Gracias a quienes a lo largo del último trienio tuvieron la no fácil, pero sí fascinante tarea de dirigir la CEM. Gracias a todos.
¡Gracias y adelante!