San José Moscati

Date: 
Martes, Noviembre 16, 2021
Clase: 
Santo

Un médico pobre

Estudio médico de San José Moscati

Moscati era un médico pobre. Parece un contrasentido hablar de pobreza en la vida de un hombre que por sus capacidades, ingenio, renombre y posición social, podía permitirse todo lo que deseaba. ¡Sin embargo es así! Moscati era muy pobre. Todos los que han conocido el futuro santo lo afirman y citan muchos particulares de esta pobreza. Moscati no era metalizado y siempre daba lo que tenía a los pobres; llevaba trajes decorosos y su hermana Nina se ocupaba de su vestuario. Mesurado en la comida, no amaba los refinamientos y no tenía carrozas, coches o caballos a diferencia de sus colegas.

El Doct. Domenico Galdi, que durante los años 1925/27, era un estudiante de medicina y encontraba a menudo Moscati en la clínica Lettieri, escribe que muchos directores de clínicas como Castellino, Boeri, D’Amato, Bossa, De Carli, Brutti, iban a la Clínica Lettieri para asistir sus enfermos privados. Galdi dice que Moscati también iba a la Clínica y “nosotros los estudiantes le preguntábamos porque no tenía un coche como sus colegas (en efecto Moscati siempre llegaba a pie). Esta pregunta lo fastidiaba y decía: yo soy pobre; ¡no tengo la posibilidad, por mis compromisos, de afrontar semejante gasto! ¡Os juro que digo la verdad!” El Doct. Galdi continua: “Lo que recibía estaba dirigido a los pobres que asistía gratuitamente y afectuosamente dandoles medicinas y todo lo que era necesario para vivir.”

Doscientas liras por cuatro consultas

El Doct. Francesco Brancaccio,
cuenta que un día Moscati fue de urgencia a Portici para reconocer un joven que tenía un ataque de apendicitis y tenía que ser operado. El Profesor se oponió a machamartillo a la intervención y mandó poner de continuo una bolsa de hielo sobre el abdomen del enfermo. Durante unos quince días, el profesor visitó el joven cuatro veces hasta que curó el paciente completamente. El padre del enfermo le dio un sobre como honorario.
“Yendose (cuenta el doct. Brancaccio), lo asalta una duda y exclama: “¡Quién sabe cuanto me han dado!...”. Abre el sobre: mil liras. El Maestro vuelve atrás, sube a la casa del joven y con una actitud huraña dice: “¡Ustedes son locos o piensan que yo soy un ladrón!” Todos se quedan estupefactos y el padre, creyendo que el honorario no haya sido bastante, toma un otro billete de a mil y lo da al Maestro que lo rehusa. Además, el Maestro saca de la cartera ochocientos liras y les deja sobre la mesa yendose de carrera.
Así un médico tan famoso – conclue – ¡recibía como honorario solamente doscientas liras!”

Cincuenta liras por tres reconocimientos y tres personas

Cuenta el Prof. Mario Mazzeo:
“Un día, un médico que era un amigo mío, mandó a su estudio tres malados de la misma familia provenientes de Montorsi (Benevento). Después del tercero reconocimiento, áquel que les acompañaba, dejó sobre el escritorio un billete de 100 y un otro de 50 porque no había sido posible saber la retribución por boca del Siervo de Dios. Moscati, que de ordinario no ponía atención en lo que los enfermos dejaban sobre su escritorio, se quedó sorprendido y sin muchas palabras tomó el billete de 100 liras y lo devolvió diciendo:
“Cincuenta liras por tres personas son demasiado; ir en paz de Dios y presentáis mis respectos al doctor.”.

El médico de los pobres

"Una vez - testimonia el Dr. Brancaccio - mandé al profesor una joven enferma de tuberculosis con una nota en la que le explicaba sus pobres condiciones económicas. El prof. Moscati la reconoce, le prescribe un tratamiento, no le cobra nada y despide a la enferma; pero ésta, con gran sorpresa, se da cuenta de que junto a la receta había un billete de 50 liras, que el profesor había añadido sin decir nada. Cuando yo le di las gracias de todo corazón por su pietad, me contestó: - “¡Por el amor de Dios! No lo diga a nadie.”."

Translado del cuerpo a la Iglesia del Gesù Nuovo:
16 de noviembre de 1930

Cuenta el jesuita P.Antonio de Pergola que, a la vuelta de Vico Equense en compañía de Moscati, se detuvieron en Castellammare di Stabia y se dirigieron al "pobre y miserable domicilio de un ferroviario enfermo, alrededor de cuya cabecera se hallaban los compañeros del enfermo y quienes, en el mismo tren, habían rogado al profesor que fuera a visitarlo." Moscati dio inicio al reconocimiento y el Padre, al notar que los ferroviarios recolectaban dinero para pagarle, intentó disuadirles.

Moscati se dio cuenta y entonces "se acercó y con elocuente sencillez les dirigió estas palabras: 'Ya que vosotros, renunciando a una parte de vuestro duro trabajo, habéis acudido en auxilio de vuestro amigo enfermo, yo me asocio a vuestro sentido humanitario y contribuyo a la colecta con un cuota, para que el enfermo pueda conseguir, con el total acumulado, los medios necesarios para curar la enfermedad', y les entregó tres billetes de 10 liras."

El Doct. G. Ponsiglionecuenta que: “Un día se presentó en su estudio un hombre muy distinguido de la aristocracia de Nápoles. Estaba muy preocupado por su madre enferma y pedía una intervención veloz pero el Profesor dijo que no. El hombre pidió cuentas de su negativa. “No hay problema – contestó el Prof. Moscati – Usted tiene riquezas y puede llamar a un otro médico. Yo tengo que ir a San Giovanni a Teduccio para examinar un pobre sacerdote.” El hombre se quedó de piedra y dijo: “¿Puedo acompañar a Usted a San Giovanni a Teduccio y después a mi casa?” “Con mucho gusto. Usted quiere concurrir a una obra pía.” Dicho y hecho.”

Una monja del Sagrado Corazón ha contado que Moscati, al visitar a una enferma, le recetó un tratamiento, pero durante su segunda visita vio que no había seguido dicho tratamiento. Al darse cuenta de que, a pesar de que era espaciosa, la casa no podía disimular la pobreza, "halló enseguida el modo de remediar discretamente la situación: usó palabras de reprensión, diciéndoles que cuando se llama al médico, hay que seguir sus consejos, tras de lo cual se marchó.

La familia se quedó apesadumbrada, pero más tarde, al retirar los almohadones de la enferma, encontraron un billete de 500 liras. El Dr. Moscati, para evitar reacciones de admiración ante su caridad, prefirió asumir una actitud de reprensión y aspereza."

La muerte improvisa

El 12 de abril de 1927, un martes santo, el Dr. Moscati participa de la Santa Misa y comulga, como cada día. Pasa la mañana en el Hospital y luego regresa a casa. Almuerza frugalmente, como siempre, y se dedica luego a atender los enfermos que venían a visitarlo.
En torno a las tres de la tarde se siente mal, se recuesta en el sillón, cruza los brazos sobre el pecho y expira serenamente. Tenía 46 años y 8 meses.

La noticia de su muerte se difunde inmediatamente y el dolor fue unánime. Los pobres, sobre todo, lo lloran sinceramente porque habían perdido a su benefactor.

El Cardenal de Nápoles, Alessio Ascalesi, después de haber orado delante del cádaver, dirigiéndose a los familiares, dijo: «El Profesor no les pertenecía a ustedes sino a la Iglesia. No son aquellos a quienes ha sanado el cuerpo, sino aquellos a quienes ha salvado el alma los que han salido a su encuentro cuando ha subido allá arriba».

En el registro de las firmas puesto al ingreso de la casa se encontró una frase muy significativa: «No has querido flores, ni siquiera lágrimas: pero nosotros te lloramos porque el mundo ha perdido un santo, Nápoles un ejemplar de todas las virtudes, los enfermos pobres han perdido todo»

El cuerpo es sepultado en el cementerio de Poggioreale. Tres años más tarde, el 16 de noviembre de 1930, como consecuencia de los pedidos de varias personalidades del clero y del laicado, el Arzobispo de Nápoles, Card. Alessio Ascalesi, concede el translado del cuerpo del cementerio a la Iglesia del Gesù Nuovo, acompañado por una muchedumbre impresionante.

En aquella ocasión la más feliz de todos es Nina Moscati, hermana del Doctor. Ella le fue siempre cercana durante su vida, ayudándolo en el ejercicio de la caridad. Tuvo el gesto de donar a la Iglesia del Gesù Nuovo los enseres, el mobilibiario y el vestuario del hermano difunto.
El cuerpo es colocado en una sala destrás del altar de san Francisco Javier. La lápida a la derecha de este altar lo recuerda todavía.

La beatificación (Paulo VI)

La estima y la veneración que habían rodeado al Dr. Moscati durante su vida dieron fruto después de su muerte. Rápidamente el dolor y el llanto de quienes lo habían conocido se transformó en conmoción, entusiasmo, oración. Se recurría a él en toda ocasión.

El 16 de julio de 1931 dieron comienzo los Procesos informativos en el Obispado de Nápoles. El 10 de mayo de 1973, la Congregación para las Causas de los Santos, en Roma, promulgó un decreto sobre sus virtudes heroicas, por lo que Giuseppe Moscati fue declarado Venerable.

Mientras tanto se abrían los procesos para examinar dos milagros: dos curaciones imprevistas atribuidas a la intercesión del Siervo de Dios.

Entre tanto, se formalizaban los procesos para el examen de dos milagros: dos curaciones inexplicables atribuidas a Moscati. Un suboficial de prisiones, Costantino Nazzaro, de Avellino, padecía la enfermedad de Addison. Los médicos no le concedían esperanzas, pero éste, junto con su familia, siguió rezando intensamente a Giuseppe Moscati. Una noche vio en sueños que Moscati lo operaba y, al despertar, se encontró completamente restablecido.

El segundo milagro aprobado por la Congregación para las Causas de los Santos es el de Raffaele Perrotta, de Calvi Risorta (Caserta), que se recuperó de una meningitis cerebroespinal por meningococos. Sus familiares ya habían preparado el traje con que iba a ser enterrado cuando, entre el 7 y el 8 de febrero de 1941, experimentó una instantánea y definitiva curación.

El 16 de noviembre de 1975 el Papa Pablo VI declara Beato a Giuseppe Moscati durante una solemne celebración en la Plaza de san Pedro.
Ese día la lluvia se presentó varias veces durante la celebración, pero la multitud che llenaba la plaza siguió con conmoción el rito sagrado hasta su conclusión.

La Canonización (Juan Pablo II)

En 1977, dos años después de la beatificación, se hace el reconocimiento canónico del cuerpo: los huesos son recompuestos y el cuerpo del Dr. Moscati es colocado en una urna de bronce, bajo el altar de la Visitación, obra del Prof. Amedeo Garufi.

La devoción hacia Moscati crece continuamente. El recurso a su intercesión es frecuente y son también numerosas las gracias atribuidas a su intercesión. En vista de la canonización es examinada la curación de una leucemia (mielosis aguda mieloblástica) del joven Giuseppe Montefusco, ocurrida en 1979.

A este hombre se le consideraba ya desahuciado. Su madre, Rosaria Rumieri, deshecha por el diagnóstico infausto, vio una noche en sueños la foto de un médico en batín blanco. Contó el sueño a su párroco, quien le habló del Beato médico Giuseppe Moscati. La señora fue a la Iglesia del Gesú Nuovo, y enseguida reconoció el rostro de la foto vista en sueños. Desde ese momento empezó a rezar a Moscati, y consiguió que se le unieran parientes y amigos. Su hijo Giuseppe se curó totalmente en pocos días. Retornó a su duro trabajo de herrero y no ha vuelto a sufrir recaídas. Después se casó, y ahora vive felizmente con su mujer e hijos.

Después de largos exámenes, finalmente en el consistorio del 28 de abril de 1987 el Papa Juan Pablo II fija la fecha de la canonización para el 25 de octubre del mismo año.

Del 1 al 30 de octubre se realizaba en Roma la VII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que trataba de la "Vocación y Misión de los laicos en la Iglesia en el mundo, a 20 años del Concilio Vaticano II".
No podía darse una coincidencia mejor: Giuseppe Moscati es un laico che había desarrollado su misión en la Iglesia y en el mundo. Su canonización era vivamente deseada por estudiosos, médicos y estudiantes universitarios, que recordaban su figura de científico y de hombre de fe, empeñado en paliar los sufrimientos de los enfermos para conducirlos a Cristo.

A las 10 del 25 de octubre de 1987, en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan Pablo II, ante unas 100.000 personas, declaraba Santo a Giuseppe Moscati, a 60 años de su muerte.

En la Misa de Canonización se hallaba presente, junto con su madre, Giuseppe Fusco, el herrero milagrosamente curado, de 29 años, quien regaló al Papa un rostro de Cristo en hierro forjado, que él mismo había realizado en su taller de Somma Vesuviana (Nápoles).

La fiesta litúrgica de San José Moscati se fijó seguidamente en el 16 de noviembre de todos los años.

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