Escrito por Mons. Alberto Suárez Inda
Este domingo 25 de noviembre clausuramos el año litúrgico con la Fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Jesús, el Hijo de Dios, que por la Encarnación se hizo hombre pequeño y frágil, que llegó al extremo de la humillación en el Calvario, fue exaltado por el Padre y glorificado por el Espíritu en la Resurrección.
En su reciente visita a nuestra patria, precisamente al pie de la montaña del Cubilete, el Papa Benedicto XVI nos compartió una hermosa y profunda reflexión que vale la pena recordar ahora:
“En este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que Él ha traído al mundo con su Sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar”.
Nosotros, todos los bautizados, participamos de la dignidad regia de Cristo. Cuando se nos ungió con el Santo Crisma en la cabeza se nos dijo que somos en verdad miembros de un Pueblo de reyes. Es fundamental que entendamos e imitemos esta forma sorprendente con la que Nuestro Señor conquistó al mundo entero.
Siempre tenemos la tentación de buscar privilegios, querer dominar a otros, creernos superiores, recurrir a otros medios que son contrarios al espíritu y al estilo de Jesús. Si queremos ser auténticos discípulos suyos, hemos de revisar y corregir muchas actitudes antievangélicas.
Es oportuno que tomemos muy en cuenta la recomendación que el Papa nos dejó y que, con mucha confianza, hagamos la oración que el mismo Santo Padre nos sugirió en dicha ocasión:
“Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A Él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad”.
Arzobispo de Morelia