Escrito por Mons. Enrique Sánchez Martínez
La Iglesia, siguiendo el mandato de Jesús: "Vayan, proclamen y curen a los enfermos", lo ha hecho desde su fundación. Pensemos que en la actualidad hay más de 120,000 centros socio-sanitarios católicos activos en todo el mundo, desde dispensarios en las más remotas áreas del planeta, hasta los grandes hospitales metropolitanos y universitarios, como nos lo indica el Anuario Estadístico de la Iglesia.
Existe una imponente red de caridad en todos los lugares donde está presente la Iglesia, porque ella está al servicio del amor y de la salud, porque como subraya el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas Est, "El amor (caritas) siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”.
El Sínodo que se ha realizado en Roma hace algunos días sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, al reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización afirma: “Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto. No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión (aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence) nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos”.
No ocultamos los problemas y los desafíos que la globalización nos presenta, pero tampoco nos atemorizan. Al contrario son para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio: Las migraciones son ocasiones de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas; la secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.
Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes conducimos la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser (con él y en él) evangelizadores”.
El Sínodo, dirigiéndose a los agentes de pastoral del mundo de la salud les dice: “El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud”.
Durango, Dgo., 25 de Noviembre del 2012
Obispo Auxiliar de Durango