Escrito por Mons. Rodrigo Aguilar Martínez
Angustia y zozobra, pero también confianza y seguridad, son sentimientos contrastantes que provoca el “discurso escatológico” de Jesús que meditamos estos días, que son los últimos del año litúrgico.
¿Cómo es posible que un mismo discurso pueda provocar sentimientos tan opuestos? Veamos.
El discurso se encuentra en el evangelio de san Lucas, capítulo 21. Jesús anuncia cosas que sucederán en el futuro. Algunos hechos sucedieron unas décadas después de que Jesús pronunciara este discurso, en el año 70 y con la destrucción de Jerusalén. Otros hechos se refieren a un futuro lejano, que sucederá al final delos tiempos. Jesús no precisa la fecha, más aún dice que nadie lo sabe, ni los ángeles de Dios ni el Hijo del hombre (en cuanto hombre).
Por cierto, se ha corrido la noticia del fin del mundo anunciado por los mayas y para el 12 de diciembre de este año, sin embargo esto delos mayas se refiere más bien al final de una etapa en su calendario, no al fin del mundo.
¿Qué anuncia Jesús? Guerras, revoluciones, enfrentamiento entre naciones, terremotos, peste, hambre, persecución y cárcel para sus discípulos, siendo entregados incluso por parientes y amigos, llegando hasta la muerte de algunos. “Todos los odiarán por mi causa. Pero ni un cabello de su cabeza se perderá. Si se mantienen firmes, conseguirán salvarse… Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido… Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación. ” (Lucas 21,18-19.25.28).
Cada época histórica ha tenido algún tipo de esas manifestaciones, pero no ha llegado el fin. Ahora bien, en el meollo de la vivencia de esos acontecimientos a nivel universal, que a todos alcanzará y en que la experiencia generalizada será de angustia y espanto, Jesús invita a la confianza, a la esperanza y la fortaleza. “Si se mantienen firmes, conseguirán salvarse… Levanten la cabeza, porque está cerca su liberación”. No se trata de que los discípulos de Jesús quedarán cómodamente resguardados y separados de las catástrofes, sino que en medio de ese desastre natural y cósmico, permanezcan firmes y fieles a las enseñanzas y al estilo de vida de Jesús.
Con otras palabras: no obstante que también ellos experimenten situaciones adversas que lleguen hasta la muerte, se mantengan con la mirada y el corazón en un nivel superior ¿De qué nivel se trata? Dicho brevemente: Estén en el mundo pero no sean mundanos. Su corazón no tenga como tesoro estos bienes terrenos, sino los del cielo, los de la vida eterna con Dios.
La invitación es, pues, a la vigilancia y la perseverancia: “Cuiden de ustedes mismos, no sea que una vida materializada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso… Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre.” (Lucas 21,34-36). Los discípulos de Jesús podrán escapar de lo que ha de suceder, no en cuanto que nada les pase, sino en cuanto que no lo experimenten con angustia como un final trágico, como una derrota, sino como el paso a la liberación total, a la salvación.
Esta perspectiva no es descabellada, sino que la relacionamos con lo que le sucedió a Jesús –en Jesús todo lo que anuncia también lo vive, por eso es Camino, Verdad y Vida-. Como lo reflexiona el autor de la carta a los Hebreos, Jesús “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (5,7). Nosotros objetaríamos que no fue escuchado; pero la reflexión más profunda es que no fue librado del hecho físico de la muerte; pero sí fue aliviado del temor a la muerte y fue librado del poder definitivo de la muerte. Por eso tras la oración en el huerto de Getsemani –con clamor y lágrimas-, Jesús asume el proceso de la pasión y crucifixión con paz pero no de manera impasible; de hecho sufre y mucho, pero como oblación superior y como proceso de glorificación.
Como discípulos de Jesús, estamos llamados a mantenernos vigilantes y en oración para encontrarnos con Él al final de nuestra vida –ése será el final de nuestro tiempo- no con angustia sino con gozo porque vendrá no el castigo sino la plenitud.
Obispo de Tehuacán