Escrito por Mons. Carlos Aguiar Retes
Homilía del Domingo dentro de la Octava de Navidad (Ciclo C)
Vamos en este día, al celebrar la Sagrada Familia, a intentar descubrir algunas características dentro de esta misma Palabra de Dios, que nos ayuden a entender porque la familia integrada por José, María y Jesús, como nos decía el texto de la oración inicial, es el modelo perfecto para nuestras familias. Porque más de uno puede imaginar que entonces nuestro modelo es inalcanzable, ¿qué madre podrá ser como María?, ¿qué padre como San José?, ¿qué hijo como Jesús? Y sin embargo, el modelo que nos transmite la Iglesia para cada una de nuestras familias, es alcanzable en la medida de nuestras propias personas.
Lo primero que debemos descubrir es que también José y María se asustaban ante una situación grave como es la del extravío del Hijo. No aparecía Jesús en la caravana de regreso a Nazaret, ¿dónde estaba? Cualquier papá, cualquier mamá que se le extravía su hijo aunque sea por escasos minutos, siente un hueco en el corazón, como dice María, estábamos llenos de angustia.
¿Cuál es la característica fundamental que nos plantea este texto del Evangelio y que puede ser el eje fundamental de la vida de la familia? El diálogo. De hecho Jesús es la Palabra del Padre, Él es en sí mismo hecho carne, el diálogo entre Dios y los hombres; y aquí vemos que también se realiza un diálogo entre Jesús y sus padres.
Pero con la respuesta de Jesús, vemos el primer elemento y más importante de este diálogo, cuando responde Jesús, ¿por qué me andaban buscando?, ¿no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? El primer nivel del diálogo de toda familia, debe de estar centrado en la oración, en el diálogo con Dios, en la búsqueda de las cosas de mi Padre. El Papa Benedicto XVI en su homilía de la pasada Navidad, de la Noche Buena, decía, que nuestra sociedad se está haciendo incapaz de darle espacio a la oración, a la relación con nuestro Padre; por eso es una advertencia muy importante. Preguntémonos cada uno de nosotros que estamos aquí presentes ¿qué espacio le dejamos a la oración en familia?, ya que los que estamos aquí, se supone que somos los católicos más comprometidos, los que estamos cerca, los que venimos a misa el domingo. Si nosotros que tenemos nuestra fe más fuerte, no hacemos espacio a la oración en familia, a la búsqueda de las cosas de mi Padre, que podremos decir de los demás. Este es el primer nivel, la primera característica del diálogo.
La segunda característica del diálogo, es la que vemos que tienen José y María con su Hijo Jesús. En el seno de la familia debe de haber este diálogo para poner en común y expresar abiertamente los sentimientos, las angustias, también las alegrías. Así lo hace María cuando dice, estábamos llenos de angustia hijo, buscándote. Jesús tiene doce años, según dice el texto. Los padres, papá y mamá, deben dialogar con sus hijos; de un lado y del otro, es decir, tanto del lado de los papás, como del lado de los niños y adolescentes. A veces, guardamos silencio ante lo que sentimos y no lo comunicamos, y el corazón se va llenando de angustias que, o puede ser que tengan fundamentos o que no los tengan, y bastaría expresarlas, para que como en esta ocasión, María, tuviera una respuesta de su hijo Jesús, ¿No sabías que debo buscar las cosas de mi Padre? Este es pues un segundo nivel muy importante que debe de existir en el interior de la familia; expresar lo que sentimos, lo que nos preocupa, lo que llevamos dentro del corazón a los demás miembros de la familia y saber escuchar de los otros, igualmente los sentimientos.
El tercer nivel de este diálogo, es el siguiente, dice el texto que ni José, ni María, entendieron la respuesta que les dio Jesús, no le entendieron, pero ¿qué hicieron?, María conservaba en su corazón todas estas cosas. Cuando no obtenemos las respuestas y explicaciones de los otros, no pretendamos inmediatamente tratar de llegar al fondo, para tener una respuesta que me satisfaga. Necesitamos darle tiempo, necesitamos madurar el sentido de las respuestas a los otros, para entenderlos desde dentro. A veces nos preocupa más que yo tenga una explicación racional, lógica para mí, y entonces vuelvo a perder el sentido de entender al otro. Es el misterio que a veces guardan las respuestas, las explicaciones como en el caso del Evangelio de hoy. María entendió estas cosas que guardó en su corazón, cuando vio a su Hijo en la Cruz que moría, ¿cuánto tiempo pasó? Así debe de ser una madre, así debe de ser un padre, nunca perder la esperanza de entender a su hijo y un hijo nunca perder la esperanza de entender a sus padres.
Estos tres niveles nos permiten ver que el diálogo es fundamental, el diálogo abierto, espontáneo, franco; no ese diálogo exigido, impuesto a regañadientes, sino ese diálogo donde la persona aprenda a expresarse con sinceridad y con libertad. Estos tres niveles, podemos ver que realizan tanto en María como en José, se realiza un aprendizaje. Se van educando para ser los padres de quien es la palabra encarnada.
Nosotros no llegamos a tal altura de responsabilidad; sus hijos no tienen esta categoría de la Palabra encarnada. Lo digo esto para que ustedes entiendan que si María y José pudieron entender el Misterio de Dios encarnado, con cuanta mayor razón está a nuestro alcance entender a un hijo o a una hija, que son igual del común de todos nosotros; este es el misterio humano ordinario.
El diálogo pues, es fundamental: diálogo con el Padre (oración); diálogo entre los miembros de la familia, para expresar y compartir sentimientos y alegrías; diálogo para educarnos, es decir, dejando las respuestas madurar para entendernos mejor.
Pero quiero terminar diciéndoles que esto lo debe de vivir cada familia, pues muchísimas veces, como lo estamos viviendo hoy, la familia se rompe, se fractura, los padres se divorcian, se separan, se alejan, los hijos abandonan el hogar; hay tanta tragedia en la integración de las familias en nuestro tiempo. ¿Quién puede y debe ayudar a todos aquellos, cuyas familias están fracturadas? La Iglesia, eso es lo que nos dice hoy la segunda lectura, “la gran Familia de Dios”. Y debemos prepararnos como Iglesia en una pastoral renovada, para poder establecer esos círculos de relación humana, particularmente con quienes sufren situaciones tristes, lamentables, o a veces trágicas, o desastrosas en el seno de su propia familia, “la gran Familia de Dios. Y por eso al terminar y concluir esta reflexión en este día sobre la Sagrada Familia, quiero recordar lo que en la Carta Pastoral a la Arquidiócesis en el año pasado, escribía sobre este tema. Debemos de advertir que hay dos grandes dinamismos que están dañando la vida de la familia, no nada más debemos constatar que se fracturan la familias, tenemos que advertir porque sucede esto. El primero de estos dinamismos es el individualismo, que encierra a la persona en su propio egoísmo, pierde la sensibilidad de la importancia del otro y de la complementariedad con el otro; se ahoga en sí mismo. El segundo dinamismo es el libertinaje, la mala comprensión de la libertad; pensando que cada quien es libre de hacer lo que le plazca, caemos, y dejamos que el otro caiga en la más terrible de la esclavitud, esclavo de sus pasiones y caprichos, porque eso es lo que quiere, y cuando quedan atados a esas nuevas esclavitudes, no son hombres libres.
Individualismo y libertinaje son factores que están destruyendo la integración de nuestras familias. Hay que hablarlo, reflexionarlo, darlo a conocer, advertirlo desde los niños, con los adolescentes, con los jóvenes; con nuestras propias experiencias a veces negativas que hemos tenido en la vida y también con las experiencias positivas.
Pidámosle al Señor que nos ayude a construir nuestra sociedad, reconstruyendo nuestras familias.
Que así sea.
Arzobispo de Tlalnepantla