Escrito por Mons. Carlos Aguiar Retes
Homilía en la Celebración de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Así dice el libro de los números, en la primera lectura que transmitió Moisés de parte del Señor Dios a Aarón, a los sacerdotes, para que bendijeran a su pueblo; bendecirlos con la paz.
Hoy al celebrar la fiesta de Santa María Madre de Dios y al tener estos textos propios de esta fiesta, en medio de la octava de la Navidad, del nacimiento de Cristo; desde hace ya varios años, los papas Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, han mantenido la tradición de que en este día se convoca a toda la Iglesia para orar por la paz: “La Jordana Mundial de Oración por la Paz”. Nos ha enviado el Papa, como lo hace cada año, un menaje propio de reflexión, para que lo compartamos con ustedes y así, movidos por esa meditación, podamos alentarnos a que la paz es posible, es alcanzable, no es utópica; la paz es el proyecto que Dios tiene para la humanidad.
Por eso es significativo que precisamente en el nacimiento de Jesucristo, el coro de los ángeles proclamara: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad! A eso es a lo que ha venido Jesucristo, Cristo es nuestra paz. La paz nos dice el Papa Benedicto XVI en su mensaje, tiene tres relaciones, y continuando con la enseñanza del Papa Juan XXIII, en la Encíclica Pacem in Terris, nos dice que hay también cuatro columnas sobre las que se sostiene y se desarrolla la paz. La paz explica primero, es un don de Dios, pero que debe de ser correspondido por el hombre, no se va a dar sin nuestra colaboración, es decir, Dios ya nos ha dado su parte, nos ha entregado a Cristo el Señor nuestra paz. ¿Cómo podemos corresponder? Nos dice que es necesario favorecer tres relaciones: la relación con Dios, porque la trascendencia, el mirar más allá de esta vida terrena es indispensable para descubrir la paz. Segunda relación: conmigo mismo, tengo que buscar la paz interior, poner en orden mis pensamientos, mis inquietudes, mis sentimientos, conocerme a mi mismo para alcanzar mi propia paz. Tercera relación: con los demás, descubriéndolos como hermanos y con la creación, descubriéndola como la casa que Dios ha construido para todos nosotros, para la humanidad; amando la creación.
Estas son las tres relaciones que debemos de desarrollar, para corresponder a la paz que Dios nos regala, pero en ese mismo desarrollo de esas relaciones, hay cuatro columnas que son fundamentales para que la paz se alcance: la verdad, la libertad, el amor y la justicia. Estas cuatro columnas van de la mano como en una vina; la justicia se orienta por la verdad y la libertad es condición para el amor. La justicia es aquella que esclarece la verdad, clarifica la verdad, la pone en condicion a nuestro alcance; la libertad es la condición indispensable para vivir el amor.
Estas son las relaciones internas entre estas cuatro columnas para el desarrollo de la paz, ¿desde donde iniciar?, desde la justicia. La justicia es una condición indispensable para desarrollar la paz y esa justicia nace, crece y se desarrolla reconociendo la condición divina que tiene todo ser humano; nosotros somos creaturas cuyo origen es Dios, es decir, hay que reconocer la dignidad humana, la vida en sí misma, hay que reconocer los derechos humanos fundamentales, hoy se habla mucho de derechos humanos, pero a veces se confunden. Los que son realmente fundamentales, son aquellos que alcanzan a todos, los universales; después hay otros derechos derivados para sectores que tiene algún problema de marginación. La justicia debe de velar y sostenerse en los derechos humanos fundamentales, que son aquellos que declaró la ONU en 1948 y que nuestro país desde entonces los reconoció jurídicamente, aunque todavía hay mucho camino por recorrer para que efectivamente se realicen en nuestra Patria. Estos derechos humanos fundamentales, son los que sostienen la dignidad del ser humano.
Ahora podemos decir bien que esa es la doctrina, es la claridad por donde tiene que caminar nuestra respuesta de la paz, para que la paz se dé en medio de nosotros, para que verdaderamente realicemos el proyecto de Dios, que tiene para la humanidad. ¿Que es lo que impide, que es lo que hace difícil este desarrollo de la justicia para clarificar la verdad, y del camino de la persona humana que alcance la libertad, para vivir el amor? ¿Dónde está ese punto que le impide, que le obstaculiza a todo ser humano ser un trabajador de la paz? Está en que tenemos, de diferentes maneras y a veces muy intensas, agresiones, violencia, injusticias, que al tocarnos en lo personal, en lo familiar o en lo social, causan en nuestro interior una reacción de enojo, de coraje, de deseo de venganza y eso impide entonces que nosotros desarrollemos los sentimientos y los afectos para que en la tranquilidad y la paz, podamos enfrentar esas situaciones negativas.
Es aquí entonces, donde surge la figura de María a quien celebramos hoy, la Madre de Dios, porque quien sino ella, que como nos dice el Evangelio de hoy, guardaba todas esas cosas que veía, que sucedían en torno de su Hijo; las guardaba en su corazón, las meditaba, las reflexionaba, iba descubriendo la personalidad de este Hijo que al mismo tiempo que había nacido de sus entrañas, era el mismo Hijo de Dios hecho carne. Quien sino ella sabía de la bondad, sabía de la calidad humana que estaba experimentando en la vida su Hijo querido Jesús de Nazaret. Sin embargo, María es testigo también de cómo injustamente lo declaran a Jesús un falso profeta, es más, blasfemo y por tanto, merecedor de la muerte en Cruz, la más infame de todas las muertes que estaban en la ley penal de aquella época. El que moría en una cruz significaba, para un creyente judío, que era un maldito de Dios. Imaginen ustedes el corazón de María cuando está al pie de la Cruz, los sentimientos de saber que conocía el corazón de su Hijo, que sabía de la bondad y del amor que había siempre vivido y que lo declararan maldito de Dios y que muriera así ante los ojos de toda esa multitud que fue testigo de la crucifixión. Ella es el modelo de cómo afrontar las injusticias que nos toque vivir, ella es el modelo para enfrentar violencias y agresiones que no merecemos, porque nace en el corazón de María el perdón, un perdón que la lleva a la reconciliación, al entendimiento que solamente da la Sabiduría de Dios, a la esperanza de decir, no puede ser que las cosas se queden así; algo tiene que suceder, y en esa mañana bendita de la Resurrección, cuando se encuentra Jesús con su Madre, el consuelo de María es infinito, su Hijo sufrió la injusticia, el Padre la remendó, la restauró con la Resurrección.
Hermanos, para nosotros los creyentes, como para cualquiera otro ser humano, es siempre muy difícil perdonar, perdonarnos a nosotros mismos y perdonar lo que nos hacen los demás, sea a nosotros, sea a alguien que nosotros queremos. Pero este es el camino de la redención que cura las heridas para no caer en la venganza, en el odio, en la agresión y violencia, que solo genera un espiral que nos lleva a la muerte. Tenemos que volver al espiral que nos lleve la vida: la paz.
Movidos pues por esta reflexión que nos ha enviado el Santo Padre Benedicto XVI en esta fecha, los invito a que en un breve momento de silencio, le digamos al Señor: queremos ser cooperadores de la paz; queremos ser católicos que busquemos el reconocimiento de toda dignidad humana en todo ser humano, respeto a la vida y la vida de los demás. Queremos ser trabajadores de la paz, para vivir aquella Bienaventuranza que Jesús proclamó: ¡Bienaventurados los que trabajan por la paz porque de ellos es el Reino de los cielos!
Arzobispo de Tlalnepantla