Epifania del Señor

CATEQUESIS SOBRE EL EVENTO DE LA ADORACION DE LOS MAGOS A JESUCRISTO.

Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron: «En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."»

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino (Mt. 2, 1-12).

Esta Palabra de Dios nos catequiza sobre los componentes más importantes de nuestra vida cristiana en el encuentro con Jesús-Niño: Los magos al enterarse de la señal de lo alto esperada, su corazón vibró de alegría como el de los niños. Y como tales se pusieron en camino, llenos de gozo al ver que su grande espera, la que le daba pleno sentido a su vida, fue colmada. Estos magos herederos del profeta Balaam, profeta pagano, tuvieron el don de la divina condescendencia y comprendieron el sentido del signo, como hombres de fe. (San Cromancio de Aquileya, Comentario al Evangelio de Mateo 2, 1-2).

Su manera de comportarse nos habla de dos componentes fundamentales de la naturaleza del hombre: Dios puso en él, juntos, sin separarse el dolor, y la esperanza, pues para encontrarse con aquel que era su más grande esperanza, sufrieron hasta lo indecible a lo largo de su trayectoria hasta Belén, pero motivados y fortalecidos por esta esperanza, que es Jesús, superaron cualquier dolor, cualquier obstáculo. Su esperanza era lo más fuerte de su existencia.

Esta adoración es un canto maravilloso a la vida, pues al estar presentes ahí en Belén, donde no eran conocidos y todo les era contrario, se encontraron con Aquel que es la vida misma y les dio el sentido más profundo de su existencia. Llenos de esta vida y de la alegría que brota de este encuentro con Jesucristo, le ofrecen lo mejor de ellos mismos: oro, que representa su sabiduría, pues eran sabios, es decir, su manera de relacionarse lo mejor posible con Dios y con los hombres; incienso: le ofrecen sus oraciones, iniciando un encuentro vital y permanente con Dios, por medio de la oración; mirra, es decir, la mortificación de su carne, el sacrificio que cuesta, que purifica y que agrada a Dios (San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios 10, 6).

Esta adoración, este encuentro con Jesucristo, los transforma radicalmente, pues dejando a un lado su vida anterior, regresan a su país por otro camino, es decir, con un género de vida diferente.

Hermanos, hagamos la experiencia de adorar y de encontrarnos con Jesucristo, con esa alegría que contagia y que tanto bien nos hace y transforma a los nuestros; acerquémonos hoy a Jesús con esa fe que es capaz de darle sentido profundo a nuestra vida; vivamos el dolor, las enfermedades, como una oportunidad que Dios nos da para participar en su pasión, que perdona nuestros pecados y nos otorga generosamente la salvación; movidos y estimulados siempre por la esperanza, que Dios puso como constitutivo fundamental de nuestra existencia de hijos de Dios.

Respetemos, cuidemos diligentemente a nuestros niños, a la vida de los niños, porque son imagen viva de Dios-Niño. Que este amor a los niños, no sea algo impuesto, sino una expresión y manifestación de la auténtica alegría que Dios nos da y que nos llama generosamente a compartirla con los demás, especialmente a ellos, como lo hacemos en estos días, siempre movidos por la esperanza, en un futuro realmente mejor. Y como los magos pidámosle a Dios no regresar al pasado que dejamos, sino encaminémonos llenos de esperanza hacia el paraíso, que Cristo nos promete y nos cumplirá.

† Felipe Padilla Cardona.