Escrito por Mons. Rogelio Cabrera López
Con la fiesta del Bautismo del Señor, que hoy celebremos, cerramos el tiempo de Navidad y empezamos el tiempo Ordinario dentro de la liturgia católica.
Dios mismo es quien nos invita a escuchar la voz de su amado Hijo y, como Iglesia, estamos convencidos de la necesidad de renovar nuestro compromiso de escucha a la voz de Aquel que viene a darnos vida nueva. Como Iglesia, estamos comprometidos a ser la voz de los que no tienen voz, somos llamados a proclamar la Buena Nueva y también a denunciar todo aquello que esté en contra de la vivencia de la justicia y de la caridad.
Los hechos violentos que siguen presentándose en nuestra ciudad, y en el país, y que afectan a muchas familias, incluso han llegado a afectar a Templos católicos y de diversas denominaciones religiosas, son consecuencia de la indiferencia, de la “sordera espiritual” a la voz de Dios quien paternalmente nos llama a vivir la justicia y la paz en nuestra vida, y por añadidura en la sociedad en general.
Es necesario recobrar el respeto a la dignidad de la persona, no podemos, ni debemos, permanecer cruzados de brazos, mientras muchos de los nuestros sufren indiscriminadamente.
La muerte de inocentes, de manera especial de niños que son ajenos a los problemas que viven los adultos, debe detenerse.
Como Pastor de esta Iglesia de Monterrey, envío mis condolencias y solidaridad, junto a la seguridad de mis oraciones, a las familias que están sufriendo por la pérdida de sus seres queridos.
Nuestro Presidente de la República, ha dicho recientemente que “no hará oídos sordos a los reclamos por la violencia”. Por tal motivo, hago un llamado, desde la caridad cristiana, a nuestras autoridades para que no desfallezcan en la encomienda que tienen para acabar con esta situación de inseguridad e incertidumbre que se vive en nuestra ciudad y en muchas partes de nuestro país, y redoblen los esfuerzos para garantizar la seguridad de los ciudadanos, de manera particular en las zonas donde se han recrudecido los conflictos.
Que nuestro buen Dios, que no hace distinción de personas, les ilumine y acompañe siempre en el desempeño de su trabajo.
Arzobispo de Monterrey