Asumir el sentido real de nuestra identidad

Escrito por Mons. Rogelio Cabrera López

“Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatar las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el fuego del Espíritu Santo”. Lc 3, 15-16

El ser humano posee en su identidad como esencia su condición de plenificarse. Sólo cuando vive de acuerdo a este sentido logra encontrar el destino propio.

De una manera especial, cuando el hombre y la mujer, se caracterizan por ser creyentes, descubren que este sentido sólo se encuentra en Dios.

Es por eso, que las religiones poseen la encomienda de ayudar a que el ser humano se encuentre y se una a lo espiritual, a lo divino.

Para el cristianismo, especialmente, la Iglesia católica, reconoce el bautismo como el momento de adhesión por la fe, es el momento de incorporarse, es decir, de hacerse cuerpo de Cristo. Sobre todo porque es el momento de la filiación con Dios. ¿Qué mejor identidad que poder llegar a decir Padre a Dios? Pero esto significa que somos capaces de vivir el sentido real de la identidad de fe.

Con el bautismo nos volvemos Iglesia. De ahí que el compendio de la doctrina social de la Iglesia nos recuerda que “En cuanto parte de la enseñanza moral de la Iglesia, la doctrina social reviste la misma dignidad y tiene la misma autoridad de tal enseñanza. Es Magisterio auténtico, que exige la aceptación y adhesión de los fieles. El peso doctrinal de las diversas enseñanzas y el asenso que requieren depende de su naturaleza, de su grado de independencia respecto a elementos contingentes y variables, y de la frecuencia con la cual son invocados” (80).

Esta incorporación a la Iglesia por la adhesión de la fe, no puede reducirse a un mero sentimiento, sino al compromiso real de nuestra identidad de creyentes la misma doctrina nos lo recuerda cuando afirmar que “El objeto de la doctrina social es esencialmente el mismo que constituye su razón de ser: el hombre llamado a la salvación y, como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia. Con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social”. (81).

Así también somos unidos a la tarea específica de ser profetas: “En esta perspectiva, la doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia. Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: « una visión global del hombre y de la humanidad », no sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas y las directrices de acción que de ellos derivan. Con esta doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización de la sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las conciencias. La doctrina social comporta también una tarea de denuncia, en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo. Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles. Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades. Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social”. (81)

Nuestro convencimiento de fe, ayudará que muchos otros se planteen en la aventura de ser creyentes descubriendo a un Dios cercano y de amor, sobre todo, preocupado de las necesidades de sus hijos.

+ Rogelio Cabrera López
Administrador Apostólico de Tuxtla
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